—Paciencia —dijo Harry. Hizo una pausa para toser en un kleenex—. Ser paciente es más importante que ser inteligente, Dex. Tú ya eres inteligente.
—Gracias —dije. Fue por educación, porque no me sentía cómodo sentado en la habitación de Harry del hospital. El olor a medicamentos, desinfectante y orina, combinado con el aire de sufrimiento paliado y muerte clínica, me daban deseos de estar en casi cualquier otro sitio. Por supuesto, como joven monstruo inexperto, nunca me pregunté si Harry sentía lo mismo.
—En tu caso, has de ser más paciente, porque pensarás que eres lo bastante listo para salir bien librado —dijo—. Pues no es así. Nadie lo es.
Hizo una pausa para volver a toser, y esta vez tosió más rato y la tos pareció más profunda. Ver a Harry así (indestructible, superpoli, Harry mi padre adoptivo, tembloroso, congestionado y con los ojos llorosos debido al esfuerzo) era casi demasiado. Tuve que apartar la vista. Cuando le miré otra vez, Harry me estaba observando.
—Te conozco, Dexter. Mejor que tú. —Eso era fácil de creer, hasta que siguió—. En el fondo, eres un buen chico.
—No, no lo soy —contesté, y pensé en las cosas maravillosas que aún no tenía permiso para hacer. Incluso desear acometerlas descartaba cualquier relación con la bondad. También estaba el hecho de que la mayoría de zoquetes enloquecidos por las hormonas de mi edad eran considerados buenos chicos, pero para mí no eran más que orangutanes. Pero Harry no quería saber nada de ello.
—Sí, lo eres —sentenció—. Y has de creértelo. Tu corazón está en el lugar correcto, Dex — añadió, y al instante le derrumbó un ataque épico de tos. Duró por lo menos varios minutos, y después se reclinó con movimientos débiles sobre la almohada. Cerró los ojos un momento, pero cuando los abrió de nuevo eran del azul acero de Harry, más brillantes que nunca en el verde pálido de su rostro agonizante—. Paciencia —insistió. Pronunció la palabra con fuerza, pese al terrible dolor y la debilidad que debía sentir—. Aún te queda mucho camino por recorrer, y a mí no me queda mucho tiempo, Dexter.
—Sí, lo sé —admití. Cerró los ojos.
—Justamente a eso me refería —dijo—. Se supone que deberías decir, no, no te preocupes, te queda mucho tiempo.
—Pero no es verdad —opuse, sin saber muy bien adonde nos conducía todo esto.
—No, pero la gente finge —dijo—. Para que me sienta mejor.
—¿Te sentirías mejor?
—No —contestó, y abrió los ojos de nuevo—. Pero no se puede utilizar la lógica con el comportamiento humano. Has de ser paciente, mirar y aprender. De lo contrario, estás jodido. Te cogerán y… La mitad de mi herencia. —Cerró los ojos otra vez y percibí el esfuerzo en su voz—. Tu hermana será una buena policía. Tú —sonrió con algo de tristeza—, tú serás otra cosa. La justicia verdadera. Pero sólo si tienes paciencia. Si la oportunidad no aparece, Dexter, tendrás que esperar a que lo haga.
Todo parecía abrumador para un aprendiz de monstruo de dieciocho años. Lo único que deseaba hacer era La Cosa, muy sencillo, ir a bailar bajo la luz de la luna con la hoja brillante en libertad, algo tan sencillo, tan natural y dulce, abrirme paso a cuchilladas entre tanta tontería y llegar al corazón de las cosas. Pero no podía. Harry estaba complicando el asunto.
—No sé qué haré cuando hayas muerto —dije.
—Te irá bien —contestó.
—Hay tanto que recordar.
Harry extendió una mano y apretó el botón que colgaba de un cordón sobre su cama.
—Te acordarás —dijo. Soltó el cordón y fue como si sus fuerzas se hubieran agotado, cuando volvió a caer junto a la cama—. Te acordarás. —Cerró los ojos y, por un momento, me quedé solo en la habitación. Entonces, la enfermera acudió corriendo con una jeringa y Harry abrió un ojo—. No siempre podemos hacer lo que consideramos nuestro deber. Por lo tanto, cuando no puedas hacer otra cosa, espera —dijo, y extendió el brazo para que le pusieran la inyección—. Da igual qué… presiones… puedas sentir.
Le vi recibir la inyección sin inmutarse, a sabiendas de que el alivio era temporal, de que el fin se estaba acercando y no podría detenerlo, y a sabiendas también de que no tenía miedo, y de que haría las cosas como era debido, como lo había hecho toda su vida. Y también supe esto: Harry me comprendía. Nadie más lo había hecho, y nadie más lo haría, jamás. Sólo Harry.
La única razón por la que alguna vez pensé en ser humano fue para parecerme más a él.
11
De modo que tuve paciencia. No era fácil, pero Harry me lo había aconsejado. Deja que la primavera luminosa y acerada de tu interior se mantenga enroscada y tranquila, y espera, observa, manten el disparador a buen recaudo en su frigorífico, hasta que llegue el momento aconsejado por Harry, de liberarlo y recorrer la noche pletórico de alegría. Tarde o temprano descubriría una pequeña abertura y nos colaríamos por ella. Tarde o temprano encontraría una forma de que Doakes parpadeara. Esperé.
A algunos nos cuesta más esperar que a otros, por supuesto, y fue varios días después, un sábado por la mañana, cuando mi teléfono sonó.
—Maldita sea —dijo Deborah sin más preámbulos. Fue casi un alivio oír que volvía a estar tan irritada como de costumbre.
—Bien, gracias, ¿y tú? —dije.
—Kyle me está volviendo loca —dijo—. Dice que lo único que podemos hacer es esperar, pero no me ha dicho qué estamos esperando. Desaparece durante diez o doce horas y no me dice adonde va. Y después, esperamos un poco más. Estoy tan hasta las pelotas de esperar que me duelen los dientes.
—La paciencia es una virtud —dije.
—También estoy cansada de ser virtuosa —replicó—. Y hasta la coronilla de la sonrisa condescendiente de Kyle cuando le pregunto qué debemos hacer para cazar a ese tío.
—Bien, Debs, no sé qué hacer, salvo ofrecerte mi solidaridad —dije—. Lo siento.
—Creo que podrías hacer muchísimo más que eso —repuso ella.
Exhalé un profundo suspiro, más que nada para impresionarla. Los suspiros suenan muy bien por teléfono.
—Ése es el problema de tener fama de pistolero, Debs —dije—. Todo el mundo cree que soy capaz de saltarle un ojo a una liebre desde treinta pasos de distancia, una y otra vez.
—Yo todavía lo creo —dijo ella.
—Tu confianza conmueve mi corazón, pero no entiendo nada de este tipo de aventuras, Deborah. Me dejan frío por completo.
—He de encontrar a ese tipo, Dexter, y quiero restregárselo por la cara a Kyle —dijo.
—Pensaba que te gustaba.
Ella resopló.
—Joder, Dexter. No sabes nada de mujeres, ¿verdad? Pues claro que me gusta. Por eso quiero restregárselo por la cara.
—Ah, bien, ahora sí que lo entiendo —dije.
Hizo una pausa.
—Kyle dijo algunas cosas interesantes sobre Doakes —continuó, como sin darle importancia.
Sentí que mi amigo de largos colmillos se removía un poco en mi interior y ronroneaba.
—Te has vuelto muy sutil de repente, Deborah —dije—. Sólo tenías que preguntarme.
—Pregunté, y me largaste toda esa mierda de que no podías serme de ayuda —dijo, hablando otra vez como la Deborah de siempre—. Así que vamos al grano. ¿Qué tienes?
—De momento, nada —contesté.
—Mierda —dijo Deborah.
—Pero podría encontrar algo.
—¿Cuándo?
Admito que me sentía molesto por la actitud de Kyle hacia mí. ¿Qué había dicho? ¿Que «me metería en la mierda y me iría por el desagüe»? En serio, ¿quién le escribía los diálogos? Además, el repentino ataque de sutileza de Deborah, que había sido mi jurisdicción tradicional, no había hecho nada para calmarme. De modo que no tendría que haberlo dicho, pero lo hice.