—¿Qué te parece a la hora de comer? —pregunté—. Digamos que habré obtenido algo hacia la una. En Baleen, puesto que Kyle puede pagar la cuenta.
—Eso habrá que verlo —dijo ella, y añadió—: Lo de Doakes es muy bueno.
Colgó.
Vaya, vaya, me dije. De repente, no me importó la idea de trabajar un poco en sábado. Al fin y al cabo, la única alternativa era haraganear en casa de Rita y ver crecer el moho sobre el sargento Doakes. Pero si encontraba algo para Debs, tal vez podría obtener la pequeña brecha que tanto anhelaba. Sólo tenía que comportarme como el chico listo que creía ser.
Pero ¿por dónde empezar? Había poco en qué apoyarse, puesto que Kyle había expulsado al departamento del lugar de los hechos antes de que hubiéramos hecho poca cosa más que buscar huellas dactilares. En el pasado, muchas veces me había ganado puntos entre mis colegas cuando les había ayudado a seguir la pista de los demonios enfermos y retorcidos que sólo vivían para matar. Pero era porque yo les comprendía, puesto que también soy un demonio enfermo y retorcido. Esta vez, no podía confiar en que el Oscuro Pasajero me procurara alguna pista, puesto que le habían obligado a descabezar un sueño inquieto, pobre tío. Tenía que depender de mi ingenio natural, que en este momento también guardaba un alarmante silencio.
Tal vez si proporcionaba un poco de combustible a mi cerebro, se pondría en acción. Fui a la cocina y me comí un banano. Fue muy agradable, pero por algún motivo no sirvió para lanzar ningún cohete mental.
Tiré la piel a la basura y eché un vistazo al reloj. Bien, querido muchacho, habían transcurrido cinco minutos. Excelente. Y ya has logrado discernir que eres incapaz de discernir algo. Bravo, Dexter.
La verdad es que había muy pocos sitios por donde empezar. De hecho, sólo contaba con la víctima y la casa. Y como estaba muy seguro de que la víctima no diría gran cosa, aunque le devolviéramos la lengua, sólo quedaba la casa. Era posible que la casa perteneciera a la víctima, por supuesto, pero el decorado tenía un aspecto tan provisional, que yo estaba convencido de que no.
Era extraño que se hubiera ido de la casa así como así. Pero lo había hecho, sin que nadie le echara el aliento en la nuca, obligándole a una retirada precipitada y temerosa…, lo cual significaba que lo había hecho a posta, como parte de su plan.
Lo cual implicaba que tenía otro sitio adonde ir. Era muy probable que siguiera en la zona de Miami, puesto que Kyle le estaba buscando aquí. Era un punto de partida, y lo había deducido yo solito. Bienvenido a casa, señor Cerebro.
Los bienes raíces dejan unas huellas bastante grandes, aunque intentes disimularlas. Al cabo de un cuarto de hora de estar sentado ante mi ordenador, había descubierto algo. No se trataba de una huella completa, pero era suficiente para distinguir la forma de un par de dedos.
La casa de la calle 4 N.W. estaba registrada a nombre de un tal Ramón Puntia. Ignoro cómo esperaba seguir adelante en Miami, pero Ramón Puntia es un nombre cubano humorístico, algo así como «Joe Paja» en inglés. Pero la casa estaba pagada y no se debían impuestos, un inteligente arreglo para alguien que valoraba la privacidad tanto como nuestro nuevo amigo, o al menos eso suponía yo. Habían comprado la casa en un solo pago en metálico, una transferencia desde un banco de Guatemala. Esto parecía un poco raro. Con nuestra pista empezando en El Salvador, para luego abrirse paso entre las turbias profundidades de una misteriosa agencia gubernamental de Washington, ¿por qué desviarse a Guatemala? Sin embargo, un veloz estudio en Internet del lavado de dinero contemporáneo demostraba que encajaba a la perfección. Por lo visto, Suiza y las islas Caymán ya no estaban de moda, y si uno deseaba un banco discreto en el mundo de habla hispana, Guatemala causaba furor.
Esto suscitó la interesante pregunta de cuándo dinero poseía el doctor Desmembrador, y de dónde procedía. De momento, era una pregunta que no conducía a ningún sitio. Tuve que dar por sentado que tenía el suficiente para otra casa cuando abandonó la primera, con bastante probabilidad del mismo precio.
Muy bien. Fui a mi base de datos de bienes raíces del condado de Dade y busqué otras propiedades recién adquiridas de la misma manera y a través del mismo banco. Había siete. Cuatro se habían vendido por más de un millón de dólares, lo cual se me antojó una cantidad algo elevada para una casa de usar y tirar. Imaginé que las habrían comprado nada más siniestro que señores de la droga de poca monta y consejeros delegados en fuga de Fortune 500[5].
Eso dejaba tres propiedades que parecían posibles. Una de ellas estaba en Liberty City, una zona interior de Miami poblada en su mayor parte por negros. Una inspección más detallada reveló que se trataba de un bloque de apartamentos.
De las dos propiedades restantes, una se hallaba en Homestead, y desde ella se podía ver el gigantesco vertedero de la ciudad conocido como Mount Trashmore[6]. La otra se encontraba también en el extremo sur de la ciudad, al lado de Quail Roost Drive.
Dos casas: tenía ganas de apostar a que alguien se había mudado a una de ellas hacía poco, y que tal vez estaría haciendo cosas que sorprenderían a las señoras de la camioneta de bienvenida. Ninguna garantía, por supuesto, pero parecía muy probable y, al fin y al cabo, se había hecho la hora de comer.
Baleen era un lugar muy caro al cual no habría osado ir con mis modestos medios. Era la clase de elegancia chapada de roble que te hace sentir la necesidad de una corbata y unas polainas. También gozaba de una de las mejores vistas de la bahía de Biscayne de la ciudad, y si uno tiene suerte hay un puñado de mesas con vistas.
O bien Kyle era afortunado, o había echado un hechizo al jefe de comedor, porque Deborah y él estaban esperando fuera en una de estas mesas, dándole a una botella de agua mineral y a una bandeja de lo que parecían pasteles de cangrejo. Agarré uno y le di un bocado mientras me sentaba frente a Kyle.
—Mmm —dije—. Aquí debe ser adonde van los cangrejos cuando mueren.
—Debbie dice que tienes algo para nosotros —dijo Kyle.
Miré a mi hermana, quien siempre había sido Deborah o Debs, pero nunca Debbie. Sin embargo, no dijo nada, como si pasara por alto aquella egregia libertad, de modo que devolví mi atención a Kyle. Llevaba de nuevo las gafas de sol de diseño, y su ridículo anillo destelló cuando se retiró con cuidado el pelo de la frente.
—Confío en tener algo —dije—, pero quiero ir con cautela, no sea que tiren de la cadena.
Kyle me miró durante un largo momento, y después meneó la cabeza. Una sonrisa desganada elevó su boca tal vez un centímetro o menos.
—De acuerdo —dijo—. He fracasado, pero te sorprendería saber lo bien que funcionan las frases de ese estilo.
—Estoy seguro de que me quedaría patidifuso —dije. Le pasé la hoja impresa de mi ordenador—. Mientras se me pasa el sofoco, echa un vistazo a esto.
Kyle frunció el ceño y desdobló el papel.
—¿Qué es?
Deborah se inclinó hacia delante, con el aspecto ansioso de la joven sabuesa que era.
—¡Has descubierto algo! Sabía que lo harías —dijo.
—Sólo son dos direcciones —dijo Kyle.
—Una de ellas bien podría ser el escondite de cierto practicante de la medicina poco ortodoxo con pasado centroamericano —dije, y le expliqué cómo había encontrado las direcciones. Debo reconocer que pareció impresionado, incluso con las gafas de sol puestas.
—Tendría que haber pensado en esto —dijo—. Buena jugada. —Asintió y dio un golpecito en el papel con un dedo—. Sigue al dinero. Siempre funciona.
—No puedo estar seguro al cien por cien, claro está —insinué.
—Bien, yo apostaría por ello —dijo Deborah—. Creo que has encontrado al doctor Danco.
5
Listado que publica la revista
6
Alusión irónica a Mount Rushmore, donde están talladas las efigies de los primeros presidentes norteamericanos. «Trash» significa basura.