—Caramba, Debs. ¿Obstrucción a la justicia?
—Vamos —dijo, y salió por la puerta. La seguí obediente.
Durante el trayecto hasta el Mutiny, Deborah se mostró alternativamente tensa y airada. Se mordisqueaba el labio inferior, me gritaba que corriera más, y cuando nos acercamos al hotel, calló por completo. Por fin, miró por la ventanilla.
—¿Cómo está, Dex? —preguntó—. ¿Es muy grave?
—El corte de pelo es horroroso, Debs. Le da un aspecto muy raro. En cuanto a lo otro… Parece que se está adaptando. No quiere que sientas pena por él. —Me miró, y volvió a morderse el labio—. Eso me dijo. Quería volver a Washington antes que soportar tu compasión.
—No quiere ser una carga —dijo—. Le conozco. Ha de salir adelante sin ayuda. —Miró por la ventanilla otra vez—. No puedo ni imaginar lo que ha padecido. Un hombre como Kyle, reducido a la indefensión…
Meneó la cabeza poco a poco, y una sola lágrima resbaló sobre su mejilla.
La verdad, podía imaginar muy bien lo que había padecido, porque yo ya lo había hecho muchas veces. Lo que me costaba afrontar era esta nueva faceta de Deborah. Había llorado en el funeral de su madre, y en el de su padre, pero desde entonces no, por lo que yo sabía. Y ahora, estaba inundando prácticamente el coche, por lo que yo había acabado por considerar un capricho por alguien bastante zoquete. Aún peor, era un zoquete inválido, lo cual debería significar que una persona lógica continuaría adelante y buscaría a otra persona con todos los miembros en su sitio. Pero Deborah parecía aún más preocupada por Chutsky, ahora que sufría daños permanentes. ¿Podía ser amor, al fin y al cabo? ¿Deborah enamorada? No parecía posible. Yo sabía que, en teoría, era capaz, por supuesto, pero… Bien, al fin y al cabo era mi hermana.
Era inútil hacerse más preguntas. No sabía nada del amor y nunca lo sabría. No me parecía una terrible carencia, aunque dificulta la comprensión de la música moderna.
Como ya no podía decir nada más al respecto, cambié de tema.
—¿Debería llamar al capitán Matthews y decirle que Doakes ha desaparecido? — pregunté.
Deborah se secó una lágrima de la mejilla con la yema de un dedo y negó con la cabeza.
—Eso ha de decidirlo Kyle —dijo.
—Sí, claro, pero Deborah, dadas las circunstancias…
Dio un puñetazo sobre su pierna, lo cual me pareció tan inútil como doloroso.
—¡Maldita sea, Dexter, no voy a perderle!
De vez en cuando experimento la sensación de que sólo recibo una pista de una grabación en estéreo, y ésta fue una de dichas ocasiones. No tenía ni idea de qué… Bien, para ser sincero, no tenía ni idea de qué debía tener una idea. ¿A qué se refería? ¿Qué relación tenía con lo que yo había dicho, y por qué reaccionaba con tal violencia? Y ya puestos, ¿por qué tantas mujeres gordas creen que les sienta bien enseñar el ombligo?
Supongo que parte de mi confusión debió reflejarse en mi cara, porque Deborah abrió el puño y respiró hondo.
—Será necesario que Kyle siga ocupado, trabajando. Necesita llevar el control, o esto acabará con él.
—¿Cómo lo sabes?
Meneó la cabeza.
—Siempre ha sido el mejor en lo que hace. Eso es todo… Es lo que es. Si empieza a pensar en lo que Danco le hizo… —Se mordió el labio y otra lágrima resbaló sobre su mejilla—. Ha de seguir siendo como antes, Dexter. O le perderé.
—De acuerdo —dije.
—No puedo perderle, Dexter —repitió.
Había un portero diferente en el Mutiny, pero dio la impresión de reconocer a Deborah y saludó con un cabeceo cuando nos abrió la puerta. Caminamos en silencio hacia el ascensor y subimos al piso doce.
Yo había vivido en Coconut Grove toda mi vida, por lo cual sabía muy bien, gracias a las descripciones de los periódicos, que la habitación de Chutsky era de estilo Colonial Inglés de cabo a rabo. Nunca había entendido por qué, pero el hotel había decidido que el Colonial Inglés era el marco perfecto para transmitir el ambiente de Coconut Grove, aunque por lo que yo sabía aquí nunca había existido una colonia inglesa. Por consiguiente, todo el hotel era de estilo Colonial Inglés. De todos modos, me cuesta creer que el interiorista o cualquier inglés colonial hubiera imaginado algo como Chutsky tumbado sobre la inmensa cama doble de la suite a la que Deborah me condujo.
Su pelo no había crecido durante la última hora, pero al menos se había cambiado el mono naranja por un albornoz blanco, y estaba en mitad de la cama afeitado, tembloroso y sudando a base de bien con una botella medio vacía de vodka Skyy a su lado. Deborah ni siquiera aminoró la velocidad en la puerta. Cargó hacia la cama y se sentó a su lado, tomando la única mano de él en su única mano. Amor entre las ruinas.
—¿Debbie? —preguntó él con la voz temblorosa de un anciano.
—Ya estoy aquí —dijo ella—. Ahora duérmete.
—Creo que no soy tan bueno como pensaba —dijo.
—Duerme —dijo ella. Se acomodó a su lado sin soltarle la mano.
Les dejé así.
27
Al día siguiente dormí hasta tarde. Al fin y al cabo, ¿no me lo había ganado? Y aunque llegué al trabajo alrededor de las diez, me adelanté bastante a Vince, Camilla o Angel-nada-que-ver, que por lo visto habían llamado diciendo que estaban indispuestos. Una hora y cuarenta y cinco minutos después apareció por fin Vince, con semblante verdoso y muy anciano.
—¡Vince! —dije con alegría, y él se encogió y se apoyó en la pared con los ojos cerrados—. Quiero darte las gracias por tu épica fiesta.
—Dámelas en voz baja —graznó.
—Gracias —susurré.
—De nada —susurró a su vez, y se alejó tambaleante hacia su cubículo.
Fue un día de una tranquilidad pasmosa, con lo cual quiero decir que, aparte de la escasez de casos nuevos, la zona forense estuvo silenciosa como una tumba, y de vez en cuando pasaba flotando un fantasma verdoso, sufriendo en silencio. Por suerte, había poco trabajo. A las cinco ya había puesto al día mis papeles y ordenado todos mis lápices. Rita había llamado a la hora de comer para pedirme que fuera a cenar. Pensé que tal vez quería asegurarse de que una stripper no me hubiera secuestrado, así que acepté la invitación. No tuve noticias de Debs, pero tampoco era necesario. Estaba convencido de que se encontraba con Chutsky en la suite. Pero estaba un poco preocupado, puesto que el doctor Danco conocía su paradero y tal vez fuera en busca de su proyecto perdido. Por otra parte, tenía al sargento Doakes para jugar, lo cual debería mantenerle ocupado y feliz durante varios días.
De todos modos, por pura precaución, llamé al móvil de Deborah. Contestó al cuarto timbrazo.
—¿Qué? —dijo.
—Recordarás que al doctor Danco no le costó nada entrar ahí la primera vez —dije.
—Yo no estaba aquí la primera vez —replicó. Lo dijo con tal ferocidad que tuve que confiar en que no dispararía contra alguien del servicio de habitaciones.
—Muy bien —dije—. Manten los ojos abiertos.
—No te preocupes —dijo. Oí que Chutsky murmuraba irritado al fondo—. He de colgar. Te llamaré más tarde.
Colgó.
La hora punta nocturna estaba en pleno apogeo cuando me dirigí hacia casa de Rita, y me descubrí canturreando alegremente cuando un hombre de cara congestionada me adelantó sin poner el intermitente y me hizo un corte de mangas. No era tan sólo la sensación de estar en casa cuando me veo rodeado por el tráfico homicida de Miami. Sentía que me había quitado un gran peso de encima. Y así era, por supuesto. Iría a casa de Rita y no habría ningún Taurus marrón aparcado al otro lado de la calle. Podía volver a mi apartamento, libre de mi sombra tenaz. Y lo más importante, podía ir a dar una vuelta con el Oscuro Pasajero, y estaríamos solos para pasar un rato de calidad muy necesario. El sargento Doakes había desaparecido de mi vida, y pronto, suponía, también de la suya.