Me sentía como embriagado cuando bajé por South Dixie y giré en dirección a casa de Rita. Estaba libre, y también libre de obligaciones, pues cabía esperar que Chutsky y Deborah se quedarían quietecitos una temporada para recuperarse. En cuanto al doctor Danco… Es cierto que tenía cierto interés en conocerle, e incluso ahora sacrificaría algunos momentos de mi apretada agenda social para pasar un cariñoso rato de calidad con él, pero estaba convencido de que la misteriosa agencia de Washington de Chutsky enviaría a alguien más a lidiar con él, y no querrían que me entrometiera ni les diera consejos. Descartada esa posibilidad, Doakes eliminado, volvía al Plan A, libre para facilitar la prejubilación a Reiker. Quien tuviera que afrontar ahora el problema del doctor Danco, no sería Dexter el Alegre Licenciado.
Estaba tan contento que besé a Rita cuando abrió la puerta, aunque no había nadie mirando. Y después de cenar, mientras Rita lavaba los platos, salí al patio otra vez y jugué al escondite con los niños del vecindario. Esta vez, no obstante, me unía algo más a Cody y Astor, y nuestro pequeño secretito añadía un toque de entusiasmo. Casi era divertido verles seguir los pasos a los otros niños, mis pequeños depredadores en ciernes.
Sin embargo, después de media hora de perseguir y dar saltitos, quedó claro que estábamos en desventaja numérica en relación con unos depredadores todavía más sigilosos: mosquitos, miles de millones de repugnantes vampiros, todos poseídos por un hambre feroz. Por lo tanto, débiles a causa de la pérdida de sangre, Cody, Astor y yo volvimos a casa y nos reunimos alrededor de la mesa del comedor para una sesión de ahorcado.
—Yo empiezo —anunció Astor—. De todos modos, es mi turno.
—El mío —dijo Cody, malhumorado.
—Noooo. De todos modos, tengo una. Cinco letras.
—La C —dijo Cody.
—¡No! ¡Cabeza! ¡Ja!
Astor lanzó un aullido de triunfo y dibujó la cabecita redonda.
—Deberías preguntar primero las vocales —dije a Cody.
—¿Qué? —preguntó en voz baja.
—A, E, I, O, U, y a veces Y —le dijo Astor—. Todo el mundo lo sabe.
—¿Hay una E? —le pregunté, y su alegría se disipó un poco.
—Sí —dijo Astor, enfurruñada, y escribió una E en la raya de en medio.
—Ja —dijo Cody.
Jugamos durante casi una hora antes de que se acostaran. Mi noche mágica llegó a su final demasiado pronto, y me encontré de nuevo en el sofá con Rita. Pero esta vez, libre como estaba de ojos inquisidores, fue tarea fácil para mí liberarme de sus tentáculos y marcharme a casa, y a mi camita, con la excusa bienintencionada de que me había pasado en la fiesta de Vince y mañana tenía mucho trabajo. Y así me fui, solo en la noche, sólo mi eco, mi sombra y yo.
Faltaban dos noches para la luna llena, y ya me ocuparía yo de que la espera valiera la pena. No pasaría esta luna llena con Miller Lite, sino con Reiker Photography, Inc. Dentro de dos noches soltaría por fin al Oscuro Pasajero, me metería en mi verdadero yo y tiraría el disfraz manchado de sudor del Querido y Devoto Dexter a la basura.
Primero necesitaba encontrar pruebas, por supuesto, pero estaba seguro de que las conseguiría. Al fin y al cabo, tenía todo un día para eso, y cuando el Oscuro Pasajero y yo trabajamos en comandita, todas las piezas parecen encajar en su sitio.
Henchido de tales pensamientos dichosos sobre oscuros placeres volví a mi cómodo apartamento y me metí en la cama, para dormir el sueño sin sueños de los justos.
A la mañana siguiente, mi ofensivo buen humor continuaba. Cuando paré a comprar donuts camino del trabajo, cedí a un impulso y compré una docena entera, incluidos varios rellenos de crema y recubiertos de chocolate, un gesto extravagante que Vince, el cual se había recuperado por fin, no pasó por alto.
—Caramba —dijo con las cejas enarcadas—. Has hecho bien, oh, poderoso cazador.
—Los dioses de la selva nos han sonreído —dije—. ¿Rellenos de crema o de mermelada de frambuesa?
—Rellenos de crema, por supuesto —dijo.
El día transcurrió con celeridad, con sólo un desplazamiento al escenario de un homicidio, un despiece rutinario con herramientas de jardinería. Era un trabajo de aficionado. El muy idiota había intentado utilizar unas tijeras de podar eléctricas, y sólo consiguió darme más trabajo, antes de liquidar a su mujer con la podadera. Un desastre muy desagradable, y lo cazaron en el aeropuerto porque se lo tenía bien merecido. Un despiece bien hecho es pulcro antes que nada, eso digo yo siempre. Nada de charcos de sangre y carne pegoteada en las paredes. Demuestra una verdadera falta de clase.
Terminé justo a tiempo de volver a mi cubículo del laboratorio forense y dejar las notas sobre el escritorio. Las pasaría a máquina y acabaría el informe el lunes, sin prisas. Ni el asesino ni la víctima iban a ir demasiado lejos.
Salí por la puerta al aparcamiento y subí al coche, libre para vagar por la tierra tal como me apeteciera. Nadie que me siguiera, me empapuzara de cervezas o me obligara a hacer cosas que prefería evitar. Nadie que arrojara luz no deseada sobre las sombras de Dexter. Podía ser yo de nuevo, Dexter Desencadenado, y la idea era mucho más embriagadora que toda la cerveza y la simpatía de Rita. Hacía mucho tiempo que no me sentía así, y me prometí que nunca más le concedería menos importancia de la debida.
Un coche se estaba incendiando en la esquina de Douglas con Grand, y una multitud pequeña pero entusiasta se había congregado para mirar. Compartí su alegría mientras me abría paso entre el embotellamiento de tráfico causado por los vehículos de urgencias y me dirigí a casa.
Cuando llegué pedí una pizza por teléfono y tomé algunas notas minuciosas sobre Reiker: dónde buscar pruebas, cuáles bastarían. Un par de botas de vaquero rojas sería un buen comienzo. Estaba casi seguro de que era él. Los depredadores pedófilos son proclives a combinar el trabajo y el placer, y la fotografía infantil era un ejemplo perfecto. Pero «casi seguro» no era suficiente. Por lo tanto, organicé mis pensamientos en un pulcro expediente (nada acusador, por supuesto, y todo sería destruido con el mayor cuidado antes de que empezara el espectáculo). El lunes por la mañana no habría el menor indicio de lo que había hecho, salvo una nueva placa de cristal en la caja de mi estante. Dediqué una feliz hora a planificar y a comer una enorme pizza de anchoas, y después, como la luna casi llena empezaba a murmurar a través de la ventana, me sentí inquieto. Notaba que los dedos helados de la luz de la luna me acariciaban, me hacían cosquillas en la columna, me animaban a salir a la noche para estirar los músculos de depredador que habían estado dormidos durante tanto tiempo.
¿Y por qué no? No haría ningún daño salir a la noche risueña y echar un vistazo o dos. Acechar, vigilar sin ser visto, seguir el rastro de Reiker y olfatear el viento. Sería tan prudente como divertido. Dexter el Oscuro Explorador debía estar Siempre Listo. Además, era viernes por la noche. Era muy posible que Reiker fuera a salir de casa para practicar alguna actividad social, como visitar la juguetería, por ejemplo. Si salía, yo entraría en su casa y echaría una ojeada.
Así que me vestí con mis mejores ropajes nocturnos y abandoné el apartamento, subí por Main Highway, atravesé el Grove hasta Tigertail Avenue y bajé hasta la modesta casa donde Reiker vivía. Era un barrio de pequeñas casas de bloques de cemento, y la suya no parecía muy diferente de las demás, apartada de la calle justo para permitirse un pequeño camino de entrada. Vi su coche aparcado, un pequeño Kia rojo, lo cual me provocó una oleada de esperanza. Rojo, como las botas. Era su color, la señal de que iba por buen camino.