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Me senté en el sofá y miré la cerveza que sostenía en la mano. No soy bebedor. De hecho, beber no es una costumbre recomendable para los depredadores. Entorpece los reflejos, embota las percepciones y deshace la enmarañada trama de la cautela, lo cual siempre me ha sonado como algo muy malo. Pero aquí estaba yo, un diablo en vacaciones, a punto de cometer el sacrificio definitivo, al desprenderme de mis poderes y convertirme en humano. Por eso una cerveza era lo más adecuado para el Dipsofóbico Dexter.

Tomé un sorbo. El sabor era amargo y flojo, como acabaría yo ■ tenía que mantener al Oscuro Pasajero sujeto a su asiento con el cinturón de seguridad durante mucho tiempo. De todos modos, supongo que la cerveza es un gusto adquirido. Tomé otro sorbo. Sentí que resbalaba garganta abajo y se depositaba en mi estómago, y pensé que con todos los nervios y frustraciones del día no había comido nada. Pero qué demonios, sólo era una cerveza sin alcohol, o como proclamaba con orgullo: cerveza «ligera». Supongo que debería sentirme muy agradecido por el hecho de que no hubieran pensado en una forma más ladina de anunciar cerveza.

Tomé un gran sorbo. No era tan mala cuando te acostumbrabas. Caramba, era muy relajante. Yo, en cualquier caso, me sentía más relajado a cada sorbo que daba. Otro trago refrescante. No recordaba que hubiera sabido tan bien cuando la probé en la universidad. Entonces era un crío, por supuesto, no el maduro, trabajador y honrado ciudadano que era ahora. Incliné la lata, pero no salió nada.

Bien… La lata estaba vacía. Pero yo seguía sediento. ¿Podía tolerarse esta situación tan desagradable? Decidí que no. Absolutamente intolerable. De hecho, no pensaba tolerarla. Me levanté y me dirigí a la cocina con firmeza y determinación. Había varias latas más de cerveza «ligera» en la nevera, y me llevé una al sofá.

Me senté. Abrí la cerveza. Tomé un sorbo. Mucho mejor. Que le den a ese Doakes. Tal vez debería llevarle una cerveza. Tal vez le relajaría, le tranquilizaría y daría por concluido el asunto. Al fin y al cabo, estábamos en el mismo bando, ¿verdad?

Bebí. Rita volvió con unos pantalones vaqueros cortos y un top blanco con un diminuto lazo de raso en el escote. Tuve que admitir que estaba muy guapa. Yo era muy bueno a la hora de elegir disfraces.

—Bien —dijo, mientras se sentaba en el sofá a mi lado—, me alegro de verte, así como caído del cielo.

—No me cabe duda —dije.

Ladeó la cabeza y me miró de una forma rara.

—¿Has tenido un mal día en el trabajo?

—Un día espantoso —dije, y tomé un sorbo—. Tuve que soltar a un chico malo. Un chico muy malo.

—Oh. —Frunció el ceño—. ¿Por qué…? Quiero decir, ¿no pudiste…?

—No fue por falta de ganas —dije—. Pero no pude. —Alcé la cerveza hacia ella—. Política. Tomé un sorbo. Rita meneó la cabeza.

—Aún no me he acostumbrado a la idea de que, de que… O sea, desde fuera todo parece dicho y hecho. Encuentras al malo, lo encarcelas. Pero ¿política? O sea, con… ¿Qué hizo?

—Contribuyó a matar algunos niños —dije.

—Oh —exclamó ella, con aspecto impresionado—. Dios mío, algo podrás hacer.

Le sonreí. Caramba, lo había captado a la primera. Menuda chavala. ¿No les he dicho que sabía elegir?

—Has puesto el dedo en la llaga —dije, y tomé su mano para echar un vistazo al dedo—. Sí hay algo que puedo hacer. Y muy bien, además. —Palmeé su mano y derramé un poco de cerveza—. Sabía que lo entenderías.

Ella parecía confusa.

—Oh —dijo—. ¿Qué clase de…? O sea, ¿qué harás?

Tomé un sorbo. ¿Por qué no decírselo? Me daba cuenta de que había captado la idea. ¿Por qué no? Abrí la boca, pero antes de que pudiera susurrar una sílaba sobre el Oscuro Pasajero y mi inofensiva afición, Cody y Astor entraron corriendo en la sala, pararon en seco cuando me vieron y pasearon la vista entre su madre y yo.

—Hola, Dexter —dijo Astor. Dio un codazo a su hermano.

—Hola —dijo en voz baja. No hablaba mucho. De hecho, casi nunca decía nada. Pobre chico. Todo el rollo de su padre le había sentado muy mal—. ¿Estás borracho? —me preguntó. Para él, era como un gran discurso.

—¡Cody! —dijo Rita. La tranquilicé con un gesto y me volví hacia él.

—¿Borracho? —dije—. ¿Yo?

El chaval asintió.

—Sí.

—Por supuesto que no —dije con firmeza, y le dediqué mi fruncimiento de ceño más digno—. Tal vez un poco achispado, pero no es lo mismo.

—Ah —dijo.

—¿Vas a quedarte a cenar? —gorjeó su hermana.

—Creo que debería marcharme —dije, pero Rita apoyó una mano en mi hombro con una firmeza sorprendente.

—No vas a conducir así —dijo. —¿Cómo?

—Achispado —dijo Cody.

—Yo no estoy achispado —contesté.

—Has dicho que sí —repuso Cody. No podía recordar la última vez que le había oído decir cuatro palabras seguidas, y me sentí muy orgulloso de él.

—Tiene razón —añadió Astor—. Dijiste que no estabas borracho, sino sólo un poco achispado.

—¿Yo dije eso? —Ambos asintieron—. Vaya, pues…

—Vaya, pues —gorjeó Rita—. Creo que vas a quedarte a cenar.

Vaya pues. Creo que lo hice. Estoy muy seguro, en cualquier caso. Sé que en algún momento fui a la nevera en busca de una cerveza «ligera» y descubrí que habían desaparecido todas. Y un rato después volvía a estar sentado en el sofá. La televisión estaba encendida y yo intentaba dilucidar qué estaban diciendo los actores y por qué una multitud invisible pensaba que eran los diálogos más hilarantes de todos los tiempos. Rita se sentó en el sofá a mi lado.

—Los niños están acostados —dijo—. ¿Cómo te encuentras?

—Maravillosamente —contesté—. Ojalá supiera de qué se ríen. Rita apoyó una mano en mi hombro.

—Te molesta de verdad, ¿eh? Dejar en libertad al malo. Niños… —se acercó más y me rodeó con su brazo, para luego apoyar la cabeza sobre mi hombro—. Eres un tipo estupendo, Dexter.

—No, no lo soy —dije, y me pregunté por qué decía ella algo tan extraño.

Rita se incorporó y paseó la vista entre mi ojo derecho y mi ojo izquierdo, y luego al revés.

—Pero es que lo eres, y tú lo SABES. —Sonrió y volvió a apoyar su cabeza en mi hombro—. Creo que es… estupendo que vinieras. A verme. Cuando te sentías tan mal.

Empecé a decirle que eso no era cierto, pero entonces me asaltó la idea: había venido aquí cuando me sentía mal. Sí, sólo había sido para que Doakes se aburriera y se largara, después de la terrible frustración de perderme mi cita con Reiker. Pero al final había resultado que, después de todo, era una buena idea, ¿verdad? La buena de Rita. Era muy cariñosa y olía de maravilla.

—La buena de Rita —dije. La apreté contra mí con fuerza y apoyé la mejilla sobre su cabeza.

Estuvimos así unos minutos, y después Rita se puso en pie y me ayudó a levantar.

—Vamos —dijo—. Te llevaré a la cama.

Así lo hicimos, y cuando me deslicé bajo las sábanas y ella se enroscó a mi lado, se mostró tan agradable y olía tan bien y se me antojó tan tierna y confortable que…

Bien. La cerveza es algo asombroso, ¿verdad?

6

Desperté con dolor de cabeza, una tremenda sensación de odio dirigido contra mí mismo y cierta desorientación. Había una sábana de color rosa apoyada contra mi mejilla. Mis sábanas, las sábanas con las que despierto cada día en mi cama individual, no eran de color rosa, y no olían así. Este colchón parecía demasiado espacioso para mi modesta cama, y la verdad…, estaba muy seguro de que esto no era producto de mi dolor de cabeza.