– Que te lleve el chofer, Alicia -baló el Coronel-. Pero que venga pronto, eso sí, lo necesito. Dile a qué hora quieres que te recoja.
La muchacha cerró la puerta de un tirón y desapareció sin -despedirse. «Tu hija nos venga», pensó Lituma.
– O sea que -comenzó a decir el Teniente, pero el Coronel Mindreau le impidió proseguir.
– Eso que usted ha dicho es un disparate -sentenció, recobrando el rubor de las mejillas.
– ¿Perdón, mi Coronel?
– ¿Cuáles son las pruebas, los testigos? -El Jefe -de la Base se volvió a Lituma y lo escrutó como a un insecto-. ¿De dónde ha sacado usted que Palomino Molero tenía amores con una señora de la Base Aérea de Piura?
– No tengo pruebas, mi Coronel -balbuceó el guardia, asustado-. Averigüé que se iba a dar serenatas en secreto por ahí.
– ¿A la Base Aérea de Piura? -deletreó el Coronel-. ¿Sabe usted quiénes viven allá? Las familias de los oficiales. No las de los avioneros ni las de los clases. Sólo las madres, esposas, hermanas e hijas de los oficiales. ¿Está usted insinuando que ese avionero tenía amores adúlteros con la esposa de un oficial?
Un racista de mierda. Eso es lo que era: un racista de mierda.
– Podría ser con alguna sirvienta, mi Coronel -oyó Lituma que decía el Teniente Silva. Se lo agradeció con toda el alma, porque se sentía -acorralado y mudo ante el furor frío del aviador-. Con alguna cocinera o niñera de la Base. No estamos sugiriendo nada, sólo tratando de esclarecer este crimen, mi Coronel, Es nuestra obligación. La muerte de ese muchacho ha provocado malestar en todo Talara. Hay habladurías, dicen que la Guardia Civil no hace nada porque hay complicados peces gordos. Estamos algo perdidos y por eso exploramos cualquier indicio que se presente. No es para tomarlo a mal, mi Coronel.
El Jefe de la Base asintió. Lituma notó el esfuerzo que hacía para aplacar su mal humor.
– No sé si usted sabe que yo he sido jefe de la Base Aérea de Piura hasta hace tres meses -dijo, casi sin abrir la boca-. Serví allá dos años. Sé la vida y milagros de esa Base, porque ha sido mi hogar. Que un avionero haya podido tener amores adúlteros con la esposa de uno de mis oficiales es algo que nadie va a decir en mi presencia, a no ser que pueda probarlo.
– No he dicho que sea la esposa de un oficial -se atrevió a musitar Lituma-. Podría ser una sirvienta, como dijo el Teniente. ¿No hay sirvientas casadas en la Base? Iba a dar serenatas allá, a ocultas. De eso sí tenemos pruebas, mi Coronel.
– Bueno, encuentren a esa sirvienta, interróguenla, interroguen a su marido sobre las supuestas amenazas a Molero y, si confiesa, tráiganmelo. -La frente del Coronel brillaba con un sudor que había brotado desde la fugaz irrupción de su hija en el despacho-.
No vuelvan más aquí, en relación a este asunto, a no ser que tengan algo concreto que pedirme.
Se puso de pie, con rapidez, dando por terminada la entrevista. Pero Lituma advirtió que el Teniente Silva no saludaba ni pedía permiso para retirarse.
– Tenemos algo concreto que pedirle, mi Coronel -dijo, sin vacilar-. Quisiéramos interrogar a los compañeros de cuadra de Palomino Molero.
De encarnada, la tez del Jefe de la Base Aérea de Talara pasó otra vez a pálida. Unas ojeras violáceas circundaron sus ojitos. «Además de conchesumadre, es medio loco», pensó Lituma. ¿Por qué se ponía así? ¿Por qué le daban esas rabietas interiores?
– Se lo voy a explicar de nuevo, ya que, por lo visto, no lo entendió la vez pasada. -El Coronel arrastraba cada palabra como si pesara muchos kilos Los Institutos Armados gozan de fueros; tienen sus tribunales donde sus miembros son juzgados y sentenciados. ¿No le enseñaron eso en la Escuela de la Guardia Civil? Bien, se lo enseño yo ahora, entonces. Cuando se suscitan problemas de índole delictiva, las investigaciones las hacen los propios Institutos Armados. Palomino Molero murió en circunstancias no aclaradas, fuera de la Base, cuando se encontraba en condición de prófugo del servicio. Ya he elevado el informe debido a la superioridad. Si la jefatura lo considera oportuno, ordenará una nueva investigación, a través de sus propios organismos y trasladará todo el expediente al Poder Judiciaclass="underline" Pero mientras no venga una orden de este tipo, del Ministerio de Aviación o del Comandó Supremo de las Fuerzas Armadas, ningún guardia civil va a violar los fueros castrenses en una Base a mi mando. ¿Está claro, Teniente Silva? Contésteme. ¿Está claro?
– Muy claro, mi Coronel -dijo el Teniente.
El Coronel Mindreau señaló la puerta con ademán terminante:
– Entonces, pueden ustedes retirarse.
Esta vez, Lituma vio que el Teniente Silva hacía chocar los tacos y pedía permiso. Lo imitó y salieron. Afuera, se calaron los quepis. A pesar de que el sol golpeaba más fuerte que cuando llegaron y que la atmósfera era más opresiva que en el despacho, a Lituma le pareció refrescante, liberador, estar al aire libre. Respiró hondo. Era como salir de la cárcel, carajo. Cruzaron los patios de la Base hacia la Prevención, callados, ¿Se sentía el Teniente Silva tan abatido y maltratado como él por la forma como los había recibido el Jefe de la Base?
En la Prevención, los esperaba una nueva contrariedad. Don Jerónimo se había marchado. No tenían más remedio que regresar al pueblo a patita. Una hora de caminata, por lo menos, sudando la gota gorda y tragando tierra.
Echaron a andar por el centro de la carretera, siempre mudos, y Lituma pensó: «Después del almuerzo, dormiré una siesta de tres horas.» Tenía una capacidad ilimitada para dormir, a cualquier hora y en cualquier postura, y nada lo curaba mejor de esos estados de ánimo como un buen sueño.
La carretera serpenteaba lentamente, descendiendo a Talara por un terreno ocre, sin una sola mata verde, entre pedruscos y rocas de todas las formas y tamaños.
El pueblo era una mancha lívida y metálica, allá abajo, junto a un mar verde plomizo, sin olas. En la intensa resolana apenas se distinguían los perfiles de las casas y los postes del alumbrado.
– Qué mal rato nos hizo pasar ¿no, mi Teniente? -dijo, secándose la frente con un pañuelo-. Nunca he conocido a un tipo tan malagracia. ¿Usted cree que odia a la Guardia Civil de puro racista o por alguna cosa en especial? ¿O tratará con esa patanería a todo el mundo? Le juro que nadie me ha hecho tragar tanta saliva amarga como este calvito.
– Huevadas, Lituma -dijo el Teniente, frotándose en la camisa el anillo de oro macizo, con una piedra roja, de su promoción-. Para mí, la entrevista con Mindreau fue cojonuda.
– ¿Me está tomando el pelo, mi Teniente? Qué bueno que le queden ánimos para bromear. Lo que es yo, me quedé con el alma en los pies por culpa de esa entrevista.
– Eres pichón en estas lides, Lituma -se rió el Teniente-. Tienes mucho que aprender. Fue una entrevista de la puta madre, te aseguro. Utilísima.
– Entonces, no entendí nada, mi Teniente. A mí me pareció que el Coronel nos basureaba a su gusto, que nos trató peor que a sus sirvientes. ¿Acaso aceptó lo que fuimos a pedirle?
– Ésas son las puras apariencias, Lituma -volvió a soltar la carcajada el Teniente Silva-. Para mí, el Coronel habló como una lorita borracha.
Se volvió a reír, con la boca abierta, e hizo sonar los nudillos, aplastándoselos.
– Antes, yo creía que él no sabía nada, que nos jodía la vida por el cuento ese de los fueros, por susceptibilidad castrense -explicó el Teniente Silva-. Ahora, estoy seguro que sabe mucho y tal vez todo lo que pasó.
Lituma se volvió a mirarlo. Adivinó que, bajo los anteojos oscuros, los ojitos del oficial estaban, como su cara y su voz, hechos unas pascuas.
– ¿Que sabe quiénes mataron a Palomino Molero? -preguntó-. ¿Cree usted que el Coronel lo sabe?
– No sé qué sabe, pero sabe un chuchonal de cosas -asintió el Teniente-. Está tapando a alguien. ¿Por qué se iba a poner tan nervioso, si no? ¿No te diste cuenta acaso? Qué poco observador, Lituma, no mereces estar en la Benemérita. Esas rabietas, esas majaderías ¿qué crees que eran? Pretextos para disimular lo mal que se sentía. Así es, Lituma. No fue él quien nos hizo cagar parados. Fuimos nosotros los que le hicimos pasar un rato horrible.