Выбрать главу

El dibujo empezaba a parecerse.

– Hemos llegado a los ojos.

– Eso será más difícil. No pude vérselos. El tipo iba con la mirada clavada en el asfalto y, dentro del banco, estuvo más bien de espaldas a mí.

– Qué pena. Pero la cajera los vio, y luego le tocará a ella.

– Es más que una pena, es una catástrofe que no me quedara un rato más. Tengo edad suficiente para tomar en serio mi intuición.

– Bueno, uno no puede con todo. ¿La nariz?

– Muy corta y bastante ancha. Un poco afro también la nariz.

– ¿La boca?

– Boca pequeña, como si estuviera de morros.

– ¿Las cejas?

– Más oscuras que el pelo. Rectas. Anchas. Casi unicejo.

– ¿Los pómulos?

– Invisibles. La cara demasiado carnosa.

– ¿Ningún rasgo característico en la piel?

– Ninguno en absoluto. Piel tersa. Nada de barba visible. Ninguna sombra sobre el labio superior. Recién afeitado.

– O mal equipado por parte de la naturaleza. ¿Algo especial en la ropa?

– No que yo recuerde. Y, sin embargo, había algo.

– ¿Como qué?

– Como si no fuera su ropa. Como si él no vistiera así. Era como anticuada.

– Lo más probable es que ya se haya cambiado. ¿Calzado?

– Zapatos marrones con cordones.

– ¿Y las manos?

– No se las vi. Si guardan proporción con el resto del cuerpo, son cortas y redondas.

– ¿Y la edad, Konrad?

– Entre diecinueve y… veinticuatro.

Una vez más tuvo que cerrar los ojos para excluir de su vista al dibujante.

– ¿Altura?

– Bastante más bajo que yo.

– Todo el mundo es más bajo que tú -comentó el Esbozo secamente.

– Tal vez un metro setenta.

– ¿Peso?

– De complexión fuerte. Más de ochenta kilos, creo. No me has preguntado por las orejas -dijo Sejer.

– ¿Cómo eran sus orejas?

– Pequeñas y bien formadas. Lóbulos redondeados. Sin pendientes.

Sejer se echó hacia atrás en la silla y sonrió contento.

– Ya solo falta averiguar a qué partido vota.

El dibujante se rió entre dientes.

– ¿Tú qué crees?

– Supongo que no vota.

– ¿Qué pudiste ver de la rehén?

– Casi nada. Estaba de espaldas. Tendrás que hablar con la cajera -añadió-. Esperemos que tenga aguante.

Gurvin esperaba al inspector jefe, pero, como a primera hora de la mañana se había cometido un atraco a mano armada en el centro, solo habían enviado a un sargento raso a recoger el informe.

Jacob Skarre parecía un monaguillo adolescente, con rizos rubios y delicadas facciones. El uniforme le sentaba muy bien, parecía hecho a medida para su cuerpo esbelto. Sin embargo, Gurvin nunca se sentía a gusto con esa prenda. O tal vez era por su figura. Lo cierto era que el uniforme no se le adaptaba al cuerpo.

La expresión satisfecha del rostro del joven policía le hizo sentirse incómodo. Inconscientemente, le hizo reflexionar sobre su propia vida. De todos modos, lo hacía a intervalos regulares, pero le gustaba decidir por su cuenta cuándo.

Su primera sensación de espanto por el asesinato de Halldis se había atenuado. Gurvin estaba siendo objeto de más atención de lo que lo había sido en mucho tiempo. Tuvo que admitir para sus adentros que le gustaba. Pero conocía a Halldis. De repente se acordó de algo que ella solía decir cuando, de chico, él y sus amigos se presentaban en su casa para pedirle alguna cosa.

¡Sois demasiados! ¡Cuando yo era joven, solo sobrevivían los chiquillos más duros!

– ¿Qué te parece? -preguntó Gurvin prudentemente, al descubrir el paquete de tabaco de Skarre que sobresalía del bolsillo de su camisa-. ¿Nos atrevemos a infringir la ley antitabaco?

Skarre asintió con la cabeza y se sacó el paquete del bolsillo.

– Yo me crié con Halldis y Thorvald -empezó a decir Gurvin, inhalando el humo-. Nos dejaban coger frambuesas y ruibarbo detrás de la leñera. Y tampoco era tan vieja. Setenta y seis no son nada. Estaba en forma. Y Thorvald, también. Pero murió de un infarto hace siete años.

– ¿De modo que vivía sola?

Skarre sopló el humo hacia el techo.

– No tuvieron hijos. Su único familiar era una hermana más pequeña que vivía en Hammerfest.

– Has hecho un informe, ¿verdad? -preguntó Skarre-. ¿Puedo verlo?

Gurvin sacó una carpeta de plástico del cajón del escritorio y se la dio. Skarre leyó el informe minuciosamente.

– «Todavía no se sabe si falta algo de la vivienda.» ¿Habéis comprobado cajones y armarios?

– ¿Sabes? -dijo Gurvin-. La verdad es que Halldis tenía muchos objetos de plata…, cubertería y cosas así. Todo seguía allí, en un armario del salón. Y lo mismo algunas joyas que guardaba en el dormitorio.

– ¿Y dinero en efectivo?

– No sabemos si tenía.

– Pero, ¿habéis encontrado su bolso, por ejemplo?

– Estaba colgado de una percha en el dormitorio.

– ¿Y alguna cartera?

– No hemos encontrado ninguna cartera, es verdad.

– Algunos no buscan más que dinero en efectivo -señaló Skarre-. Como, por ejemplo, los que tienen problemas para vender los objetos de valor, los tipos que no tienen contactos. Puede que no fuera su intención matarla. Tal vez se viera sorprendido. Quizá la mujer estuviera fuera y él se metiera en la cocina a sus espaldas.

– Y entonces, inesperadamente, ella apareciera en la cocina, ¿es eso lo que quieres decir?

– Sí, por ejemplo. Tenemos que averiguar si se ha sustraído dinero en efectivo. ¿Ella misma se ocupaba de las compras y esas cosas?

– Iba a la ciudad muy de vez en cuando, siempre en taxi. Pero el tendero del lugar le subía la compra hasta la granja una vez por semana.

– Así que el tendero le entregaba la compra en casa. ¿Le pagaba al contado? ¿O iba anotándolo todo en un libro?

– No lo sé.

– Llámalo -dijo Skarre-. Tal vez sepa dónde guardaba Halldis el dinero, si es que ella le tenía suficiente confianza.

– Yo diría que sí -contestó Gurvin cogiendo el teléfono. Consiguió hablar con el tendero y estuvo murmurando un rato en el auricular-. Dice que Halldis solía tener una cartera en la panera, una panera de metal que hay en la encimera de la cocina. De hecho, yo abrí esa panera. Dentro no había más que medio pan. Me ha dicho que era roja, con un dibujo imitando piel de cocodrilo y un cierre de latón.

Skarre volvió a hojear el informe.

– Se dice que alguien llamado Errki Johrma fue visto cerca de la granja. Háblame de él. Y ese chico que lo vio, ¿es de fiar?

– Eso es discutible.

El agente sonrió al acordarse de Kannick.

– Pero si dice la verdad, se abren unas probabilidades vertiginosas. Errki estaba ingresado contra su voluntad en el psiquiátrico de Varden y ahora se ha fugado. Se ha criado aquí. En otras palabras: no sería extraño que volviera a este lugar y que ahora esté errando por estos bosques.

– ¿Pero sería capaz de matar a alguien?

– Errki no es del todo normal.

– Cuéntame algo más sobre él. ¿Quién es realmente?

– Un joven de tu edad. Nacido en Valtimo, Finlandia. Se crió con los padres y una hermana más pequeña. Siempre ha sido diferente. No sé qué diagnóstico le han dado, pero al menos da la impresión de ser totalmente inaccesible. Y lleva así muchos años.

– ¿Es peligroso?

– La verdad es que no lo sabemos. Se cuentan muchas historias sobre él, pero no creo que sean todas ciertas. Se ha convertido en una figura casi mítica, de las que se usan para asustar a los chicos cuando no quieren entrar en casa por las noches. Yo mismo me incluyo.

– Pero fue internado en contra de su voluntad. ¿No significa eso que es peligroso?

– Tal vez represente ante todo un peligro para sí mismo. Lo que pasa es que, cada vez que sucede algo malo en este lugar, se le echa la culpa a Errki. Así ha sido siempre, desde que era un chiquillo. Y aunque él no tenga la culpa, parece como si se las arreglara para que acaben echándosela. No me preguntes qué quiere conseguir con ello. Y además habla solo.