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– Nos paramos. ¡Van a empezar las noticias!

Gritó muy alto, innecesariamente alto, para subrayar su posición, como si hubiese empezado a dudar de ella, y eso le asustó. Errki continuó meciéndose, ignorándole por completo.

– ¡Oye! ¡Errki!

Los tambores sonaron y dieron varios redobles. Errki se detuvo y se volvió. Detrás de él, el hombre temblaba de ira. No hay nada tan miserable como un hombre que pierde el control, pensó.

– No hace falta que hagas una demostración cada vez que te doy una orden, coño. Yo soy el jefe aquí.

Se equivoca. Él es el que tiene el revólver.

Errki apretó los labios.

– Siéntate. Hay noticias. Quiero escuchar lo que saben.

Habían llegado casi a la cima de una colina, un poco más allá había otra, de un verde suave e infinitamente lejana a través de la bruma. Morgan buscó la radio en la bolsa. Luego ajustó la antena. Errki se tumbó boca arriba en el brezo y cerró los ojos.

– Pareces un muerto así tumbado.

Morgan intentó recapacitar. Contempló a Errki con auténtico pavor.

– ¿Cómo consigues mantenerte tan blanco con un sol tan ardiente? -Se rió por lo bajo-. Pero claro, vives en otro mundo, y en ese mundo todo está jodidamente oscuro, ¿verdad?

Encontró una emisora local. Tamborileó impaciente los dedos mientras se extinguían los últimos acordes de una cuña musical.

– Y ahora, las noticias.

Se oyó crujir el papel.

– Un hombre de unos veinte años atracó el Banco Fokus esta mañana y consiguió escapar con cerca de cien mil coronas. El atraco se cometió a los pocos minutos de abrir la oficina, y el atracador se llevó a una joven como rehén al abandonar el lugar de los hechos. Por ahora no hay rastro del atracador ni de su rehén, sin embargo, la policía cuenta con una buena descripción.

Morgan frunció el ceño.

– ¿Una buena descripción?

– Salieron de la ciudad y desaparecieron en un pequeño turismo blanco, pero los controles en las carreteras no han dado resultado.

– ¿De qué están hablando? ¡No me quité el pasamontañas hasta que estuvimos fuera de su vista!

Dejó la radio en la hierba.

– ¡No es más que un bulo!

Irritado, buscó el tabaco en el bolsillo y se lió un cigarrillo. Errki escuchaba una mosca que zumbaba delante de sus ojos.

– La policía sigue sin tener pistas sobre el asesinato de una mujer de setenta y seis años, Halldis Horn, cometido ayer por la mañana. La mujer fue encontrada junto a su casa, brutalmente golpeada con un objeto cortante. La cartera de la víctima fue sustraída de la vivienda. El cadáver quedó destrozado y fue descubierto por un menor que jugaba por los alrededores.

La mirada de Morgan se volvió distante.

– Ya ves lo que quiero decir con la auténtica maldad. ¿Entiendes la diferencia? Nadie va a echar de menos el dinero que me llevé. El banco tiene sus seguros. Nadie resulta perjudicado. Y el coche no tiene ni un rasguño. Y luego están los que matan a la gente por una miserable cartera.

Errki seguía escuchando la mosca. Estaba convencido de que quería algo de él, tanta vehemencia tenía que significar algo. Y cuánto hablaba ese payaso. No había entendido el significado de la palabra, que había que conservarla y ahorrarla para momentos importantes.

– ¡Y encima, a una vieja! No puedo entender esas cosas. Tiene que haber sido un loco.

La última palabra le hizo mirar de reojo a Errki.

– Por cierto, ¿sabes hacer chozas con ramas de abeto? ¿Habrás sido scout o algo por estilo?

Errki abrió un ojo para mirarle. Morgan pensó en una lámpara tras un visillo, pues el ojo lucía con un brillo mate.

– Tendremos que buscar agua. ¿No sabrás de un arroyo por aquí? ¿O de una pequeña laguna?

Néstor estaba en cuclillas con la barbilla sobre las rodillas, como de costumbre, y se mecía hacia los lados. A Errki siempre le impresionaba esa manera de sentarse. Néstor podía pasarse así horas, sin cansarse. El Abrigo, que no se mantenía en pie solo, ni siquiera sentado, porque no contenía nada, excepto comentarios estúpidos, agitó débilmente la solapa de un bolsillo para mostrar que seguía allí y que tenía intención de seguir allí hasta que alguien lo sacara a rastras, ya que no sabía andar por su cuenta.

– ¿Te gusta el whisky? Long John Silver, cojonudamente templado.

Morgan dio una calada al cigarrillo y miró el paisaje. Se rascó las piernas porque todo el rato había alguna paja o insecto que lo irritaba. El simplemente intentar matar insectos le hacía sudar, y por un instante miró desconfiado al otro, que yacía sobre la hierba, inmóvil.

– ¿Cómo puedes estar tan quieto? -preguntó malhumorado-. Tienes un batallón de moscas delante de los ojos.

Aplastó el cigarrillo en la hierba. Se levantó de repente y fue hacia él. Se agachó, lo cogió violentamente por el hombro y lo levantó. Errki se tambaleó.

– ¡No me toques!

– ¿Conque no te gusta que te toque, eh? ¿Tienes miedo de que te contagie algo? A mí no me pasa nada, y me duché ayer, cosa que no puede decirse de ti.

Una repentina ráfaga de viento hizo que el Abrigo se tambaleara y rodara por el suelo. Errki se estremeció y levantó las manos.

– ¿Qué te pasa?

Morgan lo miró.

– ¿Te encuentras mal? No puedo conseguirte esas medicinas, pero para ser sincero, si pudiera, lo intentaría. No soy tacaño, y ese atraco… -tragó saliva con pesadez-. Tú no puedes entenderlo, pero ese atraco fue un favor a un amigo, lo creas o no.

Las palabras fueron pronunciadas con absoluta sinceridad. Errki estaba confuso. El hombre se hinchaba de repente como un airbag y, al instante siguiente, era amable como el cura de un hospital. Se volvió y echó a andar de nuevo. Andaba tan deprisa que se había alejado un buen trecho antes de que Morgan tuviera tiempo de reaccionar.

– Tranquilo, ya voy.

Pero el otro siguió andando y desapareció parcialmente detrás de unos matorrales. Morgan oyó golpes secos de ramas que se rompían.

– Espérame ahí. ¡Yo voy cargado!

Errki seguía andando sin parar. Los dos del Sótano miraron, Néstor volvió imperceptiblemente la cabeza. Tal vez hiciera una pequeña seña al Abrigo, que agitó un brazo para captarla. Parecía que los dos estaban planeando algo o que estaban tomando una decisión importante. Aceleró el paso. Eso era lo que querían para ver lo que pasaba. Detrás de él, oyó los pasos de Morgan y su aliento entrecortado. Pensó en el revólver y en lo que podía hacer en la Tierra como en el Cielo.

– ¡Errki, joder! ¡A que disparo!

Morgan corría. Se dio cuenta de que el bosque era tan espeso que el otro podía desaparecer simplemente agachándose detrás de un arbusto y quedándose inmóvil mientras él pasaba de largo. No conocía ese paraje. ¿Encontraría el camino de regreso a la carretera principal?

– Voy a disparar, Errki, tengo más balas. ¿Sabes lo que puede hacerte esta bala si te alcanza la pierna? ¡Te la pondrá del revés!

¿La pierna? Errki tuvo que concentrarse para recordar la parte de su cuerpo que se llamaba pierna. Nunca la veía, siempre estaba detrás de él. Siguió andando hasta que oyó un agudo estrépito y algo que le pasaba silbando a la altura de la oreja. La bala le envió un pequeño soplo en el momento de pasar. Al instante, penetró en el tronco de un árbol justo delante de él. Salieron astillas blancas, como pelo hirsuto. Se detuvo.