– ¿Se preocupa usted por ellos? -preguntó ella de repente.
Él tuvo que levantar la vista para ver la expresión de la cara de la mujer. En realidad, parecía estar llena de mala leche.
– Sí, me preocupo. Pero no me sobra mucho tiempo para esas cosas. Además, no soy funcionario de prisiones. Pero sé que los funcionarios de prisiones se preocupan por ellos.
– Bueno -dijo ella, encogiéndose de hombros-. Supongo que al fin y al cabo tenemos uno de los sistemas penitenciarios más humanos del mundo.
– ¿Humano?
Sejer no pudo evitar que su voz se volviera algo cortante.
– Se drogan, se escapan, saltan por las ventanas, se rompen las piernas o incluso la nuca, se vuelven locos, se violan los unos a los otros, se matan entre ellos, se matan a sí mismos. ¡Así de humano es!
Tomó aliento.
– ¡Realmente se preocupa por ellos! -sonrió ella.
– Ya se lo he dicho.
– Tenía que saberlo con seguridad.
Volvió a hacerse el silencio, y Sejer se asombró de nuevo de esa extraña conversación. Era como si a ella le faltara el respeto habitual por la autoridad que él representaba, y que siempre hacía a la gente hablar con reverencia o no decir nada en absoluto. Bueno, tendría que aguantar una excepción.
– Errki -dijo Sejer por fin-. Hábleme de Errki.
– Solo si le interesa de verdad.
– ¡Pues claro que sí!
Ella salió de la habitación.
– Vayamos a la cafetería a tomar una Coca-Cola. Tengo sed.
Se sorprendió a sí mismo siguiéndola como un perro, mientras se esforzaba por reprimir algo muy confuso, muy perturbador, que estaba dando vueltas en su cabeza, o pecho, o estómago, o donde fuera. Ya no estaba seguro de nada.
– ¿Qué dirección cree usted que tomó Errki?
– A través del bosque.
Ella señaló con el dedo, un poco a la izquierda de Varden.
– Allí hay una pequeña laguna, a la que llamamos El Pozo. Ya hemos buscado en ese lugar. Si ha seguido hacia delante, habrá llegado a la carretera principal, justo al punto donde se mete por debajo de la autovía. Si lo han visto en Finnemarka, coincide con la dirección.
Cuando unos minutos más tarde estaban sentados en la cafetería y ella echaba gotas de limón en su Coca-Cola, él preguntó con curiosidad:
– ¿Sería posible explicar a una persona normal y corriente lo que es una psicosis?
Se fijó en que la Coca-Cola se iba aclarando con el limón.
– ¿Es usted una persona normal y corriente?
Había algo burlón en su voz. Sejer no sabía si era un cumplido u otra cosa. En la confusión, se puso a tocar el teléfono móvil que llevaba en el cinturón.
– Por un lado, es imposible, es algo muy abstracto -contestó ella en voz baja-. Pero la veo como un escondite. Se trata de que todos los mecanismos normales de defensa están pisoteados. Incluso el acercamiento más inocente se percibe como un ataque del enemigo. Errki ha encontrado un escondite. Intenta sobrevivir creándose una estrategia interior de supervivencia, una especie de instancia correctora que poco a poco se va imponiendo por completo y reduce su libertad y la posibilidad de hacer sus propias elecciones. ¿Lo ha entendido?
Ella bebió un trago de Coca-Cola y se secó la boca con el dorso de la mano.
Sejer asintió con la cabeza.
– ¿Desea él salir de esa situación?
– Probablemente no, ese es el problema. Toda clase de enfermedades reporta un beneficio, claro. ¿Sabe? Alguien que te cuida cuando estás en la cama con fiebre. Es muy agradable.
Es fácil para ti decir eso, pensó él, nostálgico.
– ¿Y Errki está muy enfermo?
– Tiene bastantes problemas. Pero al menos se ha levantado de la cama. Consigue comer algo, toma sus medicinas. En otras palabras, colabora un poco.
– ¿Y… la esquizofrenia? ¿Qué es?
– La llamamos así a falta de algo más preciso, porque resulta práctico tener casillas en las que poder meter las cosas, cuando la psicosis ha durado algún tiempo en serio, digamos unos meses.
– ¿Errki lleva mucho tiempo enfermo?
– Es una de esas personas que, de alguna manera, ha sido abandonado por muchos. Ha ido de sitio en sitio como una especie de reclamación.
La doctora suspiró hondo.
– Si ha matado a esa mujer -prosiguió- me temo que ya no habrá esperanza para él. No tendrá más ayuda. No de la manera en la que quiero ayudarle.
– Pero… -la miró y levantó el vaso-. ¿Qué sabe de la causa de la enfermedad de Errki?
– No mucho. Pero tengo algunas teorías.
– ¿Puede decirme algo sobre ellas?
– A veces me he preguntado si tuvo algo que ver con la muerte de su madre.
– Según los rumores que corren, fue Errki quien la mató -dijo Sejer deprisa, un poco demasiado deprisa en realidad.
– Sí, sí, también yo lo he oído. Él mismo lo ha extendido.
– ¿Pero por qué?
– Porque cree que es así.
– ¿Y qué cree usted?
– Prefiero dejar abierta la cuestión. Todos necesitamos una oportunidad -dijo con firmeza.
Sí, pensó él. Yo también necesito una oportunidad. Pero seguramente no la aprovecharía aunque me la sirvieran en bandeja. No lleva alianza, pero eso no tiene por qué significar nada. Antes era siempre una señal segura. Resultaba muy fácil distinguir a los que no tenían pareja. Como él había hecho con Elise. Dedos largos y lisos, sin alianza. ¿En qué demonios estoy pensando?, se dijo de repente.
– ¿Cómo murió su madre? -preguntó.
– Se cayó por una escalera.
– ¿No la empujó él?
– Tenía ocho años.
– A esa edad se empuja y se salta todo el rato. Por ejemplo, sin querer o jugando. Errki estaba en la casa, ¿no?
– Fue testigo de lo que ocurrió.
– ¿Y nadie más?
– No.
– ¿Qué es lo que usted sabe exactamente?
– Casi nada. Errki estaba sentado en la escalera cuando llegó la ayuda. Seguramente llevaba mucho tiempo allí, incapaz de moverse.
Se metió una mano en el bolsillo del pantalón y sacó un paquete de tabaco light.
– Hace mucho tiempo de eso -añadió.
– Otra cosa: el agente Gurvin mencionó que Errki vivió algún tiempo en Estados Unidos.
– Vivió durante siete años en Nueva York con su padre y su hermana. Venían a Noruega regularmente, en Navidades y fechas así.
– ¿Y… es cierto que tuvo contactos con un tipo algo especial?
Ella sonrió de repente.
– No he podido comprobarlo. He hablado con su padre, y admite que no sabe muy bien lo que hacía el chico en su tiempo libre. Se preocupaba más por la hija, la hermana de Errki que, al contrario que el chico, tenía éxito en todo lo que hacía, sobre todo socialmente. Pero está usted pensando en ese mago, ¿verdad?
– Tal vez le metiera ideas extrañas en la cabeza.
– Me temo que ya las tenía. Pero, por supuesto, no mejoraría la situación. Lo peor es…
De pronto se calló y clavó la mirada en la Coca-Cola. Era evidente que estaba dudando si continuar o no, si sería traspasar el límite.
– Lo peor es -repitió- que a veces he pensado si de verdad no tiene esa capacidad. Si realmente no ve más que los demás y de hecho hace que sucedan cosas mediante una profunda concentración. No se puede explicar de otra manera el que ponga en marcha cosas con la fuerza de la mente.
Bueno, ya estaba dicho.
Sejer frunció el ceño. Qué mala suerte, ahora que esa mujer estaba empezando a gustarle, descubrir que no estaba del todo bien de la cabeza, que no era esa mujer realista e inteligente que él había pensado al principio. ¡Mala suerte!
– Cuénteme -dijo.
Ella fijó la mirada en una estatua de fuera, una estatua de una muchacha desnuda, de rodillas, mirando al recinto hospitalario.
– Le contaré cómo fue el primer encuentro que tuvimos Errki y yo. Todos los pacientes tienen su terapeuta fijo, a la vez que forman parte de un grupo con el que reciben terapia en grupo. Había llegado el día y la hora. Estaba sentada en mi despacho esperando, quería comprobar si Errki lograba llegar puntual después de haberle enseñado dónde estaba. Y llegó justo a la hora. Señalé el sofá que hay junto a la ventana y él se sentó o, mejor dicho, más bien se tumbó y se quedó callado. No pude ver sus ojos. La habitación estaba en silencio. Hay algo mágico justo en ese momento, en el primer encuentro entre médico y paciente, las primeras palabras.