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Errki se echó hacia un lado y se encogió, listo para atacar. Morgan vaciló y lo miró desconfiado, pero siguió avanzando. Entonces Errki se lanzó hacia delante y hacia arriba como una fiera. De súbito hincó los dientes en la nariz de Errki. Las mandíbulas se le cerraron como tijeras y notó cómo los dientes afilados atravesaban la piel y el cartílago y llegaban hasta el hueso. Morgan se tambaleó, intentando mantener el equilibrio, mientras agitaba violentamente los brazos, pero Errki seguía colgado de él y así estuvo un buen rato hasta que volvió en sí. Entonces por fin lo soltó.

De Morgan no salió ni una palabra, no al principio. Miró sorprendido a Errki, y transcurrieron un par de segundos hasta que comprendió lo que había sucedido. La punta de la nariz estaba suelta, casi colgando. Luego llegó la sangre. Morgan gritó. Levantó las manos y se las llevó a la nariz, notó cómo chorreaba la sangre, notó el sabor a ella en la boca, seguido de un extraño entumecimiento.

– ¡Ay, Dios mío! -chilló, arrodillándose-. ¡Errki! ¡Ayúdame, estoy sangrando!

Tenía una pinta deplorable: arrodillado en el brezo, tapándose la nariz con las manos y chorreando sangre. Errki se quedó mirándolo fijamente mientras se mecía sin cesar, por un lado aterrado ante tanta sangre, y por otro más tranquilo porque se había defendido a mordiscos. Ahora todo sería diferente. Oyó los ruidos procedentes del Sótano, estaban contentísimos con su esfuerzo, lo vitorearon como a un héroe, los aplausos no cesaban.

– No tenías que haberte puesto tan pesado conmigo. ¡No lo soporto!

Ahora vas a llorar de nuevo. Qué asco.

– ¡Se me infectará la herida!

Morgan sollozaba y gemía.

– ¿Eres capaz de comprender lo que has hecho? Estás loco de remate. Lo que tienes que hacer es volver al puto manicomio. ¡Me voy a morir de esto, coño!

– Intenté avisarte -dijo Errki con serenidad- pero no quisiste escucharme.

– ¡Dios mío, qué puedo hacer!

– Puedes ponerte un trozo de musgo sobre la herida -sugirió Errki.

Lo que estaba viendo era realmente algo inusuaclass="underline" Morgan con esos pantalones cortos tan chillones y la nariz suelta.

– Muchas partes del mundo están en guerra -sentenció muy serio.

– ¡No tengo nada con qué limpiar la herida, coño! ¿No sabes lo peligrosa que es la mordedura humana? Nunca se cerrará. ¡Maldito loco!

– Eres diferente cuando estás asustado.

– ¡Cállate la boca!

– Te habrán puesto la vacuna del tétanos como a todo el mundo, ¿no?

Morgan no contestó. Errki pensó que ya era hora. Hablaba demasiado, y esa casa de allí arriba ya estaba llena de la basura de ese hombre.

– Hace años -sollozó Morgan-. Puede que ya no tenga efecto. En solo unas horas puede convertirse en septicemia. ¡No sabes lo que has hecho! ¡Estúpido!

– Límpiala con whisky -sugirió Errki con aire indulgente-. Te dejo mis calzoncillos para hacer una venda.

– ¡Cállate ya, me oyes! ¡Joder, no aguanto más esto!

Morgan empezó de repente a tantear el brezo, buscando el revólver con una mano, mientras se tapaba la nariz con la otra. Errki lo vio, brillaba entre lo verde. Los dos se lanzaron hacia él, pero Errki era más rápido. Lo cogió y lo sopesó. Morgan se echó a temblar. Emitió unos sonidos aterrados mientras intentaba alejarse torpemente. Abrió la boca, y Errki le vio varios empastes negros. Una persona aterrada no resulta nada hermosa, pensó. Luego levantó el revólver muy alto y lo tiró con todas sus fuerzas, formando un gran arco sobre la laguna. Sonó un débil chapoteo.

– ¡Puto cabrón!

Morgan se derrumbó de nuevo, en una mezcla de alivio y desesperación.

– Debería haberte pegado un tiro sin más. Debería haberlo hecho al principio, coño.

Le temblaba la boca.

– ¡Debería haberte puesto el culo del revés a balazos! ¡Me puedo morir en menos de una hora! ¡Tendría que ir derecho a Urgencias! ¿Quién coño te crees que eres?

– Soy Errki Peter Johrma. Solo estoy de visita.

Morgan seguía sollozando. Se imaginó la putrefacción, carne podrida y sangre envenenada que se extendía a la velocidad del rayo hasta las venas, y luego de golpe derecha al corazón. Estaba a punto de desmayarse.

– Donde puedas caer debes poner paja -dijo Errki sabiamente.

Empezó a subir por el sendero. Se oyó un bramido detrás de él.

– ¡No te vayas!

– La mosca que no se despega del cadáver lo acompañará a la tumba -prosiguió Errki. Pero se detuvo. Nunca nadie le había pedido nada, nadie lo había necesitado. Ver a Morgan con la nariz destrozada lo conmovió. Morgan ya no era miserable, no de esa manera asquerosa.

– ¡Di algo! Ayúdame con la herida. Jamás podré mostrarme ante la gente -sollozó Morgan.

– No, no puedes. Has atracado un banco, y la policía tiene una descripción muy buena de ti.

– ¿Subes conmigo?

– Subo contigo.

– Date prisa, está sangrando.

– ¿Por qué tanta prisa? No hay ningún incendio por aquí -dijo Errki, poniéndose en marcha. Luego se volvió. Morgan iba detrás, dando tumbos. Escupía y carraspeaba para quitarse el sabor a sangre de la boca.

– Sabes a manteca -dijo Errki pensativo-. Dulce y empalagoso como la manteca. Como salchichas inglesas.

– ¡Jodido caníbal! -lloriqueó Morgan.

Estaba tumbado en el diván, pálido, pero sereno. Errki fue a por la botella de whisky y tapó parcialmente el cuello con el pulgar para que unas gotas de Long John Silver cayeran sobre la nariz mordida de Morgan, que chilló como un becerro. Errki tuvo la sensación de que la cabeza le iba a reventar.

– ¡Basta, basta! También quiero beber -gimoteó Morgan.

– No te toques la herida con los dedos. Habrán tocado de todo, supongo, hasta las partes innombrables- dijo Errki alcanzándole la botella.

Le resultaba fácil hablar. Las palabras le salían volando de la boca y se movían en el aire como el polen de los árboles.

– Siento náuseas -gimió Morgan, y dio un largo trago. Luego volvió a tumbarse en el diván y cerró los ojos.

– ¿No sería mejor arrancar la punta? -sugirió Errki-. Está completamente suelta.

– ¡Eso jamás! Tal vez los médicos puedan coserla.

Errki se le quedó mirando. De nuevo estaban juntos en esa habitación. Él no tenía adónde ir. Había tranquilidad, lo único que se escuchaba era la respiración entrecortada de Morgan. Era como si algo les cayera encima desde el techo, un fino velo que él jamás había notado. La habitación estaba más oscura, y por eso daba la sensación de ser más acogedora. Y Morgan ya no era el jefe. Curiosamente, parecía aliviado de haber dejado ese papel. Mejor así, que fueran iguales. Ahora tal vez pudieran relajarse un poco, incluso dormir. El día había sido muy ajetreado. Errki notó que necesitaba descansar, ordenar los pensamientos.

– Pon la radio.

La voz de Morgan había adquirido ese pequeño temblor que uno tiene cuando está enfermo y necesita cuidados. Una pena lo de la nariz, pensó Errki, ya era muy pequeña antes y ahora no queda apenas nada.

– Es hora de las noticias. Pon la radio.

Errki apretó todos los botones, uno por uno, antes de que saliera el sonido. Tuvo algún problema con el del volumen antes de lograr usarlo correctamente. A continuación se sentó en el suelo y miró a Morgan. Bebiendo whisky parecía un bebé con biberón. Al acabar la música, llegaron las noticias. Ahora era un hombre el que leía.

En relación con el asesinato de Halldis Horn, de setenta y seis años, la policía está buscando al hombre de veinticinco años, Errki Peter Johrma, que desapareció del hospital psiquiátrico de Varden en la madrugada de ayer. El hombre, que fue visto por un muchacho que estaba jugando por los alrededores, parece que conocía a la víctima. La policía busca a Johrma para que testifique, y ruega a todos los que puedan haberlo visto, se pongan en contacto con la comisaría más cercana. El hombre mide uno setenta, tiene el pelo largo y negro, vestía ropa negra y llevaba un cinturón con una hebilla de latón en el momento de su desaparición. Tiene una forma muy peculiar de andar, balanceándose hacia los lados.