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El perro dio un brinco alocado y continuó su paseo.

– Estoy cansado -dijo Sejer en voz alta-. Volvamos a casa.

Dio la espalda a la ciudad y emprendió el camino de vuelta.

Dio la espalda al cementerio. Algo le dolía por dentro.

Skarre apareció muy fresco, recién duchado y bronceado.

– ¿Qué te pasa? -preguntó Sejer.

– Nada, solo que tengo una sensación de bienestar general.

– Me parece estupendo -dijo Sejer-. ¿Sabes algo del laboratorio? ¿Han comparado las huellas?

– Las huellas de Errki están por toda la casa, hasta en el espejo. Las de la azada no son tan claras, pero siguen trabajando en ello.

– ¿Has transcrito el interrogatorio de anoche?

– Aquí está, jefe -contestó Skarre alcanzando a Sejer una carpeta de plástico con hojas-. ¿Y qué va a pasar con el chico? -preguntó.

– No mucho. Morgan confirmó que fue un accidente. Seguramente le permitan quedarse en la Colina de los Muchachos. Parece que es lo mejor. Ya ha tenido bastante por algún tiempo. Necesita tranquilidad, no que vuelvan a cambiarlo otra vez de sitio. Iré a verlo ahora. No estará en muy buena forma, pero tengo una pequeña esperanza de que haya captado algo de Errki que Morgan no ha descubierto. Ojalá pueda explicarnos algo.

– ¿Crees que eso es probable? No es más que un chico asustado -señaló Skarre, mirando a Sejer.

– Los chicos son observadores -sentenció Sejer.

– No tanto. Simplemente observan cosas diferentes a las que observan los adultos -dijo Skarre, reafirmándose en su idea.

– Y eso puede resultarnos útil.

Skarre frunció el ceño.

– Algo te pasa.

– ¿Qué quieres decir?

– Es como si no quisieras aceptar lo sucedido. Eso no es propio de ti.

– Solo tengo curiosidad -contestó Sejer cortante.

– Pareces cansado.

– Esta noche -dijo muy serio- he tenido muchos picores.

Y con esta dramática información se metió en su despacho.

– ¿Te llamas Morten Garpe?

– Así es.

– Pero dices llamarte Morgan.

– Entre los amigos que no tengo me llaman Morgan.

– ¿Que no tienes? ¿Por qué usas ese nombre?

– Porque es un poco más interesante, ¿no?

En este punto, Skarre había omitido anotar que los dos se rieron.

– Bueno, Morten. ¿Eso quiere decir que estás solo en el mundo?

– Pocos colegas, sí. Solo uno, y está en chirona. Y luego, una hermana en Oslo.

– ¿Que está en chirona?

– Por atraco a mano armada. Yo conducía el coche. Él nunca me denunció. Ese dinero era para él.

– ¿Así que te ha tenido bien agarrado durante mucho tiempo?

– .

– ¿Y quieres acabar con esa situación?

– Bueno, ahora tendré que cumplir una condena tan larga que ya no importará.

– Tienes razón. No importará. Luego hablaremos del atraco. Ahora háblame de Errki.

En este punto, Skarre había marcado la larga pausa que siguió con un doble espacio.

– Me contó todo sobre su madre y lo que sucedió. Tanto Errki como yo somos Escorpión. Nació una semana más tarde que yo. Las mejores y las peores personas son Escorpión, ¿lo sabías?

– No. ¿Qué quieres decir con que te contó «todo»?

Sejer dejó las hojas en la mesa y se puso a pensar en todos los especialistas que en el transcurso de los años y, con mucha astucia, habían intentado sacarle la verdad. Ese hombre lo había logrado en solo unas horas.

– ¿Recordaba algo del asesinato de Halldis?

– No mucho. Dijo que ella gritó y lo amenazó. Al pensar en ello, su mirada se volvía distante.

– ¿Dijo que la había matado? ¿Lo dijo con esas palabras?

– No. Me miró con sus ojos extraños, y declaró: Las cosas simplemente ocurren.

– ¿Te parecía una persona violenta?

– Ya ves mi nariz. Tiene mal arreglo. No es que me importe demasiado. En realidad, me importa un bledo. Lo único que me hace ilusión es pensar en la cara de Tommy cuando le dé golpecitos en la pared desde la celda contigua y comprenda que no habrá nada de pasta para él.

– ¿Se llama Tommy?

– Tommy Rein.

– ¿Ah, sí?

Nuevo doble espacio.

– ¿De qué hablasteis durante las horas que pasasteis juntos?

– No me acuerdo exactamente. Dijo muchas cosas raras. Hablamos bastante de la muerte. ¿Tú has pensado en eso? ¿En que nos vamos a morir? Veo que la gente se muere a mi alrededor, pero no entiendo que vaya a pasarme a mí. He intentado pensar en ello hoy varias veces. Pero es como una ecuación matemática que no te entra en el coco. ¿Lo entiendes?

– ¿Que si entiendo qué?

– Que vas a morir.

– Pues sí, lo entiendo.

– Entonces algo me pasa a mí.

– No te preocupes demasiado. Antes o después lo entenderás, y conozco a mucha gente mayor que tú que ni siquiera se ha planteado la pregunta. ¿De dónde sacó Errki el revólver?

– Se lo pregunté y murmuró algo rarísimo: Desea a tu vecino una vaca, y Dios te enviará un buey.

– ¿Estaba muy borracho al final?

– No tanto como yo. No se le notaba al hablar, pero se tambaleaba al andar, y Errki ya era de por sí bastante inestable.

– ¿Qué se dijeron Errki y Kannick?

– Apenas nada. Se vigilaban el uno al otro como perros. Kannick estaba aterrorizado y optó por no mirar a Errki.

– ¿Errki se mostró amenazador con el chico?

– No me lo pareció. Lo tratamos bien, no le hicimos nada, solo estábamos borrachos. Cuando apareció Kannick, estábamos como una cuba. Lo curioso fue que al cabo de un rato parecía sentirse bastante a gusto allí con nosotros. Se tranquilizó. De alguna manera nos pertenecíamos los unos a los otros. Ninguno tenía fuerzas para hacer nada. Os estábamos esperando.

– ¿Cuál fue la reacción de Kannick cuando descubriste que Errki estaba muerto?

– Se puso fuera de sí, y me rogó de rodillas que lo ayudara.

– ¿Que lo ayudaras a qué?

– A convenceros de que había sido un accidente.

– ¿Y de verdad fue un accidente?

– Sin duda. Apuntó a la puerta sin saber que estábamos dentro, y menos aún que Errki iba a abrirla justo en ese momento.

– Bueno, ¿y qué más?

– ¿Qué quieres decir con eso?

– ¿Sugirió en algún momento que os escaparais y dejarais allí el cadáver o lo escondierais?