– Hay que enseñar a estos cosacos cabrones igual que a los perros -explicó-. Para ellos la embriaguez es casi como una imposición religiosa. ¿No es verdad, Yeroshka?
– Sí, señor -respondió éste sin entender.
– Destrozó un bar, agredió a una camarera, golpeó a un sargento y, de no ser por mí, lo hubieran fusilado. Y aún podrían hacerlo, ¿eh,Yeroshka? En cuanto toques ese vaso sin mi permiso. ¿Entiendes?
– Sí, señor.
Poroshin sacó un enorme y pesado revólver y lo dejó sobre la mesa para hacer hincapié en lo que decía. Luego volvió a sentarse.
– Supongo que sabe mucho de disciplina, con su historial, ¿verdad Herr Gunther? ¿Dónde ha dicho que sirvió durante la guerra?
– No lo he dicho.
Se recostó en la silla y apoyó las botas en el escritorio. El vodka tembló, vertiéndose de mi vaso cuando las dejó caer pesadamente sobre el cartapacio.
– No, no lo ha dicho, ¿verdad? Pero supongo que con sus aptitudes habrá servido en alguna tarea de inteligencia.
– ¿Qué aptitudes?
– Vamos, vamos, está siendo demasiado modesto. Lo bien que habla ruso, su experiencia con la Kripo… Ah, sí, el abogado de Emil me lo ha contado. Me han dicho que él y usted formaban parte de la brigada de Homicidios de Berlín. Y además era usted kommissar. Es un rango bastante alto, ¿no?
Tomé un sorbo de mi vodka y traté de conservar la calma. Me dije que tendría que haber esperado algo así.
– Solo era un soldado corriente, que obedecía órdenes -dije-. Ni siquiera era miembro del partido.
– Ahora parece que casi nadie lo era. Es algo que encuentro extraordinario. -Sonrió y levantó el índice en señal de advertencia-. Puede ser tan evasivo como quiera, Herr Gunther, pero haré averiguaciones sobre usted, aunque solo sea para satisfacer mi curiosidad.
– A veces la curiosidad es como la sed de Yeroshka -dije-… es mejor que no llegué a satisfacerse. A menos que sea la clase de curiosidad intelectual y desinteresada que corresponde a los filósofos. Las respuestas tienen la mala costumbre de resultar decepcionantes. -Me acabé la bebida y dejé el vaso encima del cartapacio, al lado de sus botas-. Pero no he venido aquí con un código cifrado en los calcetines para debatir con usted esa cuestión tan peliaguda, coronel. Así que, ¿por qué no me proporciona uno de esos Lucky Strike que fumaba esta mañana y satisface mi curiosidad por lo menos en cuanto a aclararme uno o dos datos sobre este caso?
Poroshin se inclinó hacia adelante y abrió una caja de plata para cigarrillos que había sobre la mesa.
– Sírvase.
Cogí uno y lo encendí con un extravagante encendedor, también de plata, en forma de cañón; luego lo miré detenidamente, como si calibrara qué valor tendría en una casa de empeños. Me había irritado y quería devolverle el golpe de alguna manera-. Tiene aquí un botín muy bonito -dije-. Esto es un cañón alemán. ¿Lo compró o no habíanadie en casa cuando entró?
Poroshin entrecerró los ojos, soltó una risita y luego se levantó y fue a la ventana. Se levantó el fajín y se desabrochó la bragueta.
– Este es el problema de tomar tanto Ovaltine -dijo, sin parecer molesto por mi intento de insultarlo-; pasa directamente a través de ti. -Cuando empezó a orinar, miró por encima del hombro al tártaro que seguía de pie al lado del archivador y del vaso de vodka que había encima-. Bébetelo y lárgate, cerdo.
El tártaro no vaciló. Vació el vaso de un trago y salió rápidamente del despacho, cerrando la puerta al hacerlo.
– Si viera cómo dejan los lavabos los campesinos como él, comprendería por qué prefiero orinar por la ventana – dijo Poroshin, abotonándose de nuevo. Cerró la ventana y volvió a sentarse. Las botas volvieron a golpear el cartapacio-. Mis compatriotas rusos pueden hacer que, a veces, la vida en este sector resulte bastante difícil. Doy gracias a Dios porque haya gente como Emil. En ocasiones, es el hombre más divertido que hay para tener a tu lado. Y además es hombre de recursos. Sencillamente, no hay nada que no pueda conseguir. ¿Cómo llaman ustedes a esos tipos del mercado negro?
– Martín estraperlista.
– Eso es, estraperlista. Si querías divertirte, Emil era el tipo adecuado para organizaría. -Se rió con ganas al recordarlo, que era más de lo que yo podía hacer-. Nunca he sabido de nadie que conociera a tantas chicas. Por supuesto, todas son prostitutas y chocolateras, pero eso no es un crimen tan terrible en estos días, ¿verdad?
– Depende de la chica -dije.
– Además, Emil es muy hábil para pasar cosas por la frontera… -La Frontera Verde, la llaman ustedes, ¿no?
Asentí.
– Sí, a través de los bosques.
– Un contrabandista consumado. Ha hecho un montón de dinero. Hasta que le pasó esto, vivía muy bien en Viena. Una gran casa, un coche estupendo y una amiguita muy atractiva.
– ¿Ha utilizado alguna vez sus servicios? Y no me refiero a su amistad con las chocolateras.
Poroshin se limitó a repetir que Emil podía conseguir cualquier cosa.
– ¿Incluida información?
– De vez en cuando -dijo encogiéndose de hombros-. Pero cualquier cosa que Emil haga, la hace por dinero. Me extrañaría que no hubiera estado haciendo lo mismo para los estadounidenses.
»Pero, en este caso, tenía un trabajo con un austríaco. Un hombre llamado König, de una empresa de publicidad y propaganda. La compañía se llamaba Reklaue and Werbe Zentrale, y tenían oficinas aquí en Berlín y en Viena. König quería que Emil llevara maquetas desde la oficina de Viena a Berlín, de forma periódica. Decía que el trabajo era demasiado importante para confiar en el correo o en un mensajero, y König no podía hacerlo él mismo porque estaba esperando la desnazificación. Por supuesto, Emil sospechaba que los paquetes contenían algo más que anuncios, pero era muy buen dinero como para preguntar nada y como, de cualquier modo, venía a Berlín con bastante frecuencia, no iba a causarle ningún problema extra. O eso era lo que él pensaba.
»Durante un tiempo, las entregas de Emil se desarrollaron sin problemas. Cuando traía cigarrillos o algo parecido de contrabando a Berlín, traía también uno de los paquetes de König. Se los entregaba a un hombre llamado Eddy Holl y recogía su dinero. Así de sencillo.
»Bueno, una noche Emil estaba en Berlín y fue a un club nocturno en Berlin-Schönberg llamado Gay Island. Por casualidad, se encontró allí con ese Eddy Holl; estaba borracho y le presentó a un capitán del ejército estadounidense llamado Linden. Eddy presentó a Emil como «nuestro mensajero vienés». Al día siguiente Eddy telefoneó a Emil para disculparse por haber estado bebido y le dijo que, por el bien de todos, sería mejor que Emil olvidara todo lo relativo al capitán Linden.
»Al cabo de varias semanas, cuando Emil estaba de vuelta en Viena, recibió una llamada de ese capitán Linden, quien le dijo que le gustaría volver a reunirse con él. Así que se encontraron en un bar y el estadounidense empezó ahacerle preguntas sobre la agencia de publicidad, Reklaue and Werbe. No era mucho lo que Emil podía decirle, pero que Linden estuviera allí le preocupaba. Pensaba que si estaba en Viena, quizá ya no necesitaran sus servicios. Sería una pena, pensaba, que se acabara aquel dinero tan fácil. Así que siguió a Linden por Viena durante un tiempo. Unos dos días más tarde, Linden se reunió con otro hombre y, seguidos por Emil, fueron a unos viejos estudios de cine. Unos minutos después, Emil oyó un disparo y el otro hombre salió, solo. Emil esperó hasta que el hombre hubo desaparecido y luego entró y encontró el cuerpo del capitán Linden y un cargamento de tabaco robado. Como es natural, no informó a la policía. Emil procura tener que ver lo mínimo posible con ellos.
»Al día siguiente, König y otro hombre fueron a verlo. No me pregunte su nombre; no lo sé. Dijeron que un amigo estadounidense había desaparecido y que les preocupaba que le hubiera pasado algo. Puesto que Emil había sido detective de la Kripo, ¿podría investigarlo, a cambio de una recompensa sustanciosa? Emil aceptó, pensando que era una manera fácil de ganar dinero y quizá una oportunidad para quedarse parte del tabaco.