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»Al cabo de un par de días y después de tener vigilados los estudios durante un tiempo, Emil y un par de sus chicos decidieron que era seguro volver con una camioneta. Se encontraron con que los estaba esperando la Patrulla Internacional. A los chicos de Emil les encantaba apretar el gatillo y consiguieron que los mataran. A Emil lo detuvieron.

– ¿Sabe quién dio el chivatazo?

– Le pedí a mi gente en Viena que lo averiguara. Parece que fue una llamada anónima. -Poroshin sonrió con satisfacción-. Ahora viene lo bueno. La pistola de Emil es una Walther P38. La llevaba cuando fue a los estudios, pero cuando lo arrestaron y la entregó, vio que no era su P38. La suya tenía un águila alemana en la culata. Y había otra diferencia importante. El experto en balística la identificó rápidamente como la misma que había disparado ymatado al capitán Linden.

– Así que alguien la cambió por la de Becker, ¿eh? -dije-. Sí, no es algo de lo que te des cuenta inmediatamente, ¿verdad? Muy limpio. Un hombre que vuelve a la escena del crimen, en apariencia para recoger el tabaco que le han robado, y providencialmente lleva con él el arma del crimen. Un caso sin fisuras, diría yo.

Di una última calada a mi cigarrillo antes de apagarlo en el cenicero de plata de la mesa de Poroshin y coger otro.

– No estoy seguro de qué podría hacer yo -dije-. Convertir el agua en vino no es exactamente mi especialidad.

– Emil está preocupado, así que su abogado, Liebl, me dice que usted tendría que encontrar a ese hombre, König. Parece que ha desaparecido.

– Seguro que lo ha hecho. ¿Cree que fue König el que dio el cambiazo cuando fue a casa de Becker?

– Eso es lo que parece. König o, quizá, el tercer hombre.

– ¿Sabe algo de König o de su agencia de publicidad?

– Nyet.

Llamaron a la puerta y entró un oficial.

– Am Kumfergraben al teléfono, señor -anunció en ruso-. Dicen que es urgente.

Agucé el oído. Am Kumfergraben es donde está situada la cárcel más grande del MVD. Con tantas personas desplazadas y desaparecidas en mi tipo de negocio, valía la pena aguzar el oído.

Poroshin me miró de soslayo, casi como si supiera lo que estaba pensando, y luego le dijo al otro oficiaclass="underline"

– Tendrá que esperar, Jegoroff. ¿Alguna otra llamada?

– Zaisser, del K-5.

– Si ese nazi cabrón quiere hablar conmigo, será mejor que venga y espere delante de mi puerta. Dile eso. Ahora déjanos, por favor. -Esperó hasta que se cerró la puerta detrás de su subordinado-. ¿El K-5 significa algo para usted, Gunther?

– ¿Debería?

– No, todavía no. Pero, con el tiempo, ¿quién sabe? -No aclaró nada más; en lugar de ello, miró su reloj de pulsera-. Tenemos que apresurarnos. Tengo una reunión esta noche. Jegoroff se encargará de arreglar todos los papeles que necesita: pase rosa, permiso de viaje, tarjeta de racionamiento, carné de identidad austríaco… ¿tiene unafotografía? No importa. Jegoroff se encargará de que le hagan una. Ah, sí, me parece que sería una buena idea que tuviera uno de nuestros nuevos permisos para tabaco. Permite vender cigarrillos en toda la Zona Este y obliga a todo el personal soviético a prestarle ayuda siempre que sea posible. Podría sacarle de cualquier problema.

– Creía que el mercado negro era ilegal en su zona -dije, intrigado por las razones de ese flagrante ejemplo de hipocresía oficial.

– Es ilegal -dijo Poroshin sin mostrar la más mínima señal de incomodidad-. Se trata de un mercado negro con licencia oficial. Nos permite conseguir algunas divisas. Una idea bastante buena, ¿no le parece? Naturalmente, le proporcionaremos unos cuantos cartones de cigarrillos para que parezca convincente.

– Parece haber pensado en todo. ¿Y qué hay de mi dinero?

– Se le entregará en su casa al mismo tiempo que los papeles. Pasado mañana.

– ¿Y de dónde procede ese dinero, de ese doctor Liebl o de sus concesiones tabacaleras?

– Liebl me enviará dinero. Hasta entonces este asunto lo llevará la AMS.

Esto no me gustó mucho, pero no tenía otra alternativa. Coger el dinero de los rusos o ir a Viena y confiar en que lo pagaran en mi ausencia.

– De acuerdo -dije-. Solo una cosa más. ¿Qué sabe del capitán Linden? Ha dicho que Becker lo conoció en Berlín. ¿Estaba destacado aquí?

– Sí. Me olvidaba de él, ¿verdad? -Poroshin se levantó y se acercó al archivador donde el tártaro había dejado el vaso vacío. Abrió uno de los cajones y fue siguiendo la solapa de las carpetas con el dedo hasta encontrar la que buscaba.

– Capitán Edward Linden -leyó, mientras volvía a la silla-. Nacido en Brooklyn, Nueva York, el 22 de febrero de 1907. Graduado en la Universidad de Cornell, con una licenciatura en lengua alemana, 1930; sirvió en el Cuerpo de Contraespionaje 970; antes el 26 de Infantería, estacionado en el centro de interrogatorios Camp King, Oberusel, como oficial de desnazificación; actualmente destacado en el Centro de Documentación de Estados Unidos en Berlíncomo oficial de enlace de Crowcass. Crowcass es el registro central de crímenes de guerra y sospechosos de espionaje del ejército de Estados Unidos. Me temo que no es mucho.

Dejó la carpeta delante de mí. Las extrañas letras, con aspecto griego, no cubrían más de media página.

– No soy muy bueno con los caracteres cirílicos -dije.

Poroshin no parecía convencido.

– ¿Qué es exactamente el Centro de Documentación de Estados Unidos?

– Es un edificio en el sector estadounidense, cerca del límite del Grünewald. Es el depósito de los documentos del partido y de los ministerios nazis incautados por los estadounidenses y los británicos hacia el final de la guerra. Es muy amplio. Tienen los historiales completos de los miembros del NSDAP, lo cual hace que sea fácil averiguar cuando alguien miente en sus formularios de desnazificación. Apuesto a que incluso tienen su nombre allí, en algún sitio.

– Como ya le he dicho, nunca fui miembro del partido.

– No -dijo con una sonrisa-, claro que no. -Poroshin cogió la carpeta y la devolvió al archivador-. Solo obedecía órdenes.

Era evidente que no me creía, como tampoco creía que era incapaz de descifrar el alfabeto bizantino de san Cirilo; en eso, por lo menos, estaba justificado.

– Y ahora, si no tiene más preguntas, tengo que dejarle. Me esperan en la Opera Estatal en el Admiralspalast dentro de media hora. -Se quitó el cinturón y, llamando a gritos a Yeroshka y Jegoroff, se puso la guerrera.

– ¿Ha estado alguna vez en Viena? -preguntó, sujetando el correaje por debajo de la charretera.

– No, nunca.

– La gente es igual que la arquitectura -dijo mirándose en el reflejo de la ventana-. Son todo fachada. Todo lo interesante que hay en ellos parece estar en la superficie. Por dentro son muy diferentes. Eso sí, es gente con la que yo podría trabajar bien. Todos los vieneses nacieron para ser espías.

7

– Anoche llegaste tarde otra vez -dije.

– No te desperté, ¿verdad? -Salió desnuda de la cama y fue hasta el espejo de cuerpo entero que había en un rincón del dormitorio-. En cualquier caso, tú también llegaste tarde la otra noche. -Empezó a examinarse el cuerpo-. Es muy agradable que la casa vuelva a estar caliente. ¿Dónde diablos conseguiste el carbón?

– De un cliente.

Mientras la observaba allí, de pie, acariciándose el vello pubico y apretándose el estómago con la palma de la mano, levantándose los pechos, escudriñándose la boca, apretada y llena de finas arrugas, con sus mejillas cóncavas y con un brillo céreo y las hundidas encías, y, finalmente, dándose media vuelta para evaluar su trasero, ligeramente caído, con la huesuda mano, donde los anillos le quedaban algo más flojos que antes, tirando de la carne de una nalga, no era necesario que me dijera en qué estaba pensando. Era una mujer madura y atractiva decidida a sacar el máximo partido del tiempo que le quedara.