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Cercano a la catedral de San Esteban, que estaba siendo restaurada, el Renaissance de la Singerstrasse era una imitación de taberna húngara con música zíngara. La clase de sitio que aparece en un puzzle; no había duda de que era popular entre los turistas, pero resultaba una pizca demasiado ostentoso para mi gusto sencillo y melancólico. Había una única compensación importante, como explicó Belinsky: servían Csereszne, un aguardiente húngaro de cerezas. Y para alguien a quien acababan de darle de patadas, sabía incluso mejor de lo que Belinsky habíaprometido.

– Es una buena chica -dijo-, pero tendría que ir con más cuidado en Viena. Y tú también, si a eso vamos. Si vas a ir por ahí como un flamante Errol Flynn, tendrías que llevar algo más que pelo debajo del brazo.

– Supongo que tienes razón -dije bebiendo un sorbo de mi segundo vaso-, pero resulta extraño que me lo digas, siendo un poli y todo eso. Llevar un arma no es exactamente legal para nadie, excepto para el personal aliado.

– ¿Quién ha dicho que yo fuera poli? -dijo negando con la cabeza-. Soy del CIC, el cuerpo de contraespionaje. La policía militar no tiene ni puta idea de en qué estamos.

– ¿Eres espía?

– No, más bien somos como los detectives de hotel de Estados Unidos. No dirigimos espías; los atrapamos. Espías y criminales de guerra.

Se sirvió un poco más de Csereszne.

– ¿Y por qué me estás siguiendo?

– La verdad es que es difícil decirlo.

– Estoy seguro de que podríamos encontrar un diccionario de alemán.

Belinsky sacó una pipa ya cargada del bolsillo y mientras explicaba qué quería decir, le iba dando pipadas hasta conseguir que se encendiera.

– Estoy investigando la muerte del capitán Linden -dijo.

– Vaya coincidencia. Yo también.

– Para empezar, queremos tratar de descubrir qué le trajo a Viena. Le gustaba guardar las cosas muy en secreto. Trabajaba mucho solo.

– ¿También estaba en el CIC?

– Sí, en el 970, estacionado en Alemania. El mío es el 430. Estamos estacionados en Austria. La verdad es que tendría que habernos informado de que venía a nuestro sector.

– Y ni siquiera envió una postal, ¿eh?

– Ni una palabra. Es probable que porque no había ninguna razón para que viniera. Si estaba trabajando en algo que afectaba a su país, tendría que habérnoslo dicho. -Belinsky soltó un anillo de humo y se lo apartó de la cara con un gesto-. Era lo que podríamos llamar un investigador de despacho. Un intelectual. La clase de hombre que podríassoltar ante una pared llena de archivos con la orden de encontrar la receta óptima de Himmler. El único problema es que, como era un tipo tan brillante, no anotaba nada. -Belinsky se dio unos golpecitos en la frente con la boquilla de la pipa-. Todo lo guardaba aquí, lo cual hace que resulte un incordio averiguar qué estaba investigando para ganarse un almuerzo de plomo.

– Tus policías militares creen que el movimiento clandestino Werewolf puede tener algo que ver en el asunto.

– Eso me han dicho.

Observó atentamente el humeante contenido de la cazoleta de su pipa de madera de cerezo y añadió:

– Con franqueza, todos estamos dando palos de ciego en este asunto. De cualquier modo, ahí es donde tú entras en mi vida. Pensamos que quizá descubrieras algo que nosotros no podríamos conseguir, al ser nativo, en comparación, quiero decir. Y si lo hacías, yo estaría allí en aras de la democracia libre.

– Investigación criminal por poderes, ¿eh? No sería la primera vez que pasa. Odio decepcionarte, pero yo también estoy bastante a oscuras.

– Puede que no. Después de todo, conseguiste que mataran al cantero. En mi marcador, eso se anota como resultado. Significa que molestaste a alguien, boche.

Sonreí.

– Puedes llamarme Bernie.

– Tal como yo lo veo, Becker no te haría entrar en el juego sin darte algunas cartas. El nombre de Pichler probablemente sería una de ellas.

– Puede que tengas razón -admití-, pero en cualquier caso, no tengo un juego como para apostarme la camisa.

– ¿Me dejas echarle una mirada?

– ¿Por qué tendría que hacerlo?

– Te he salvado la vida, boche -gimió.

– Demasiado sentimental. Sé más práctico.

– Está bien. Entonces, quizá te pueda ayudar.

– Eso está mucho mejor.

– ¿Qué quieres?

– Es más que probable que a Pichler lo asesinara un hombre llamado Abs, Max Abs. Según los PM, estuvo en lasSS, pero poco tiempo. De cualquier modo, se ha subido a un tren para Munich esta tarde y van a hacer que alguien lo reciba allí. Espero que me cuenten lo que suceda, pero necesito saber más cosas de Abs. Por ejemplo, quién era este tipo. -Saqué el dibujo de la lápida de Martin Albers hecho por Pilcher y lo extendí sobre la mesa delante de Belinsky-. Si puedo descubrir quién era Martin Albers y por qué Max Abs pagó su lápida, quizá esté en camino de descubrir por qué Abs decidió que era necesario matar a Pichler antes de que hablara conmigo.

– ¿Quién es ese Abs? ¿Qué relación tiene con todo esto?

– Antes trabajaba para una empresa de publicidad, aquí en Viena. La misma firma que dirigía König. König es el hombre que dio instrucciones a Becker para pasar archivos a través de la Frontera Verde. Documentos que iban a parar a manos de Linden.

Belinsky asintió.

– De acuerdo -dije-. Veamos mi segunda carta. König tenía una amiguita llamada Lotte que solía ir por el Casanova. Quizá alternara un poco por allí, aceptara un poco de chocolate, todavía no lo sé. Algunos amigos de Becker se presentaron allí y en otros sitios y no volvieron a casa a merendar. Mi idea era poner a Veronika sobre la pista. Pensaba que primero tendría que conocerla un poco. Pero claro, ahora que ya me ha visto cabalgando mi caballo blanco vestido con mi armadura blanca de los domingos, no tendré que esperar tanto.

– ¿Y si Veronika no conoce a esa Lotte? Entonces, ¿qué?

– ¿Y si piensas en algo mejor?

Belinsky se encogió de hombros.

– Por otro lado, tu plan tiene sus ventajas.

– Y otra cosa. Tanto Abs como Eddy Holl, el contacto de Becker en Berlín, trabajan para una empresa con sede en Pullach, cerca de Munich. La Compañía de Utilización Industrial del Sur de Alemania. Quizá quieras tratar de averiguar algo sobre ella. Por no hablar de por qué Abs y Holl han decidido trasladarse allí.

– No serían los dos primeros boches en ir a vivir en la zona norteamericana -dijo Belinsky-. ¿No te has fijado? Las relaciones están empezando a ponerse un poco tensas con nuestros aliados comunistas. Según las noticias de Berlín, han empezado a destruir muchas de las carreteras que conectan los sectores este y oeste de la ciudad.

Puso una cara que dejaba clara su falta de entusiasmo y luego añadió:

– Pero veré qué puedo descubrir. ¿Algo más?

– Antes de marcharme de Berlín me tropecé con una pareja de cazadores de nazis llamados Drexler. Linden les llevaba paquetes del auxilio americano de vez en cuando. No me sorprendería que trabajaran para él; todo el mundo sabe que es así como el contraespionaje estadounidense paga los servicios.

– ¿No se lo podemos preguntar a ellos?

– No serviría de mucho. Están muertos. Alguien deslizó una bandeja llena de bolitas de Zyklon-B por debajo de su puerta.

– De todos modos, dame la dirección. -Sacó un cuaderno y un lápiz.

Cuando se la di frunció los labios y se frotó el mentón. Tenía una cara tan ancha que parecía imposible, con unas cejas espesas en forma de cuerno de caza que se curvaban hasta la mitad de la cuenca de los ojos, el cráneo de algún animalillo como nariz y unas arrugas absurdas grabadas, que, añadidas a la cuadrada barbilla y a las ventanas de la nariz, de un fuerte ángulo, completaban un rostro perfectamente heptagonal. La impresión global era la de una cabeza de carnero apoyada sobre un pedestal en forma de uve.

– Tenías razón. No es una gran ayuda, ¿verdad? Pero es mejor que la que yo tenía.