Pensé que eso parecía eliminar a Pullach, pero ¿qué pasaba con Abs? Matar a un inocente solo para conservar el anonimato no parecía encajar en el carácter de alguien que quiere recordar la memoria de un héroe de la resistencia alemana (si existía algo así). ¿Y qué relación podía tener Abs con Linden, el cazador de nazis, salvo como informador de algún tipo? ¿Sería posible que también hubieran matado a Abs, al igual que a Linden y a los Drexler?
Me acabé el café, encendí un cigarrillo y por el momento me conformé con que esas y otras preguntas no pudieran plantearse en otro foro que el de mi cabeza.
El número 39 iba hacia el oeste a lo largo de la Sieveringer Strasse y luego seguía por Döbling para parar justo antes de los bosques de Viena, un espolón de los Alpes que llega hasta el Danubio.
Unos estudios cinematográficos no es un lugar donde sea probable ver muchas pruebas de laboriosidad. El equipo descansa sin funcionar en las camionetas alquiladas para transportarlo. Los decorados nunca están más que a medio construir, incluso cuando están terminados. Pero lo que sí hay son miles de personas, todas ellas cobrando, que parecen hacer poco más que estar de pie por allí, fumando cigarrillos y sosteniendo tazas de café; y están de pie porque no se las considera lo bastante importantes como para darles una silla. A cualquiera lo bastante tonto como para financiar una empresa tan evidentemente derrochadora, la película debía parecerle el material más caro después de la seda de China, y pensé que sin ninguna duda todo eso habría vuelto casi loco de impaciencia a Liebl.
Le pregunté a un hombre que llevaba una tablilla dónde podía encontrar al gerente del estudio y me indicó un pequeño despacho en el primer piso. Allí había un hombre alto y panzudo, con el pelo teñido, vestido con una chaqueta de punto de color lila y con los modales de una tía solterona y excéntrica. Escuchó cuál era mi misión con una mano descansando encima de la otra, como si yo le estuviera pidiendo la mano de la sobrina que tutelaba.
– ¿Qué es usted, una especie de policía? -dijo alisándose una ceja rebelde con el índice. Desde algún lugar del edificio llegó el sonido muy fuerte de una trompeta, lo cual le provocó una mueca de desagrado.
– Detective -dije, faltando a la verdad.
– Bueno, seguro que siempre estamos dispuestos a colaborar con los de arriba. ¿Qué papel me ha dicho que quería conseguir esa chica?
– No se lo he dicho. Me temo que no lo sé. Pero ha sido en las dos o tres últimas semanas.
Cogió el teléfono y apretó un botón.
– ¿Willy? Soy yo, Otto. Sé bueno y ven un momento a mi despacho. -Volvió a colgar el auricular y comprobó que no se había despeinado-. Willy Reichmann es el jefe de producción. Quizá pueda ayudarnos.
– Gracias -dije, y le ofrecí un cigarrillo.
Se lo colocó detrás de la oreja.
– Muy amable. Me lo fumaré luego.
– ¿Qué están rodando ahora? -le pregunté mientras esperábamos. Quienquiera que estuviera tocando la trompeta emitió dos notas altas que no parecían armonizar.
Otto soltó un gemido y fijó la mirada con aire de superioridad en el techo.
– Bueno, se llama El ángel de la trompeta -dijo con una evidente falta de entusiasmo-. Más o menos ya está acabada, pero el director es tan perfeccionista…
– ¿No será Karl Hartl?
– Sí, ¿lo conoce?
– Solo por El barón gitano.
– Ah, eso -dijo en tono agrio.
Llamaron a la puerta y entró un hombre bajo con el pelo rojo como una zanahoria. Me recordó a un gnomo.
– Willy, este es Herr Gunther. Es detective. Si estás dispuesto a perdonar el hecho de que le gustara El baróngitano, quizá quieras ayudarlo. Está buscando a una chica, una actriz que participó en unas pruebas para un reparto, no hace mucho.
Willy sonrió vagamente, dejando ver unos dientes pequeños y desiguales que parecían un puñado de sal gorda, asintió y dijo con voz aflautada:
– Será mejor que venga a mi despacho, Herr Gunther.
– No entretenga a Willy demasiado rato, Herr Gunther -me ordenó Otto mientras yo seguía la diminuta figura de Willy al pasillo-; tiene una cita dentro de quince minutos.
Willy se dio media vuelta y miró al jefe de los estudios sin comprender. Otto suspiró exasperado.
– ¿Es que nunca anotas nada en la agenda, Willy? Viene ese inglés de London Films. El señor Lyndon-Haynes, ¿te acuerdas?
Willy gruñó algo como respuesta y luego cerró la puerta. Recorrió el pasillo hasta otro despacho y me invitó a entrar.
– Veamos, ¿cómo se llama esa chica? -dijo, indicándome una silla.
– Lotte Hartmann.
– Supongo que no sabe el nombre de la empresa de producción.
– No, pero sé que vino durante las dos últimas semanas.
Se sentó y abrió uno de los cajones del escritorio.
– Bueno, solo ha habido tres películas buscando actores en el último mes, así que no tendría que ser muy difícil. – Sus cortos dedos sacaron tres carpetas. Las dejó sobre el cartapacio, y empezó a ojear su contenido-. ¿Tiene algún problema?
– No, solo que quizá conozca a alguien que nos puede ayudar en una investigación que estamos haciendo. -Esto, por lo menos, era verdad.
– Bueno, si ha venido por aquí para un papel en el último mes, estará en una de estas carpetas. Puede que no tengamos muchas ruinas atractivas en Viena, pero lo que sí tenemos son muchas actrices. Aunque, claro, la mitad de ellas son chocolateras. Incluso en las mejores épocas una actriz es solo una chocolatera con otro nombre.
Acabó con una pila de papeles y empezó otra.
– Yo no diría que echo de menos su falta de ruinas -comenté-. Soy de Berlín y nosotros tenemos ruinas a unaescala épica.
– Como si no lo supiera… Pero este inglés que tengo que ver quiere montones de ruinas aquí, en Viena. Igual que Berlín, igual que Rosellini. -Suspiró desconsolado-. Y yo le pregunto: ¿qué hay aparte del Ring y el barrio de la Ópera?
Cabeceé comprensivo.
– ¿Qué espera? La guerra acabó hace tres años. ¿Imagina que hemos retrasado la reconstrucción por si se le ocurría aparecer a un equipo de filmación inglés? Quizá es que esas cosas llevan más tiempo en Inglaterra que en Austria. No me sorprendería, a la vista de todo el papeleo que producen los británicos. No había conocido nunca a una gente tan burocrática. Dios sabe qué voy a decirle a ese tipo. Para cuando empiecen a rodar tendrán suerte si encuentran una ventana rota.
Deslizó una hoja de papel a través del escritorio. Sujeta a la esquina izquierda del papel había una fotografía de tamaño pasaporte.
– Lotte Hartmann -anunció.
Miré el nombre y la fotografía.
– Eso parece.
– La verdad es que me acuerdo de ella -dijo-. No era del todo lo que estábamos buscando en aquella ocasión, pero le dije que era probable que pudiera encontrarle algo en esa producción inglesa. Hay que reconocerle que era guapa, pero, para ser sincero con usted, no muy buena actriz. Un par de papeles de figurante en el Burgtheater durante la guerra y eso es todo. Pero los ingleses van a hacer una película sobre el mercado negro y necesitan muchas chocolateras. A la vista de la experiencia particular de Lotte Hartmann, pensé que podía ser una de ellas.