El barón exhibió una sonrisa desdeñosa y meneó la cabeza.
– Perdóneme -dijo-, es solo que no tenía ni idea de que existiera una institución así dentro de la Wehrmacht.
– No fue diferente de lo que había en el ejército prusiano durante la Gran Guerra -le expliqué-. Tienen que existir algunos valores humanitarios aceptados, incluso en tiempo de guerra.
– Supongo que sí -suspiró el barón, pero no parecía muy convencido-. De acuerdo, ¿qué pasó entonces?
– Con la escalada bélica, se hizo necesario enviar a todos los hombres hábiles al frente ruso. Me incorporé al cuerpo de ejército del general Schorner en el norte, en la Rusia blanca en febrero de 1944, ascendido a Hauptmann.Era oficial de Inteligencia.
– ¿En la Abwehr?
– Sí, hablaba bastante bien el ruso para entonces y también algo de polaco. El trabajo era sobre todo de interpretación.
– Y finalmente lo capturaron, ¿dónde?
– En Königsberg, en el este de Prusia, en abril de 1945. Me enviaron a las minas de cobre de los Urales.
– ¿Dónde exactamente de los Urales, si no le importa?
– En las afueras de Sverdlovsk. Allí es donde perfeccioné mi ruso.
– ¿Le interrogó la NKVD?
– Claro, muchas veces. Estaban muy interesados en cualquiera que hubiera sido oficial de Inteligencia.
– ¿Y qué les dijo?
– Sinceramente, todo lo que sabía. La guerra había acabado para entonces, así que no parecía tener mucha importancia. Naturalmente, les oculté mi anterior servicio en las SS y mi trabajo en la OKW. A los SS los llevaban a un campo separado donde los fusilaban o los convencían para que trabajaran para los soviéticos en el Comité de la Alemania Libre. Parece que es así como reclutaron a la mayoría de los policías de su zona. Y me atrevería a decir que de la Staatspolizei, aquí en Viena.
– Ciertamente. -Su tono sonaba irritado-. Siga, por favor, Herr Gunther.
– Un día nos dijeron a un grupo que íbamos a ser trasladados a Frankfurt del Oder. Eso debió ser en diciembre de 1946. Dijeron que nos iban a enviar a un campamento de reposo allí. Bueno, en el tren de transporte oí que un par de guardias decían que nos llevaban a una mina de uranio de Sajonia. Supongo que ninguno de los dos se dio cuenta de que yo hablaba ruso.
– ¿Recuerda el nombre de ese lugar?
– Johannesgeorgenstadt, en el Erzebirge, junto a la frontera checa.
– Gracias -dijo el barón secamente-. Sé donde está.
– Salté del tren en cuanto tuve una oportunidad, poco después de cruzar la frontera germano-polaca, y finalmente conseguí llegar a Berlín.
– ¿Estuvo en alguno de los campos para los prisioneros de guerra que regresaban?
– Sí, en Staaken. No estuve mucho tiempo, gracias a Dios. Las enfermeras no tenían muy buena opinión de nosotros, los ex prisioneros. En los únicos en que estaban interesadas era en los soldados estadounidenses. Por suerte,la Oficina de Bienestar Social del Ayuntamiento encontró a mi esposa en mi antigua dirección casi inmediatamente.
– Tuvo mucha suerte, Herr Gunther -dijo el barón-. En muchos aspectos. ¿No dirías lo mismo, Helmut?
– Como le he dicho, barón, Herr Gunther es un hombre de recursos -dijo König, acariciando a su perro distraídamente.
– Sí que lo es. Pero, dígame, Herr Gunther, ¿nadie le pidió informes sobre sus experiencias en la Unión Soviética?
– ¿Quién, por ejemplo?
Fue König quien respondió.
– Los miembros de nuestra organización han interrogado a muchos ex prisioneros a su vuelta -dijo-. Nuestra gente se presenta como asistentes sociales, historiadores, ese tipo de cosas.
Negué con la cabeza.
– Puede que si me hubieran soltado de forma oficial, en lugar de escaparme…
– Sí -dijo el barón-. Esa debe de ser la razón, en cuyo caso tiene que considerarse doblemente afortunado, Herr Gunther. Porque si hubiera sido liberado oficialmente, casi con toda certeza nos habríamos visto obligados a tomar la precaución de matarlo, a fin de proteger la seguridad de nuestro grupo. Verá, lo que dijo sobre los alemanes a los que se convencía para que trabajaran para el Comité para una Alemania Libre es absolutamente cierto. Eran esos traidores los primeros en ser liberados. Enviado a una mina de uranio en el Erzebirge como usted lo fue, ocho semanas es lo máximo que podía esperar vivir. Habría sido más fácil que los rusos lo mataran de un tiro. Así que, como ve, ahora podemos confiar en usted, sabiendo que a los rusos no les importó enviarle a la muerte.
El barón se levantó. Era evidente que el interrogatorio había concluido. Vi que era más alto de lo que yo había supuesto. König se bajó del alféizar y se puso a su lado.
Me levanté de la silla y estreché en silencio la mano que me ofrecía el barón y luego la de König. Entonces, König sonrió y me dio uno de sus puros.
– Amigo mío -me dijo-, bienvenido a la organización.
25
Durante los dos días siguientes, König se reunió conmigo en la sombrerería contigua al Oriental en varias ocasiones, para instruirme en los muchos y muy secretos métodos de trabajo de la Org. Pero primero tuve que firmar una solemne declaración comprometiéndome por mi honor de oficial alemán a no desvelar nada de las actividades encubiertas de la Org. La declaración también estipulaba que cualquier violación del secreto sería castigada severamente y König me dijo que sería aconsejable ocultar mi nuevo empleo no solo a cualquier amigo o pariente sino «incluso» -y esas fueron las palabras exactas- «incluso a nuestros colegas norteamericanos». Este y uno o dos comentarios más que hizo me llevaron a pensar que, en realidad, la Org estaba totalmente financiada por la Inteligencia estadounidense. Así que cuando acabó mi entrenamiento, considerablemente acortado debido a mi experiencia en la Abwehr, le exigí a Belinsky airadamente que habláramos lo antes posible.
– ¿Qué mosca te ha picado, boche? -dijo cuando nos reunimos en una mesa que yo había reservado en un rincón discreto del Café Schwarzenberg.
– Si me ha picado algo, ha sido porque me diste el mapa equivocado.
– ¿Ah sí? ¿Y cómo es eso? -dijo poniendo manos a la obra con uno de sus mondadientes con perfume a clavo.
– Lo sabes demasiado bien. König forma parte de una organización de inteligencia alemana montada por tu propia gente, Belinsky. Lo sé porque acaban de reclutarme. Así que o me pones al tanto de la situación o voy a la Stiftstrasse y explico que ahora estoy convencido de que a Linden lo asesinó una organización de espías alemanes patrocinada por los estadounidenses.
Belinsky miró alrededor suyo un momento y luego se inclinó hacia adelante sobre la mesa deliberadamente, abrazándola con sus enormes brazos como si tuviera intención de levantarla y dejarla caer sobre mi cabeza.
– No creo que sea una buena idea -dijo en voz baja.
– ¿No? Tal vez crees que puedes detenerme. Igual que detuviste a aquel soldado ruso. También podría mencionar eso de paso.
– También podría matarte, boche. No me resultaría muy difícil; tengo una pistola con silenciador. Podría matarte aquí y nadie se daría cuenta. Esa es una de las cosas buenas de los vieneses; tendrían las tazas llenas de salpicaduras de los sesos de alguien y seguirían procurando ocuparse de sus jodidos asuntos. -Soltó una risa entre dientes ante la idea y luego negó con la cabeza, impidiéndome hablar cuando yo intenté decir algo-. Pero ¿qué estamos diciendo? – dijo-. No hay necesidad de que nos peleemos. Ninguna necesidad en absoluto. Tienes razón. Quizá tendría que habértelo explicado antes, pero si te ha reclutado la Org, entonces sin duda te han obligado a firmar un compromiso de silencio. ¿Es así?
Asentí.
– Puede que no te lo tomes muy en serio, pero por lo menos puedes comprenderme cuando te digo que mi gobierno me exigió que firmara un compromiso similar y yo me lo tomo muy, pero que muy en serio. Solo ahora puedo confiar en ti plenamente, lo cual es una ironía; estoy investigando la misma organización en la que acabas de ingresar, y ese ingreso es el que me permite tratarte como alguien que ya no plantea un riesgo a la seguridad. ¿Qué tal te parece eso como ejemplo de una lógica disparatada?