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– Sí, es verdad, es verdad -murmuró Liebl-. Pero no sufrió. Fue tan rápido que no es posible que sufriera. El coche la golpeó en mitad de la espalda. El doctor con quien hablé dijo que tenía la columna completamente destrozada. Probablemente había muerto antes de caer al suelo.

– ¿Dónde está ahora?

– En el depósito del Hospital General -suspiró Liebl. Oí cómo encendía un cigarrillo y daba una larga calada-. Herr Gunther -dijo-, por supuesto, tendremos que informar a Herr Becker. Ya que usted lo conoce mucho mejor que yo…

– Ah, no -le interrumpí-, ya tengo suficientes tareas asquerosas sin hacerme cargo también de esa. Llévese su póliza de seguros y el testamento si así le resulta más fácil.

– Le aseguro que estoy tan disgustado como puede estarlo usted, Herr Gunther. No hay necesidad de ser…

– Sí, tiene razón. Lo siento. Mire, no quiero parecer insensible, pero veamos si podemos utilizar esto paraconseguir una suspensión del juicio.

– No sé si puede calificarse de motivo humanitario -murmuró Liebl-. No es como si estuvieran casados o algo así.

– Estaba esperando un hijo de Becker, por todos los santos.

Se produjo un silencio breve y horrorizado. Luego Liebl farfulló:

– No tenía ni idea. Sí, tiene usted razón, claro. Veré qué puedo hacer.

– Hágalo.

– Pero ¿cómo se lo voy a decir a Herr Becker?

– Dígale que la han asesinado -dije. Liebl trató de decir algo, pero yo no estaba de humor para que me contradijeran-. No ha sido ningún accidente, créame. Dígale a Becker que han sido sus antiguos compañeros quienes lo han hecho. Dígale exactamente eso. Él lo entenderá. Puede que así se le refresque la memoria. A lo mejor ahora se acuerda de algo que debería haberme dicho antes. Dígale que si esto no hace que nos diga todo lo que sabe, entonces se merece que le partan el cuello. -Alguien llamó a la puerta. Era Belinsky con los papeles de Traudl-. Dígaselo.

Colgué el auricular de golpe, con rabia. Luego atravesé la sala y abrí la puerta de un tirón.

Belinsky sostenía los papeles de Traudl delante de él y los agitó alegremente cuando entró en la habitación, demasiado satisfecho de sí mismo como para darse cuenta de mi malhumor.

– No fue fácil, eso de conseguir un pase rosa tan rápido -dijo-, pero el viejo Belinsky se las arregló. No me preguntes cómo.

– Está muerta -dije en tono inexpresivo, y observé cómo le cambiaba la cara.

– Mierda -dijo-, ¡qué mala suerte! ¿Qué diablos ha pasado?

– Un conductor que se dio a la fuga. -Encendí un cigarrillo y me dejé caer en el sillón-. Murió inmediatamente. Acabo de hablar con el abogado de Becker por teléfono y me lo ha dicho. Fue no muy lejos de aquí, hace un par de horas.

Belinsky asintió y se sentó en el sofá frente a mí. Aunque evité mirarlo a la cara, sentía que sus ojos trataban de ver el fondo de mi alma. Sacudió la cabeza durante un rato y luego sacó la pipa y la llenó de tabaco. Cuando acabó,empezó a encender el artefacto y, entre pipada y pipada para que no se apagase, dijo:

– Perdona que… te lo pregunte… pero no… cambiarías… de opinión, ¿verdad?

– ¿Sobre qué? -gruñí belicosamente.

Se sacó la pipa de la boca y echó una mirada a la cazoleta antes de volvérsela a colocar entre sus grandes e irregulares dientes.

– Quiero decir, respecto a matarla tú.

Averiguando la respuesta por la expresión de mi cara que se iba encendiendo de rojo, negó rápidamente con la cabeza.

– No, claro que no. Qué pregunta tan estúpida. Lo siento. -Se encogió de hombros-. De cualquier modo, tenía que preguntarlo. Tienes que reconocer que es mucha coincidencia, ¿no? La Org te pide que arregles las cosas para que ella tenga un accidente y luego casi inmediatamente la atropellan y la matan.

– Puede que lo hicieras tú -me oí decir.

– Puede -Belinsky se incorporó en el sofá-. Veamos: me paso toda la tarde tratando de conseguir un pase rosa para que esa desgraciada señorita salga de Austria. Y luego voy y la atropello y la mato a sangre fría mientras vengo de camino a verte. ¿Es así?

– ¿Qué coche llevas?

– Un Mercedes.

– ¿De qué color?

– Negro.

– Alguien vio un Mercedes negro circulando a gran velocidad un poco más arriba en la misma calle del accidente.

– ¿Y qué hay de raro en eso? Todavía tengo que ver un coche que vaya despacio en Viena. Y por si no te has dado cuenta, en esta ciudad casi uno de cada dos vehículos no militares es un Mercedes negro.

– Así y todo -insistí-, quizá tendríamos que echar una ojeada al parachoques delantero de tu coche y ver si está abollado.

Levantó las manos con expresión inocente, como si estuviera a punto de pronunciar el sermón de la montaña.

– Adelante. Solo que encontrarás abolladuras por todo el coche. Parece que aquí haya una ley en contra de conducir con cuidado. -Aspiró un poco más del humo de la pipa-. Mira, Bernie, si no te importa que te lo diga, me parece quecorremos el riesgo de llevar esto demasiado lejos. Es lamentable que Traudl haya muerto, pero no tiene sentido que tú y yo nos peleemos por ello. ¿Quién sabe?, puede que haya sido un accidente. Lo de los conductores vieneses es verdad, ¿sabes? Son peores que los soviéticos y es difícil superar esa marca. Dios, es como si hicieran carreras de cuadrigas por esas carreteras. Estoy de acuerdo en que es mucha coincidencia, pero no es algo imposible, de ningún modo. Eso tienes que admitirlo.

Asentí lentamente.

– De acuerdo, admito que no es imposible.

– Por otro lado, puede que la Org diera la orden a más de un agente para que la matara, de forma que si tú fallabas, hubiera otro que lo hiciera. No es raro que los asesinatos funcionen así. Al menos, por lo que yo sé. -Se detuvo y luego me señaló con la pipa-. ¿Sabes qué pienso? Que la próxima vez que veas a König no le digas nada de esto. Si él lo menciona, entonces puedes dar por supuesto que seguramente fue un accidente y quedarte tranquilamente con el mérito. -Buscó en la chaqueta y sacó un sobre de color beige que me tiró encima de las rodillas-. Hace que esto sea un poco menos necesario, pero eso no tiene solución.

– ¿Qué es?

– Es de una comisaria del MVD cerca de Sopron, al lado de la frontera austríaca. Son los detalles del personal y los métodos del MVD en toda Hungría y en la Baja Austria.

– ¿Y cómo se supone que puedo explicar que lo tengo yo?

– Pensaba que podías encargarte tú del hombre que nos lo dio. Francamente, es el tipo de material que buscan como locos. El nombre del tipo es Yuri. Es lo único que necesitas saber. Hay mapas y la localización del buzón secreto que ha estado usando. Hay un puente de ferrocarril cerca de una pequeña ciudad llamada Mattersburg. En el puente hay un sendero y a unos dos tercios del camino la baranda está rota. La parte superior es metal fundido hueco. Todo lo que tienes que hacer es recoger tu información allí una vez al mes y dejar dinero e instrucciones.

– ¿Cómo explico mi relación con él?

– Hasta hace poco Yuri estaba destacado en Viena y tú comprabas documentos de identidad para él. Pero ahora se ha vuelto más ambicioso y tú ya no tienes el dinero para comprar lo que él ofrece. Así que puedes ofrecérselo a la Org. El CIC ya ha evaluado lo que vale. Ya hemos sacado todo lo que podemos conseguir de él, por lo menos a corto plazo. No nos perjudica en nada si le da lo mismo a la Org.

Belinsky volvió a encender la pipa y aspiró con fuerza mientras esperaba mi reacción.

– En realidad -dijo-, no vale mucho. Una operación de este tipo apenas merece la palabra «inteligencia»; créeme, muy pocas la merecen. Pero todo junto, una fuente como esta y un asesinato, aparentemente llevado a cabo con éxito, te da muy buenas credenciales, tío.

– Me perdonarás mi falta de entusiasmo -dije secamente-, es que estoy empezando a perder de vista qué estoy haciendo aquí.