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– No, supongo que no.

– Puedes apostar la vida a que no. Por eso he robado la agenda de Heim. -Palmeó la parte delantera de la chaqueta, donde supuse que la tenía guardada-. Podría ser interesante descubrir quiénes eran realmente esos hombres con los dientes en mal estado. Tu amigo König, por ejemplo. Y también Max Abs. Quiero decir: ¿por qué sentiría un chófer sin importancia de las SS la necesidad de ocultar lo que tenía en la boca? A menos que no fuera un cabo de las SS en absoluto. -Belinsky se rió entusiasmado al pensarlo-. Por eso tengo que ver en la oscuridad. Algunos de tus viejos camaradas saben muy bien cómo barajar las cartas. ¿Sabes?, no me extrañaría que siguiéramos persiguiendo a algunos de esos cabrones nazis cuando sus hijos tengan que darles la comida porque ellos no pueden ni comer solos.

– En cualquier caso -añadí-, cuanto más tardes en atraparlos, más difícil será conseguir una identificación positiva.

– No te preocupes -rugió vengativo-. No nos faltarán testigos dispuestos a dar un paso adelante y declarar contra esos mierdas. ¿O es que crees que tipos como Müller y Globocnik tendrían que salirse con la suya?

– ¿Quién es Globocnik, cuándo lo han invitado?

– Odilo Globocnik. Dirigió la Operación Reinhard, construyendo la mayoría de los grandes campos de concentración de Polonia. Es otro que se supone que se suicidó en el 45. Así que, venga, dime, ¿qué crees? Ahora mismo, hay un juicio en Nuremberg. Otto Ohlendorf, comandante de uno de esos grupos especiales de las SS. ¿Crees que tendrían que colgarlo por sus crímenes de guerra?

– ¿Crímenes de guerra? -repetí cansinamente-. Mira, Belinsky, yo trabajé para la Oficina de Crímenes de Guerra de la Wehrmacht durante tres años. Así que me parece que no puedes darme clases sobre ninguna mierda de crimen de guerra.

– Solo me interesa saber cuál es tu posición, boche. Además, exactamente, ¿qué crímenes de guerra investigabais vosotros los tudescos?

– Atrocidades, por ambas partes. ¿Has oído hablar del bosque de Katyn?

– Claro. ¿Investigasteis eso?

– Yo formaba parte del equipo.

– No me digas. -Parecía verdaderamente sorprendido. Le pasaba a la mayoría de la gente.

– Francamente, creo que la idea de acusar a los combatientes de crímenes de guerra es absurdo. Los asesinos de mujeres y niños deben ser castigados, esos sí. Pero no fueron sólo judíos y polacos los que murieron a manos de gente como Müller y Globocnik. También mataron alemanes. Quizá si nos hubierais dado la más mínima oportunidad, nosotros mismos los habríamos llevado ante la justicia.

Belinsky dejó la Währinger Strasse y se dirigió hacia el sur, pasando frente al gran edificio del Hospital General y entrando en la Alser Strasse, donde, recordando lo mismo que yo, redujo la velocidad del coche a niveles más mesurados. Me di cuenta de que había estado a punto de rebatir mis palabras, pero ahora se quedó callado, casi como si se sintiera obligado a evitar ofenderme. Deteniéndose frente a mi pensión, dijo:

– ¿Traudl tenía familia?

– No, que yo sepa. Solo Becker. -Sin embargo, no estaba seguro. Aquella fotografía suya con el coronel Poroshin todavía me obsesionaba.

– Bueno, entonces no hay problema. No voy a perder ni un minuto de sueño preocupándome por su dolor.

– Es mi cliente, por si lo has olvidado. Al ayudarte a ti, se supone que estoy trabajando para demostrar que él es inocente.

– ¿Estás convencido de eso?

– Sí.

– Pero, sin duda, debes de saber que está en la lista del Crowcass.

– Eres muy listo -dije como un tonto- al dejarme hacer todo el recorrido de esta manera, solo para decirme eso.Supón que tengo suerte y gano la carrera, ¿me dejarán recoger el premio?

– Tu amigo es un asesino nazi, Bernie. Mandaba un escuadrón de la muerte en Ucrania, asesinó a hombres, mujeres y niños. Diría que merece que lo cuelguen, tanto si mató a Linden como si no lo hizo.

– Eres muy listo, Belinsky -repetí con amargura, y empecé a bajar del coche.

– Pero, para mí, es gente de poca monta. Yo voy detrás de peces más grandes que Emil Becker. Tú puedes ayudarme, puedes tratar de reparar parte del daño que ha hecho tu país. Un gesto simbólico, si quieres. Quién sabe… si suficientes alemanes hicieran lo mismo, quizá se podría saldar la cuenta.

– ¿De qué hablas? -dije desde la calle-. ¿A qué cuenta te refieres?

Me apoyé en la puerta del coche y me incliné hacia adelante para ver cómo Belinsky se sacaba la pipa de la boca.

– La cuenta de Dios -dijo en voz baja.

Me eché a reír y moví la cabeza en un gesto de incredulidad.

– ¿Qué pasa? ¿Es que no crees en Dios?

– Lo que no creo es que podamos hacer tratos con Él. Tú hablas de Dios como si vendiera coches de segunda mano. Te he juzgado mal. Eres mucho más norteamericano de lo que pensaba.

– Ahí es donde te equivocas. A Dios le gusta hacer tratos. Mira el pacto que hizo con Abraham, y con Noé. Dios es un mercader, Bernie. Solo un alemán podría pensar que un trato es una orden directa.

– Ve al grano, ¿quieres? Porque hay grano, ¿no?

Su forma de actuar parecía indicarlo así.

– Voy a ser franco contigo…

– Oh, creía que ya lo habías sido hace un rato.

– Todo lo que te he dicho es verdad.

– Solo que aún queda algo más, ¿no?

Belinsky asintió y encendió la pipa. Sentí ganas de arrancársela de la boca de un manotazo. En vez de hacerlo, volví a entrar en el coche y cerré la puerta.

– Con tu inclinación a decir las verdades que te convienen, tendrías que conseguir trabajo en una agencia de publicidad. Oigámoslo.

– Pero no te pongas como una furia hasta que haya acabado, ¿vale?

Asentí secamente.

– Bien. Para empezar, nosotros, el Crowcass, creemos que Becker es inocente del asesinato de Linden. Verás, la pistola con que lo mataron fue utilizada para matar a alguien en Berlín hace casi tres años. Los de balística compararon aquella bala con la que mató a Linden y las dos fueron disparadas con la misma arma. Para el momento de la primera muerte, Becker tenía una coartada bastante buena: estaba prisionero en un campo ruso. Claro que podría haber comprado la pistola después, pero todavía no he llegado a la parte interesante, la parte que me hace desear que Becker sea inocente.

»La pistola era una Walther P38, especial para las SS. Examinamos los números de serie del archivo del Centro de Documentación de Estados Unidos y descubrimos que la misma pistola pertenecía a una serie entregada a los oficiales de alto rango de la Gestapo. Esta arma en concreto se la dieron a Heinrich Müller. Era una posibilidad muy remota, pero comparamos la bala que mató a Linden con la que mató al hombre que desenterramos y que se suponía que era Heinrich Müller y… ¿qué te parece? Dimos en el blanco. El que mató a Linden quizá fuera también responsable de meter a un falso Heinrich Müller en la tumba. ¿No lo ves, Bernie? Es la mejor pista que hemos tenido de que el Müller de la Gestapo todavía vive. Significa que hace solo unos meses puede que estuviera aquí en Viena, trabajando para la Org, de la cual tú eres ahora miembro. Puede que incluso siga aquí.

» ¿Sabes lo importante que es eso? Piénsalo, por favor. Müller fue el artífice del terror nazi. Durante diez años controló la policía secreta más brutal que el mundo haya conocido. Ese hombre tenía tanto poder como el mismo Himmler. ¿Tienes idea de la cantidad de gente que habrá torturado, de cuántas muertes habrá ordenado, de cuántos judíos, polacos, incluso alemanes habrá matado? Bernie, esta es tu oportunidad de ayudar a vengar a todos esos alemanes muertos, de que se haga justicia.