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– Quiero enseñarle una fotografía -le expliqué.

– ¿Una fotografía? -Liebl parecía esperanzado-. ¿Es una fotografía que puede llegar a ser una prueba?

Me encogí de hombros.

– Eso depende de Becker.

Liebl hizo un par de rápidas llamadas telefónicas, explotando la muerte de la prometida de Becker, la posibilidad de nuevas pruebas y la proximidad del juicio, que nos ganaron un acceso casi inmediato a la prisión. Hacía un hermoso día y fuimos hasta allí a pie, con Liebl enarbolando el paraguas como si fuera el abanderado de un regimiento de la guardia imperial.

– ¿Le ha contado lo de Traudl? -pregunté.

– Anoche.

– ¿Cómo se lo tomó?

Las grises cejas del viejo abogado se movieron con aire dubitativo.

– Sorprendentemente bien, Herr Gunther. Al igual que usted, yo esperaba que nuestro cliente quedaría deshecho por las noticias. -Las cejas volvieron a moverse, esta vez con un aire de consternación-. Pero no fue así. No, era su propia y desgraciada situación lo que parecía preocuparle. Además de sus progresos, o de la falta de ellos. Herr Becker parece tener una fe extraordinaria en su poder de detección. Un poder del cual, si puedo serle sincero, he visto pocas pruebas.

– Tiene derecho a tener su opinión, Doktor Liebl. Imagino que es usted como la mayoría de los abogados que he conocido: si su propia hermana le enviara una invitación a su boda, solo se daría por satisfecho si viniera firmada y sellada y en presencia de dos testigos. Puede que si su cliente se hubiera mostrado más comunicativo…

– ¿Sospecha que está ocultando algo? Sí, ya recuerdo que dijo algo de eso por teléfono ayer. Sin saber muy bien de qué estaba hablando, no me sentí en disposición de aprovecharme del… -vaciló un segundo mientras trataba de decidir si era razonable utilizar la palabra y luego decidió que sí-… dolor de Herr Becker para hacer esa acusación.

– Muy sensible por su parte, estoy seguro. Pero quizá esta fotografía le refresque la memoria.

– Así lo espero. Y puede que haya comprendido mejor su pérdida y muestre mejor su dolor.

Me pareció un sentimiento muy vienés.

Pero cuando vimos a Becker, apenas parecía afectado. Después de que un paquete de cigarrillos hubiera convencido al guardia para que nos dejara solos a los tres en el locutorio, traté de averiguar por qué.

– Siento lo de Traudl -dije-, era una chica encantadora de verdad.

Asintió con rostro inexpresivo, como si hubiera estado escuchando algún aburrido aspecto del procedimiento legal explicado por Liebl.

– Debo decir que no pareces muy disgustado -comenté.

– Lo estoy llevando de la mejor manera que sé -dijo en voz baja-. No hay mucho que yo pueda hacer desde aquí. Lo más probable es que ni siquiera me dejen asistir al funeral. ¿Cómo crees que me siento?

Me volví hacia Liebl y le pregunté si no le importaría salir de la sala unos minutos.

– Hay algo que quiero comentarle a Herr Becker en privado.

Liebl miró a Becker, que asintió secamente. Ninguno de los dos habló hasta que la pesada puerta se cerró detrás del abogado.

– Escúpelo, Bernie -dijo Becker bostezando a medias al mismo tiempo-. ¿Qué tienes en la cabeza?

– Fueron tus amigos de la Org los que la mataron -dije, observando atentamente su larga y delgada cara en buscade alguna señal de emoción. No estaba seguro de si era verdad o no, pero tenía interés en ver qué podía hacerle revelar. Pero no hubo nada-. En realidad, me pidieron que la matara yo.

– Así que estás en la Org -dijo entrecerrando los ojos. Su tono era cauto-. ¿Cuándo fue?

– Tu amigo König me reclutó.

Pareció que la cara se le relajaba un poco.

– Bueno, ya suponía que solo era cuestión de tiempo. Para ser sincero, no estaba del todo seguro de que no estuvieras en la Org cuando viniste a Viena. Con tus antecedentes, eres el tipo de persona que reclutan enseguida. Si estás dentro ahora, quiere decir que has trabajado rápido. Estoy impresionado. ¿Te dijo König por qué quería que eliminaras a Traudl?

– Me dijo que era una espía del MVD. Me enseñó una fotografía suya hablando con el coronel Poroshin.

Becker sonrió con tristeza.

– No era una espía -dijo negando con la cabeza-, y no era mi novia. Era la novia de Poroshin. Al principio se hizo pasar por mi prometida para que pudiera mantenerme en contacto con Poroshin mientras estaba en prisión. Liebl no sabía nada. Poroshin dijo que no te habías mostrado muy entusiasmado con venir a Viena; dijo que no parecías tener muy buena opinión de mí, se preguntaba si te quedarías mucho tiempo cuando vinieras. Así que pensó que sería una buena idea que Traudl te trabajara un poco y te persuadiera de que había alguien fuera que me quería, alguien que me necesitaba. Es un juez muy perspicaz del carácter, Bernie. Venga, admítelo, en gran parte, ella es la razón de que siguieras con mi caso. Porque pensabas que la madre y el niño se merecían el beneficio de la duda, incluso si yo no lo merecía.

Era Becker quien me observaba ahora, buscando alguna reacción. Era extraño, pero descubrí que no estabaenfadado en absoluto. Estaba acostumbrado a descubrir que, en cualquier momento dado, solo sabía la mitad de la verdad.

– Así que imagino que tampoco era enfermera.

– Sí que lo era. Solía robar penicilina para que yo la vendiera en el mercado negro. Fui yo quien se la presenté a Poroshin. -Se encogió de hombros-. No supe lo suyo hasta el cabo de un tiempo. Pero no me sorprendió. A Traudl le gustaba pasarlo bien, como a la mayoría de mujeres de esta ciudad. Ella y yo fuimos amantes durante un breve período, pero nada así dura mucho tiempo en Viena.

– Tu mujer dijo que le habías conseguido penicilina a Poroshin para una gonorrea. ¿Es verdad?

– Le conseguí penicilina, sí, pero no era para él. Era para su hijo. Tenía meningitis. Hay una epidemia, creo. Y escasez de antibióticos, especialmente en Rusia. Hay escasez de todo, salvo mano de obra, en la Unión Soviética.

»Después de eso, Poroshin me hizo un par de favores. Me arregló papeles, me dio una concesión de cigarrillos, ese tipo de cosas. Nos hicimos bastante amigos. Y cuando los de la Org decidieron reclutarme, se lo conté. ¿Por qué no? Pensaba que König y sus amigos eran una pandilla de sonados. Pero me gustaba sacarles dinero y, francamente, no estaba muy involucrado en la Org aparte de aquel trabajo de mensajero a Berlín. No obstante, Poroshin tenía mucho interés en que me acercara más a ellos, y cuando me ofreció un montón de dinero, acepté. Pero son absurdamente suspicaces, Bernie, y en cuanto expresé un cierto interés en hacer más trabajos para ellos, insistieron en que me sometiera a un interrogatorio sobre mi servicio en las SS y mi estancia en el campo de prisioneros soviético. Les preocupaba mucho que me hubieran soltado. No me dijeron nada en aquel momento, pero en vista de lo que hasucedido después, supongo que deben de haber decidido que no podían confiar en mí y me han quitado de en medio.

Becker encendió uno de sus cigarrillos y se recostó en la dura silla.

– ¿Por qué no le has contado todo esto a la policía?

Se echó a reír.

– ¿Crees que no lo he hecho? Cuando les hablé de la Org, aquellos estúpidos hijos de puta pensaron que les hablaba del movimiento clandestino Werewolf, ya sabes, esa mierda sobre un grupo terrorista nazi.

– Así que de ahí sacó Shields la idea.

– ¿Shields? -resopló Becker-. Es un maldito idiota.

– Bueno, pero ¿por qué no me hablaste a mí de la Org?

– Como te he dicho, Bernie, no estaba seguro de que no te hubieran reclutado ya en Berlín. Ex Kripo, ex Abwehr, habrías sido exactamente lo que andaban buscando. Pero si no hubieras estado en la Org y yo te hablaba de ellos, quizá habrías ido por toda Viena haciendo preguntas, en cuyo caso habrías acabado muerto, igual que mis dos socios. Y si estabas en la Org, pensé que quizá solo fuera en Berlín; que aquí, en Viena, serías solo otro detective más, aunque fueras uno que yo conocía y en quien confiaba. ¿Lo entiendes?