– Si no te importa -dije-, me resulta difícil pensar en los estadounidenses como santos. Cuando volví de Rusia mi mujer conseguía una ración extra de un capitán norteamericano. A veces pienso que no son mejores que los ivanes.
Nebe se encogió de hombros.
– En la Org no eres el único que piensa así -dijo-, pero, por mi parte, nunca he sabido que los ivanes le pidieran permiso a una dama ni le dieran unas cuantas tabletas de chocolate antes. Son animales. -Sonrió al ocurrírsele algo-. De cualquier modo, tengo que admitir que algunas de esas mujeres deberían estar agradecidas a los rusos. De no ser por ellos, quizá nunca habrían sabido cómo era.
Era un chiste malo y de mal gusto, pero me reí con él. Nebe seguía asustándome, lo bastante como para querer ser una buena compañía para él.
– ¿Y qué hiciste con tu mujer y ese capitán norteamericano? -dijo cuando dejó de reír.
Algo hizo que me contuviera antes de contestar. Arthur Nebe era un hombre inteligente. Antes de la guerra, como jefe de la policía criminal, había sido uno de los policías más destacados de Alemania. Habría sido arriesgado darle una respuesta que indicara que había querido matar a un capitán estadounidense. Nebe veía hechos corrientes que merecían ser investigados donde otros solo veían la mano de un dios caprichoso. Lo conocía demasiado bien para creer que habría olvidado que, en una ocasión, había designado a Becker para una investigación de asesinato que yo llevaba a cabo. Si había cualquier cosa que sugiriera una relación, por accidental que fuera, entre la muerte de un oficial estadounidense que afectaba a Becker y la muerte de otro que me afectaba a mí, no tenía ninguna duda de que Nebe daría órdenes de que me mataran. Un oficial estadounidense ya era bastante malo; dos habrían sido demasiada coincidencia. Así que me encogí de hombros, encendí un cigarrillo y dije:
– ¿Qué puedes hacer, salvo asegurarte de que es ella y no él quien recibe el puñetazo en la boca? A los oficiales norteamericanos no les gusta mucho que los abofeteen, sobre todo los boches. Uno de los pequeños privilegios de laconquista es que no tienes que dejar que te toque los cojones ninguno de tus enemigos derrotados. Imagino que no lo habrás olvidado, precisamente tú, Herr Gruppenführer.
Observé su sonrisa con una gran curiosidad. Era una sonrisa astuta en una cara de zorro viejo, pero los dientes parecían bastante reales.
– Fue muy sensato por tu parte -dijo-, eso de ir matando norteamericanos por ahí no funciona.
Después de una larga pausa y confirmándome mis temores respecto a él, añadió:
– ¿Recuerdas a Emil Becker?
Habría sido estúpido hacer como si tratara de recordar. Me conocía demasiado bien.
– Claro -dije.
– La chica que König te dijo que mataras era su novia. Bueno, en cualquier caso, una de sus novias.
– Pero König dijo que era del MVD -dije frunciendo el ceño.
– Y lo era. Y Becker también. Mató a un oficial estadounidense. Pero antes había tratado de infiltrarse en la Org.
Negué con la cabeza, lentamente.
– Un sinvergüenza, quizá -dije-, pero no veo a Becker como espía de los ivanes. -Nebe asintió repetidamente-. ¿Aquí, en Viena? -Volvió a asentir-. ¿Sabía que tú estabas vivo?
– Por supuesto que no. Lo utilizamos para hacer algunos trabajos de mensajero de vez en cuando. Fue un error. Becker estaba en el mercado negro, como tú, Bernie. Y con bastante éxito, por lo que parece. Pero se engañaba respecto a su valor para nosotros. Pensaba que era el centro de un enorme lago, pero no estaba ni siquiera cerca de allí. Con franqueza, si un meteorito hubiera aterrizado en mitad del lago, Becker ni hubiera visto las ondas del agua.
– ¿Cómo lo descubristeis?
– Nos lo dijo su mujer. Cuando Becker volvió del campo de prisioneros soviético, nuestra gente de Berlín envió a alguien a su casa para ver si lo podíamos reclutar para la Org. Bueno, no lo encontraron, y para cuando lograron hablar con la mujer, él ya se había marchado y vivía en Viena. La mujer les contó la relación de Becker con un coronel ruso del MVD. Pero por alguna razón (en realidad fue solo jodida ineficacia), pasó bastante tiempo hasta que la información llegó aquí, a la sección vienesa. Y para entonces ya lo había reclutado uno de nuestros hombres.
– ¿Y dónde está ahora?
– Aquí en Viena, en prisión. Los estadounidenses lo van a juzgar por asesinato y, con toda certeza, lo colgarán.
– Eso debe haber sido muy conveniente para vosotros -dije hurgando en el asunto-. Un poco demasiado conveniente, si me permites decirlo.
– ¿Instinto profesional, Bernie?
– Llámalo un pálpito. De ese modo, si me equivoco, no pareceré un aficionado.
– Sigues confiando en lo que dicen tus vísceras, ¿eh?
– Y más ahora que vuelvo a tener algo dentro de ellas, Arthur. Viena es una ciudad rica comparada con Berlín.
– ¿Así que crees que nosotros matamos al estadounidense?
– Eso dependería de quién fuera y de si teníais una buena razón. Entonces lo único que tendríais que hacer era aseguraros de que le cargaran el muerto a alguien. A alguien de quien quisierais libraros. De ese modo matabais dos pájaros de un tiro. ¿Tengo razón?
Nebe inclinó la cabeza hacia un lado.
– Quizá. Pero no te atrevas siquiera a recordarme lo buen detective que eras haciendo algo tan estúpido como demostrarlo. Sigue siendo una cuestión muy delicada para alguna gente de esta sección, así que sería mejor que cerraras el pico sobre este asunto.
» ¿Sabes?, si de verdad quieres jugar a los detectives, podrías darnos el beneficio de tus consejos para que podamos encontrar a una persona desaparecida, uno de los nuestros. Se llama Karl Heim y es dentista. Se suponía que un par de los nuestros tenían que acompañarlo a Pullach a primera hora de esta mañana, pero cuando fueron a su casa, no había señales de él. Por supuesto, puede que haya ido a hacer la cura local (Nebe quería decir una ronda por los bares), pero en esta ciudad siempre cabe la posibilidad de que se lo hayan llevado los ivanes. Hay un par de bandas autónomas con las que trabajan los rusos. A cambio, les dan concesiones para vender cigarrillos en el mercado negro. Por lo que hemos podido averiguar, las dos bandas dependen del coronel ruso de Becker. Probablemente, así es como conseguía la mayoría de sus suministros.
– Claro -dije nervioso por esta última revelación de la asociación de Becker con el coronel Poroshin-. ¿Quéquieres que haga?
– Habla con König -me ordenó Nebe- y dale algún consejo para tratar de encontrar a Heim. Si tienes tiempo, incluso podrías echarle una mano.
– Es bastante fácil -dije-. ¿Algo más?
– Sí, me gustaría que volvieras mañana por la mañana. Hay uno de los nuestros que se ha especializado en todo lo relativo al MVD. Tengo la sensación de que estará especialmente interesado en hablar contigo sobre esa fuente tuya. ¿Digamos a las diez?
– A las diez -repetí.
Nebe se levantó y rodeó la mesa para darme la mano.
– Es agradable ver una vieja cara, Bernie, incluso si se parece a mi conciencia.
Sonreí débilmente y le estreché la mano con fuerza.
– Lo pasado, pasado está -dije.
– Exactamente -dijo, poniéndome la otra mano sobre el hombro-. Hasta mañana, entonces. König te acompañará a la ciudad. -Nebe abrió la puerta y me precedió escaleras abajo hasta la parte delantera de la casa-. Siento lo de ese problema con tu mujer. Podría hacer que le enviaran algo del economato si quieres.
– No te molestes -dije rápidamente. Lo último que quería era que alguien de la Org se presentara en mi piso en Berlín y empezara a hacerle preguntas embarazosas que ella no sabría cómo contestar-. Trabaja en un café norteamericano y consigue todo lo que necesita.