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En el vestíbulo nos encontramos con König jugando con su perro.

– Mujeres -dijo Nebe riendo-. Fue una mujer la que le compró el perro a König, ¿no es verdad, Helmut?

– Sí, Herr General.

Nebe se inclinó para hacerle cosquillas al perro en la barriga. Este se puso panza al aire para ofrecerse sumisamente a la mano de Nebe.

– ¿Y sabes por qué le compró un perro? -Noté la incómoda imitación de sonrisa de König y supe que Nebe estaba a punto de gastarle una broma-. Para que este hombre aprendiera a obedecer.

Me reí con los dos, pero después de solo unos días de estrecha relación con König, pensé que Lotte Hartmann habría preferido enseñarle a su novio a recitar la Torá.

31

El cielo estaba encapotado cuando llegué a mis habitaciones. Oí cómo una ráfaga de lluvia golpeaba contra los cristales y unos segundos más tarde hubo un corto relámpago y un tremendo trueno que hizo que las palomas de la terraza huyeran en busca de cobijo. Me levanté y contemplé cómo la tormenta hacía oscilar los árboles e inundaba las alcantarillas, descargando la atmósfera de toda su energía sobrante hasta que el aire quedó limpio y agradable de nuevo.

Diez minutos después, los pájaros cantaban en los árboles, como si celebraran el purificador aguacero. Parecía que había mucho que envidiarles en aquella rápida cura climática y deseé que la presión que sentía en mis propios nervios hubiera podido resolverse con la misma facilidad. El esfuerzo por no dejarme atrapar por todas aquellas mentiras, incluyendo las mías, me estaba llevando rápidamente al agotamiento de mi ingenio y corría el peligro de no poder seguir el ritmo de todo el asunto. Por no hablar de mi vida.

Eran alrededor de las ocho cuando llamé a Belinsky al Sacher, un hotel de la Philharmonikerstrasse requisado por los militares. Pensaba que quizá fuera demasiado tarde para encontrarlo, pero allí estaba. Parecía relajado, como si hubiera sabido todo el tiempo que la Org se tragaría su cebo.

– Te dije que te llamaría -le recordé-. Es un poco tarde, pero he estado ocupado.

– No pasa nada. ¿Se la tragaron… la información?

– Casi se me tragan también la mano. König me llevó a una casa en Grinzing. Posiblemente es su cuartel general aquí, en Viena, pero no estoy seguro. Sin duda es lo bastante grandioso.

– Bien. ¿Viste a Müller por alguna parte?

– No, pero vi a alguien más.

– ¿Ah, sí? ¿Y quién era?

La voz de Belinsky sonaba fría.

– Arthur Nebe.

– ¿Nebe? ¿Estás seguro de eso?

Ahora volvía a estar excitado.

– Claro que estoy seguro. Conozco a Nebe desde antes de la guerra. Pensaba que había muerto, pero esta tarde hablamos casi una hora. Quiere que ayude a König a encontrar a nuestro amigo el dentista y que vuelva mañana por la mañana a Grinzing a una reunión para hablar de tus cartas de amor rusas. Tengo la impresión de que Müller estará allí.

– ¿Qué te hace creer eso?

– Nebe dijo que habría alguien especializado en todas las cuestiones relativas al MVD.

– Sí, viniendo de Arthur Nebe esa descripción podría encajar con Müller. ¿A qué hora es la reunión?

– A las diez.

– Eso solo me deja esta noche para organizado todo. Déjame que piense un minuto. -Se quedó en silencio tanto tiempo que empecé a dudar de que siguiera al otro lado del teléfono. Pero entonces oí que suspiraba profundamente-. ¿A qué distancia está la casa de la carretera?

– Unos veinte o treinta metros en la parte de delante y en el lado norte. Detrás de la casa y hacia el sur hay un viñedo. No sabría decirte cómo de lejos queda la carretera por ese lado. Hay una hilera de árboles entre la casa y los viñedos. Y algunos edificios anexos.

Le di indicaciones sobre la casa lo mejor que pude.

– De acuerdo -dijo con tono de eficiencia-, esto es lo que haremos: después de las diez, empezaré a hacer que mis hombres rodeen la casa a una discreta distancia. Si Müller está allí, nos haces una señal, y entraremos y lo cogeremos Esa será la parte difícil, porque te estarán vigilando de cerca. Mientras estuviste allí, ¿usaste el cuarto de baño?

– No, pero pasé delante de uno en el primer piso. Si la reunión es en la biblioteca donde estuve con Nebe, como imagino, ese será el que use. Da al norte, hacia Josefstadt y la carretera. Y hay una ventana, con una persiana enrollable de color beige. Quizá podría usar la persiana para hacerte una señal.

Hubo otro silencio. Y luego dijo:

– A las diez y veinte, o lo más cerca que puedas de esa hora, vas a la sala de música. Cuando estés allí bajas la persiana y cuentas cinco segundos y luego la subes durante cinco segundos más. Lo haces tres veces. Yo estaré vigilando con prismáticos y cuando vea la señal haré sonar la bocina del coche tres veces. Esa será la señal para que mis hombres se pongan en marcha. Entonces tú te reincorporas a la reunión, te sientas y esperas a que llegue la caballería.

– Suena bastante sencillo. Demasiado sencillo, en realidad.

– Mira, boche, te sugeriría que sacaras el culo por la ventana y silbaras «Dixie», pero eso podría llamar la atención. -Emitió una especie de suspiro irritado-. Una redada así exige un montón de papeleo, Gunther. Tengo que idear nombres en clave y conseguir todo tipo de autorizaciones especiales para una importante operación sobre el terreno. Y luego, si todo resulta ser una falsa alarma, habrá una investigación. Espero que estés en lo cierto respecto a Müller. ¿Sabes?, me voy a pasar la noche levantado organizando esta fiestecita.

– Esta es la gota que colma el vaso -dije-. Seré yo el que estará atrapado en la playa y aquí estás tú quejándote de que haya un poco de arena en el aceite. Bueno, siento de verdad que tengas que hacer todo ese jodido papeleo.

Belinsky se echó a reír.

– Venga ya, boche. No te enfades por esto. Solo quería decir que estaría bien si supiéramos con seguridad que Müller va a estar allí. Sé razonable. Todavía no sabemos seguro que forme parte del tinglado de la Org en Viena.

– Claro que lo sabemos -mentí-. Esta mañana he ido a la prisión y le he enseñado a Emil Becker una de las fotos de Müller. Lo ha identificado inmediatamente como el hombre que estaba con König cuando le pidió a Becker que tratara de encontrar al capitán Linden. A menos que Müller esté enamorado de König, eso significa que forma parte de la sección vienesa de la Org.

– Joder -dijo Belinsky-, ¿por qué no se me ocurriría a mí hacer eso? Es tan sencillo. ¿Está seguro de que era Müller?

– No tiene ni la más mínima duda. -Seguí dándole cuerda de esa manera durante un rato hasta que estuve seguro de él-. Vale, tranquilízate. En realidad, Becker no lo identificó en absoluto, pero había visto la foto antes. Traudl Braunsteiner se la enseñó. Solo quería estar seguro de que no fuiste tú quien se la había dado.

– Sigues sin confiar en mí, ¿eh, boche?

– Si voy a meterme en la boca del lobo por ti, tengo derecho a ponerte a prueba antes.

– Sí, por supuesto, eso nos deja todavía con el problema de dónde conseguiría Traudl Braunsteiner una foto deMüller.

– De un cierto coronel Poroshin, del MVD, supongo. Le dio a Becker una concesión de cigarrillos aquí en Viena a cambio de información y algún que otro secuestro. Cuando Becker fue abordado por la Org, se lo contó todo a Poroshin y aceptó tratar de averiguar todo lo que pudiera. Después de que Becker fuera arrestado, Traudl actuó como mensajera entre ellos. En realidad, solo se hizo pasar por novia de Becker.

– ¿Sabes qué significa esto, boche?

– Significa que los ivanes también van detrás de Müller, ¿no?

– Pero ¿has pensado en lo que pasaría si lo atraparan? Francamente no tiene muchas posibilidades de tener un juicio en la Unión Soviética. Como ya te he dicho, Müller hizo un estudio especial de los métodos de la policía soviética. No, los rusos quieren a Müller porque puede serles muy útil. Por ejemplo, podría decirles quiénes eran todos los agentes de la Gestapo en la NKVD. Hombres que posiblemente siguen en el mismo sitio en el MVD.