– Me alegro de que lo encuentres tan divertido, doctor Frankenstein -dije-. Ese jodido monstruo tuyo por poco me mata.
El letón asintió enfurruñado y enfundó el Colt.
– Estaba fisgando -dijo, sumiso-. Lo pillé.
Me encogí de hombros.
– Hace una bonita mañana. Pensé que podía venir y echar una ojeada a Grinzing. Solo estaba admirando tu finca cuando aquí, Lon Chaney, me metió una pistola por la oreja.
El letón sacó mi revólver del bolsillo de la chaqueta y se lo dio a Nebe.
– Llevaba un hierro, Herr Nolde.
– Pensando en dedicarte a la caza menor, ¿no es así, Bernie?
– Todo cuidado es poco en estos tiempos.
– Me alegra que pienses eso -dijo Nebe-. Me ahorra el trabajo de disculparme. -Sopesó el arma en la mano y luego se la metió en el bolsillo-. De cualquier modo, me la quedaré de momento, si no te importa. Las armas ponen nerviosos a algunos de nuestros amigos. Recuérdame que te la devuelva antes de que te vayas. -Se volvió hacia el letón-. Está bien, Rainis, no te preocupes. Solo estabas haciendo tu trabajo. ¿Por qué no vas y desayunas algo?
El monstruo asintió y se dirigió hacia la casa con el gato detrás de él.
– Apuesto a que puede comerse su propio peso en cacahuetes.
Nebe sonrió fríamente.
– Algunas personas tienen perros fieros para que las protejan; yo tengo a Rainis.
– Ya, bueno, espero que esté enseñado para no ensuciarse dentro de la casa. -Me quité el sombrero y me enjugué la frente con el pañuelo-. Yo no lo dejaría pasar de la puerta. Lo tendría atado con una cadena en el patio. ¿Dónde se cree que está? ¿En Treblinka? Ese hijo de puta se moría de ganas de matarme, Arthur.
– No lo dudo. Disfruta matando.
Nebe rechazó con un gesto de la cabeza el cigarrillo que le ofrecía, pero tuvo que ayudarme a encender el mío, ya que mi mano temblaba tanto como si estuviera hablando con un apache sordo.
– Es letón -explicó Nebe-. Era cabo en el campo de concentración de Riga. Cuando los rusos lo capturaron le pisotearon la cara y le partieron la mandíbula con las botas.
– Créeme, sé cómo debían de sentirse.
– Le paralizaron la mitad de la cara y lo dejaron un poco débil de cabeza. Siempre fue un asesino brutal, pero ahora es más parecido a un animal. Pero igual de leal que cualquier perro.
– Bueno, como es natural, ya pensaba que tendría sus puntos buenos. Riga, ¿eh? -Señalé con la cabeza hacia el pozo abierto y el incinerador-. Apuesto a que esta pequeña instalación de eliminación de residuos hace que se sienta como en casa.
Di unas caladas agradecidas al cigarrillo y añadí:
– Si a eso vamos, apuesto a que hace que los dos os sintáis como en casa.
Nebe frunció el ceño.
– Me parece que necesitas beber algo -dijo en voz baja.
– No me sorprendería. Pero asegúrate de que los cubitos no tengan mucha cal. He perdido el gusto por la cal, para siempre.
34
Seguí a Nebe al interior de la casa y al piso de arriba, a la biblioteca donde habíamos hablado el día anterior. Me trajo un coñac del mueble-bar y lo dejó en la mesa delante de mí.
– Perdóname que no te acompañe -dijo observando cómo me lo bebía de un trago-. Normalmente me gusta tomarme un coñac con el desayuno, pero esta mañana tengo que tener las ideas claras. -Sonrió con indulgencia cuando dejé la copa sobre la mesa-. ¿Mejor?
Asentí.
– Dime, ¿habéis encontrado a vuestro dentista desaparecido, al doctor Heim?
Ahora que ya no tenía que preocuparme por mis propias perspectivas inmediatas de supervivencia, Veronika volvía a ocupar el primer lugar en mis pensamientos.
– Está muerto, me temo. Eso ya es bastante malo, pero ni la mitad de malo que no saber qué le había pasado. Por lo menos, ahora sabemos que no lo tienen los rusos.
– ¿Qué le pasó?
– Tuvo un ataque al corazón. -Nebe soltó aquella risita seca que yo le conocía tan bien de la época del Alex, la comisaría central de la policía criminal de Berlín-. Parece que estaba con una chica en aquel momento. Una chocolatera.
– ¿Quieres decir que le pasó mientras estaban…?
– Eso exactamente es lo que quiero decir. Con todo, puedo imaginar formas peores de morir, ¿tú no?
– Después de lo que acabo de pasar, eso no me resulta especialmente difícil, Arthur.
– Seguro -dijo, y sonrió casi avergonzado.
Dediqué unos momentos a buscar una excusa que me permitiera preguntar inocentemente qué le había pasado a Veronika.
– ¿Y qué hizo ella? La chocolatera, quiero decir. ¿Telefoneó a la policía? -Fruncí el ceño-. No, supongo que no.
– ¿Por qué dices eso?
Me encogí de hombros ante la evidente simplicidad de mi explicación.
– No puedo imaginarme que se hubiera arriesgado a que la arrestara la brigada Antivicio. No, apuesto a que trató de tirarlo en algún sitio. Le pediría a su chulo que lo hiciera, como de costumbre. -Enarqué las cejas, con aire interrogador-. ¿Qué? ¿Tengo razón?
– Sí, tienes razón, como de costumbre. -Sonaba casi como si admirara mi razonamiento. Luego soltó una especiede suspiro nostálgico-. ¡Qué lástima que ya no estemos en la Kripo, no tienes ni idea de lo que echo en falta todo aquello!
– Yo también.
– Pero tú podrías volver. ¿No tendrás ninguna cuenta pendiente, verdad, Bernie?
– ¿Y trabajar para los comunistas? No, gracias. -Fruncí los labios y traté de adoptar un aire preocupado-. De todos modos, prefiero quedarme lejos de Berlín durante un tiempo. Un soldado ruso trató de robarme en el tren. Fue en defensa propia, pero lo maté. Y me vieron dejar la escena del crimen cubierto de sangre.
– «La escena del crimen» -citó Nebe, paladeando la frase como si fuera un buen vino-. Es agradable volver a hablar con un detective.
– Solo para satisfacer mi curiosidad personal, Arthur: ¿cómo encontraste a la chocolatera?
– No fui yo, fue König. Me ha dicho que fuiste tú quien le explicó la mejor manera de buscar al pobre Heim.
– Solo le dije las cosas de rutina, Arthur, cosas que tú mismo le podrías haber dicho.
– Puede que sí. De cualquier modo, parece que la chica de König reconoció a Heim en una foto. Parece que solía frecuentar el club donde ella trabaja. Recordaba que Heim le tenía una especial afición a una de las furcias que trabajan allí. Lo único que Helmut tenía que hacer era convencerla para que se lo contara todo. Así de sencillo.
– Sacarle información a una furcia nunca es algo «así de sencillo» -dije-. Puede ser como sacarle una blasfemia a una monja. El dinero es el único medio de hacer hablar a una chica de alterne, el único que no deja moretones. – Esperé que Nebe me contradijera, pero no dijo nada-. Claro que un moretón es más barato y no deja margen al error. -Le sonreí como para decir que no tenía ningún escrúpulo en absoluto cuando se trataba de zurrar a una chocolatera en interés de una investigación eficaz-. Yo diría que König no es de los que tiran el dinero, ¿estoy en lo cierto?
Con gran decepción por mi parte, Nebe se limitó a encogerse de hombros y luego miró la hora.
– Será mejor que se lo preguntes tú mismo cuando lo veas.
– ¿También va a venir a la reunión?
– Estará aquí. -Nebe consultó de nuevo la hora-. Me temo que tengo que dejarte. Todavía me quedan un par de cosas por hacer antes de las diez. Quizá sería mejor que te quedaras aquí. La seguridad es muy estricta hoy y no querríamos otro incidente, ¿verdad? Haré que alguien te traiga café. Enciéndete la chimenea si quieres. Aquí hace algo de frío.
Di unos golpecitos en la copa.
– Me parece que ahora ya no lo noto tanto.
Nebe me miró pacientemente.
– Sí, bueno, sírvete más coñac si crees que lo necesitas.
– Gracias -dije alargando la mano para coger la botella-, no me irá mal.