– Pero mantente despierto. Te harán muchas preguntas sobre tu amigo ruso. No me gustaría que se pusiera en duda tu opinión de su valía solo porque hubieras bebido demasiado.
Cruzó el crujiente suelo hacia la puerta.
– No te preocupes por mí -dije contemplando los estantes vacíos-, leeré un libro.
La notable nariz de Nebe se frunció en gesto de desaprobación.
– Sí, es una verdadera lástima que la biblioteca haya desaparecido. Parece que los anteriores dueños dejaron una colección soberbia, pero cuando llegaron, los rusos utilizaron todos los libros como combustible para la caldera. – Cabeceó con aire triste-. ¿Qué se puede hacer con subhumanos así?
Cuando Nebe se fue, seguí su consejo y encendí la chimenea. Me ayudó a concentrarme en lo que iba a hacer a continuación. Cuando las llamas prendieron en el pequeño edificio de troncos y palos que había construido, pensé que el patente regocijo de Nebe sobre las circunstancias de la muerte de Heim parecía indicar que la Org aceptaba que Veronika les había dicho la verdad.
Era cierto que seguía sin saber dónde podían tenerla, pero me daba la impresión de que König todavía no estaba en Grinzing, y sin un arma no veía cómo podía marcharme a buscarla en otro sitio. Faltando solo dos horas para la reunión de la Org, me parecía que lo mejor que podía hacer era esperar a que llegara König y confiar en que tranquilizara mi conciencia. Y si había matado o herido a Veronika, le ajustaría las cuentas personalmente cuando llegara Belinsky con sus hombres.
Cogí el atizador y avivé el fuego descuidadamente. El hombre de Nebe me trajo el café, pero no le presté atención, y cuando se fue me estiré en el sofá y cerré los ojos.
El fuego crepitó, repiqueteó un par de veces y me calentó el costado. A través de los párpados cerrados, un rojo brillante se convirtió en un púrpura intenso y luego en algo más relajante…
– ¿Herr Gunther?
Levanté bruscamente la cabeza del sofá. Dormir en una posición extraña, aunque solo fuera unos minutos, me había puesto el cuello más rígido que el cuero nuevo. Pero cuando miré el reloj vi que había estado durmiendo más de una hora. Flexioné el cuello.
Sentado al lado del sofá había un hombre vestido con un traje de franela gris. Se inclinó hacia adelante y me tendió la mano para que se la estrechara. Era una mano ancha, fuerte y sorprendentemente firme para un hombre tan bajo. Poco a poco, reconocí su cara, aunque nunca nos habíamos visto antes.
– Soy el doctor Moltke -dijo-. He oído hablar mucho de usted, Herr Gunther.
Su acento era tan bávaro que uno podía quitarle la espuma de la superfìcie.
Asentí inseguro. Había algo en su manera de mirar que encontraba profundamente desconcertante. Tenía los ojos de un hipnotizador de cabaré.
– Encantado de conocerle, Herr Doktor.
Aquí teníamos a otro que había cambiado de nombre. Otro que se suponía que estaba muerto, como Arthur Nebe. Y este no era cualquier nazi corriente, fugitivo de la justicia, si es que existía justicia en Europa durante 1948. Me produjo una sensación extraña pensar que le había estrechado la mano a un hombre que, por las misteriosas circunstancias que habían rodeado su «muerte», bien pudiera ser el hombre más buscado del mundo. Era el Henrich Müller de la Gestapo en persona.
– Arthur Nebe me ha estado hablando de usted -dijo-. ¿Sabe?, parece que usted y yo somos bastante parecidos. Yo también era detective de la policía, como usted. Empecé en la calle, haciendo la ronda, y aprendí el oficio en la dura escuela del trabajo corriente de la policía. Como usted, también me especialicé, pero mientras usted trabajabapara el Departamento de Homicidios, yo me vi atraído por la vigilancia de los funcionarios del partido comunista. Incluso hice un estudio especial de los métodos policiales de la Rusia soviética. Encontré mucho que admirar allí. Siendo usted mismo policía, seguro que apreciaría su profesionalidad. El MVD, que antes era la NKVD, es probablemente la mejor policía secreta del mundo. Incluso mejor que la Gestapo. Por la simple razón, creo, de que el nacionalsocialismo nunca consiguió ofrecer una convicción capaz de orientar una actitud tan coherente hacia la vida. ¿Y sabe por qué?
Negué con la cabeza. Su fuerte acento bávaro parecía indicar una jovialidad natural que yo sabía que aquel hombre no podía tener en modo alguno.
– Porque, Herr Gunther, a diferencia del comunismo, nosotros nunca atrajimos a los intelectuales además de a la clase obrera. ¿Sabe?, yo mismo no me uní al partido hasta 1939. Stalin hace mejor las cosas. Hoy lo veo bajo un prisma diferente que antes.
Fruncí el ceño, preguntándome si esta era la idea que Müller tenía de una broma o un chiste. Pero parecía totalmente serio, pomposamente serio.
– ¿Admira usted a Stalin? -dije casi sin podérmelo creer.
– Está muy por encima de cualquiera de nuestros líderes occidentales. Incluso Hitler se queda pequeño en comparación. Piense tan solo a lo que han hecho frente Stalin y su partido. Usted estuvo en uno de sus campos. Sabe cómo son. Incluso habla usted ruso. Uno siempre sabe dónde está con los ivanes. Te ponen contra una pared y te fusilan o te dan la Orden de Lenin. No es como con los estadounidenses o los británicos. -En la cara de Müller apareció una expresión de extremo desagrado-. Hablan de moralidad y de justicia, pero permiten que Alemania se muera de hambre. Escriben sobre ética, pero cuelgan a viejos camaradas un día y al siguiente los reclutan para sus propios servicios de seguridad. No se puede confiar en gente así, Herr Gunther.
– Perdóneme, Herr Doktor, pero tenía la impresión de que trabajábamos para los norteamericanos.
– Error. Trabajamos con los norteamericanos. Pero en última instancia, trabajamos para Alemania. Para una nuevaPatria.
Con un aspecto más pensativo, se levantó y fue hasta la ventana. Su manera de expresar que reflexionaba fue una rapsodia silenciosa más propia de un sacerdote campesino que lucha con su conciencia. Juntó las manos, meditabundo, las separó de nuevo y, finalmente, se apretó las sienes entre los puños.
– No hay nada que admirar en Estados Unidos. No es como Rusia. Pero los norteamericanos tienen poder. Y lo que les da poder es el dólar. Es la única razón por la que debemos oponernos a Rusia. Necesitamos los dólares estadounidenses. Lo único que la Unión Soviética puede darnos es el ejemplo: el ejemplo de lo que la lealtad y la entrega pueden llegar a conseguir, incluso sin dinero. Así pues, piense en lo que los alemanes podríamos hacer con una entrega similar y el dinero norteamericano.
Traté de ahogar un bostezo y no lo conseguí.
– ¿Por qué me está diciendo todo esto, Herr… Herr Doktor?
Durante un espantoso segundo casi lo había llamado Herr Müller. ¿Sabría alguien, además de Arthur Nebe y quizá Von Bolschwing, que me había interrogado, quién era realmente Moltke?
– Estamos trabajando por un nuevo mañana, Herr Gunther. Puede que ahora se hayan repartido Alemania entre ellos, pero llegará un tiempo en que volveremos a ser una gran potencia. Una gran potencia económica. Mientras nuestra organización trabaja al lado de los estadounidenses para oponernos al comunismo, podremos convencerlos para que dejen que Alemania se reconstruya. Y con nuestra industria y nuestra tecnología, lograremos lo que Hitler nunca habría podido alcanzar. Y lo que Stalin, sí, incluso Stalin con sus impresionantes planes quinquenales, solo puede seguir soñando. Los alemanes quizá nunca tengan el dominio militar, pero pueden dominar económicamente. Será el marco, no la esvástica, lo que conquistará Europa. ¿No se cree lo que digo?
Si parecía sorprendido era únicamente porque la idea de que la industria alemana pudiera estar en la cima de nada que no fuese un montón de chatarra me parecía absolutamente ridícula.
– Me preguntaba si todos los miembros de la Org piensan igual que usted.