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»De cualquier modo, la seguridad en el Centro es estricta. Es imposible salir con informes, pero es relativamente fácil entrar con ellos. No registran a nadie cuando entra, solo cuando sale. Ese era el trabajo de Linden. Una vez al mes Becker le entregaba en Berlín nuevos informes, falsificados por Albers. Y Linden los archivaba. Naturalmente, eso fue antes de que descubriéramos lo de los amigos rusos de Becker.

– ¿Por qué se hacían aquí las falsificaciones y no en Berlín? -pregunté-. De esa manera os habríais ahorrado la necesidad de un mensajero.

– Porque Albers no quería saber nada de acercarse a Berlín. Le gustaba estar aquí, en Viena, sobre todo porque Austria es el primer paso en la vía de escape. Es fácil pasar la frontera a Italia y luego a Oriente Próximo y América del Sur. Muchos de nosotros nos vinimos al sur, como los pájaros en invierno, ¿eh?

– Entonces, ¿qué fue mal?

– Linden se volvió avaricioso, eso fue mal. Sabía que el material que recibía estaba falsificado, pero no comprendía qué significaba. Al principio, creo que fue simple curiosidad. Empezó a fotografiar el material que le dábamos y luego consiguió la ayuda de dos abogados judíos, cazanazis, para tratar de averiguar la naturaleza de los nuevos informes, para saber quiénes eran esos hombres.

– Los Drexler.

– Trabajaban con el Comité Conjunto de los Ejércitos en los crímenes de guerra. Es probable que los Drexler no tuvieran ni idea de que los motivos de Linden para buscar su ayuda eran puramente personales y que lo que quería era sacar un beneficio. ¿Y por qué tendrían que haber desconfiado? Sus credenciales eran incuestionables. En cualquier caso, creo que observaron algo en todos esos nuevos informes del personal de las SS y del partido: que conservábamos las mismas iniciales que las de nuestras antiguas identidades. Es un viejo truco cuando se construye una nueva leyenda; te hace sentir más cómodo con tu nuevo nombre. Algo tan instintivo como escribir tus iniciales enun contrato es así más seguro. Creo que Drexler debió de comparar esos nuevos nombres con los de camaradas desaparecidos o presuntamente muertos y sugirió que a Linden podría interesarle comparar los detalles del informe sobre Alfred Nolde con el de Arthur Nebe, el de Heinrich Müller con el de Heinrich Moltke, el de Max Abs con el de Martin Albers, etcétera.

– Así que por eso matasteis a los Drexler.

– Exacto. Eso fue después de que Linden apareciera aquí, en Viena, pidiendo más dinero. Dinero para tener la boca cerrada. Fue Müller quien se reunió con él y lo mató. Sabíamos que Linden se había puesto en contacto con Becker, por la sencilla razón de que Linden nos lo dijo. Así que decidimos matar dos pájaros de un tiro. Primero dejamos varias cajas de cigarrillos en el almacén donde mataron a Linden a fin de incriminar a Becker. Luego König fue a ver a Becker y le dijo que Linden había desaparecido. La idea era que Becker empezara a ir por ahí haciendo preguntas sobre Linden, buscándolo y haciéndose notar. Al mismo tiempo, König cambió la pistola de Becker por la de Müller. Luego informó a la policía de que Becker había disparado contra Linden y lo había matado. Fue una ventaja inesperada el que Becker supiera dónde estaba el cuerpo de Linden y que volviera a la escena del crimen con el propósito de llevarse los cigarrillos. Por supuesto, los estadounidenses lo estaban esperando y lo cogieron con las manos en la masa. Era un caso sin fisuras. De todos modos, si los yanquis hubieran sido medianamente eficaces, habrían descubierto el vínculo entre Becker y Linden en Berlín. Pero no creo que se molestaran en llevar la investigación fuera de Viena. Están satisfechos con lo que tienen. O al menos eso pensábamos hasta ahora.

– Con lo que Linden sabía, ¿por qué no tomó la precaución de dejarle una carta a alguien para que, en caso de su muerte, informara a la policía de lo que había sucedido?

– Lo hizo -dijo Nebe-, solo que el abogado que escogió en Berlín era también miembro de la Org. Cuando Linden murió, el abogado leyó la carta y se la pasó al jefe de la sección de Berlín. -Nebe me miró desapasionadamente yasintió-. Eso es todo, Bernie, eso es lo que Müller quiere averiguar si sabes o no. Bueno, ahora que lo sabes, puedes decírselo y ahorrarte la tortura. Naturalmente, preferiría que esta conversación se mantuviera en secreto.

– Mientras viva, Arthur, puedes confiar en ello. Y gracias. -Noté que la voz me fallaba un poco-. Te lo agradezco.

Nebe asintió y miró alrededor, incómodo. Luego vio el trozo de strudel que yo había dejado sin comer.

– ¿No tenías hambre?

– No tengo mucho apetito -dije-. Es que tengo un par de cosas en la cabeza, supongo. Dáselo a Rainis.

Encendí el tercer cigarrillo. ¿Me había equivocado o se había relamido los labios? Eso sería esperar demasiado. Pero seguro que valía la pena probar.

– O comételo tú si tienes hambre.

Esta vez, Nebe se relamió de verdad.

– ¿Puedo? -preguntó educadamente.

Asentí sin darle importancia.

– Bueno, si estás seguro -dijo cogiendo el plato de la bandeja que estaba en el suelo-. Lo ha hecho mi casera. Antes trabajaba para Demel. Es el mejor strudel que has probado en la vida. Sería una lástima desperdiciarlo, ¿no?

Le dio un enorme mordisco.

– Yo nunca he tenido mucha afición por los dulces -dije mintiendo.

– Eso es algo trágico aquí, en Viena, Bernie. Estás en la mejor ciudad del mundo para los pasteles. Tendrías que haber venido antes de la guerra: Gerstner, Lehmann, Heiner, Aida, Haag, Sluka, Bredendick… pasteleros como nunca has conocido antes. -Comió otro gran bocado-. ¿Venir a Viena sin inclinación por los dulces? Es como un ciego subiendo a la Gran Noria en el Prater. ¿Por qué no pruebas un poco?

Moví la cabeza negándome con firmeza. Me latía el corazón con tanta fuerza que él tenía que oírlo. ¿Y si no se lo terminaba?

– De verdad que no podría comer nada.

Nebe sacudió la cabeza con lástima y dio otro mordisco. Aquellos dientes no podían ser auténticos, pensé observando lo blancos y uniformes que eran. Los verdaderos dientes de Nebe habían estado mucho más manchados.

– Además -dije con aire despreocupado-, se supone que tengo que vigilar el peso. He engordado varios kilos desdeque llegué a Viena.

– Yo también -dijo-. ¿Sabes?, tendrías que…

Nunca acabó la frase. Tosió y se atragantó, todo con una única sacudida de la cabeza. Poniéndose rígido de repente, soltó un horrible ruido, como un resoplido, por entre los labios, como si tratara de tocar la tuba, y se le cayeron trozos de pastel de la boca. El plato de strudel cayó con estrépito al suelo, seguido por el propio Nebe. Arrastrándome encima de él, traté de arrancarle la pistola de la mano antes de que la disparara y atrajera a Müller y a sus esbirros. Con horror vi que la pistola seguía amartillada y en ese mismo momento el dedo agonizante de Nebe apretó el gatillo. Pero el percutor hizo un «clic» inofensivo. El seguro seguía puesto.

Las piernas de Nebe se sacudieron débilmente. Un párpado se le cerró mientras el otro permanecía perversamente abierto. Su último suspiro fue un largo y mucoso gorgoteo que olía fuertemente a almendras. Por fin, se quedó quieto, con la cara cobrando ya un color azulado. Asqueado, escupí la píldora mortal de la boca. No le tenía mucha lástima. Al cabo de pocas horas, él podría haber estado viendo cómo me sucedía lo mismo a mí.

Arranqué la pistola de la mano muerta de Nebe, que ahora era de color gris debido a la cianosis, y después de registrarle los bolsillos sin éxito buscando las llaves de las esposas, me puse de pie. La cabeza, el hombro, la costilla, incluso el pene, a lo que parecía, me dolían atrozmente, pero me sentía mucho mejor al tener una Walther P38 bien sujeta en la mano. La clase de arma que había matado a Linden. Amartillé el percutor para un funcionamiento semiautomático, igual que Nebe había hecho antes de entrar en la celda, quité el seguro, cosa que él había olvidado hacer, y salí con cuidado de la celda.