»En cualquier caso, todo ese tiempo continuamos aplazando la deserción de Müller, diciéndole que esperara un poco más y que no tenía por qué preocuparse. Pero cuando estuvimos preparados dejamos que descubriera que, por diversas razones políticas, no podíamos autorizar su deserción. Confiábamos que esto le convencería de ir a ofrecer sus servicios a los estadounidenses, como otros habían hecho. Por ejemplo, el general Gehlen, el barón Von Bolschwing, incluso Himmler, aunque éste era demasiado conocido para que los británicos aceptaran su oferta… y estaba demasiado loco, ¿no es verdad?
»Puede que nos equivocáramos en nuestros cálculos. Quizá Müller esperó demasiado y no pudo escapar a la vigilancia de Martin Bormann y los SS que custodiaban el búnker del Führer. ¿Quién sabe? En cualquier caso, parecía que Müller se había suicidado. Fue un suicidio falsificado, pero pasó bastante tiempo antes de que pudiéramos demostrarlo a nuestra entera satisfacción. Müller es muy listo.
»Cuando conocimos la existencia de la Org, pensamos que Müller no tardaría en aparecer de nuevo, pero permaneció en la sombra. Se le vio alguna vez, pero sin confirmación, nada seguro. Y entonces, cuando mataron al capitán Linden, observamos en los informes que el número de serie de la pistola era el mismo que originalmente se le había dado a Müller. Pero me parece que esta parte ya la conoce.
– Belinsky me lo contó -asentí.
– Un hombre de grandes recursos. La familia es siberiana, ¿sabe? Volvieron a Rusia después de la revolución, cuando Belinsky era todavía un muchacho, pero para entonces ya era norteamericano de los pies a la cabeza, como dicen. Pronto toda la familia estaba trabajando para la NKVD. Fue idea de Belinsky hacerse pasar por agente del Crowcass. No solo el Crowcass y el CIC se dedican, con frecuencia, a fines distintos, sino que el Crowcass a menudoestá dotado de personal del CIC. Y es muy habitual que la policía militar estadounidense ignore las operaciones del CIC y del Crowcass. Los estadounidenses son aún más bizantinos en sus estructuras organizativas que nosotros mismos. Para usted Belinsky era plausible, pero es que también lo era, como idea, para Müller. Lo bastante plausible como para hacer que saliera al descubierto cuando usted le dijo que un agente del Crowcass le pisaba los talones, pero no lo bastante para hacer que escapara a América del Sur, donde no podría sernos de ninguna utilidad. Después de todo, hay otros en el CIC, menos reticentes en cuanto a emplear a criminales de guerra que la gente del Crowcass, cuya protección podría buscar Müller.
»Y así ha sido. En este momento, Müller está exactamente donde lo queríamos, con sus amigos estadounidenses en Pullach. Siéndoles útil, beneficiándolos con sus profundos conocimientos de las estructuras del espionaje y los métodos de la policía secreta de la Unión Soviética. Alardeando de la red de agentes leales que, según cree, todavía siguen en su sitio. Esta era la primera etapa de nuestro plan, desinformar a los estadounidenses.
– Muy inteligente -dije con auténtica admiración-, ¿y la segunda?
La cara de Poroshin adoptó una expresión más filosófica.
– Cuando llegue el momento oportuno, seremos nosotros quienes filtraremos cierta información a la prensa mundiaclass="underline" Müller, el de la Gestapo, es un instrumento del espionaje estadounidense. Seremos nosotros quienes nos sentaremos cómodamente y contemplaremos cómo ellos enrojecen de vergüenza. Puede que sea dentro de diez años, o incluso de veinte, pero siempre que Müller siga vivo, es algo que pasará.
– Suponga que la prensa mundial no les cree.
– No será tan difícil obtener las pruebas. Los estadounidenses son muy buenos guardando informes e historiales. Mire ese Centro de Documentación suyo. Y tenemos otros agentes. Mientras sepan dónde y qué buscar, no será demasiado difícil encontrar pruebas.
– Parece que ha pensado usted en todo.
– Más de lo que nunca sabrá. Y ahora que he contestado a su pregunta, yo tengo una para usted, Herr Gunther. ¿Lacontestará, por favor?
– No puedo imaginar qué puedo decirle, Palkovnik. El jugador es usted, no yo. Yo solo soy el caballo de su gambito vienés, ¿recuerda?
– Aunque así sea, hay algo.
Me encogí de hombros.
– Dispare.
– Sí -dijo-, volvamos al tablero de ajedrez por un momento. Uno da por supuesto que tendrá que hacer sacrificios. Becker, por ejemplo, y usted, claro. Pero a veces uno se tropieza con una pérdida inesperada.
– ¿Su reina?
Frunció el ceño por un momento.
– Si quiere llamarla así… Belinsky me dijo que fue usted quien mató a Traudl Braunsteiner, pero él tenía mucho empeñado en todo este asunto. El hecho de que yo tuviera un interés personal en Traudl no le importaba especialmente. Sé que esto es verdad; la habría matado sin pensárselo dos veces. Pero usted…
»Hice que uno de mis agentes en Berlín comprobará su historial en el Centro de Documentación de Estados Unidos. Me había dicho la verdad. Nunca fue miembro del partido y todo lo demás también está allí: que pidió el traslado al frente para salir de las SS, algo por lo que podían haberlo fusilado. Puede que sea un tonto sentimental, pero ¿un asesino? Se lo diré sin rodeos, Herr Gunther: mi inteligencia me dice que usted no la mató, pero tengo que saberlo aquí también -se dio unas palmadas en el estómago-, quizá sobre todo aquí.
Me miró fijamente con sus ojos azul pálido, pero yo le aguanté la mirada.
– ¿La mató?
– No.
– ¿La atropello?
– Belinsky tenía coche, yo no.
– Diga que no tuvo parte alguna en su asesinato.
– Quería advertirla.
Poroshin asintió.
– Da -dijo-, dagavareelees, de acuerdo. Está diciendo la verdad.
– Slava bogu. Gracias a Dios.
– Hace bien en darle gracias. -Se palmeó el estómago una vez más-. Si no lo hubiera sentido aquí, habría tenido que matarle a usted también.
– ¿También? -dije frunciendo el ceño-. ¿Quién más ha muerto? ¿Belinsky?
– Sí, un suceso lamentable. Sucedió mientras fumaba aquella infernal pipa suya. Es una costumbre muy peligrosaesa de fumar. Usted tendría que dejarlo.
– ¿Cómo?
– Es un viejo método de la Checa. Una pequeña cantidad de tetril en la boquilla, sujeta a una mecha que lleva a un punto debajo de la cazoleta: cuando se enciende la pipa, también se enciende la mecha. Muy sencillo, pero también muy mortal. Le saltó la tapa de los sesos. -El tono de Poroshin era casi indiferente-. ¿Lo ve? Mi cabeza me decía que no era usted quien la había matado. Solo quería asegurarme de que no tendría que matarle también a usted.
– ¿Y ahora está seguro?
– Del todo -dijo-. No solo saldrá de aquí vivo…
– ¿Me habría matado aquí?
– Es un lugar bastante adecuado, ¿no cree?
– Oh, sí, muy poético. ¿Qué iba a hacer, morderme la garganta, o ha puesto un explosivo en uno de los ataúdes?
– Hay muchos venenos, Herr Gunther. -Me mostró una pequeña navaja automática que tenía en la palma de la mano-. Tetrodotoxina en la hoja. Incluso el más pequeño arañazo y adiós. -Se metió la navaja en el bolsillo de la cazadora y se encogió de hombros con aire compungido-. Estaba a punto de decir que no solo saldrá de aquí vivo, sino que si va al Café Mozart ahora, encontrará a alguien esperándole allí.
Mi mirada de desconcierto pareció divertirle.
– ¿No adivina quién es? -dijo encantado.
– ¿Mi mujer? ¿La ha sacado de Berlín?
– Kanyeshné, claro. No sé de qué otro modo habría podido salir. Berlín está rodeado por nuestros tanques.
– ¿Kirsten me está esperando ahora en el Café Mozart?
Miró su reloj y asintió.