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– Porque a tu padre no le convienen más líos. Con el expediente que tiene ya va servido.

– ¿Y eran amigos, papá y ese piloto? ¿Dónde se conocieron?

– Uf. ¿Nunca te habló de cuando él y sus amigos guiaban a los aviadores pasando la frontera, y aquí les proveían de documentación para viajar a Lisboa o a Gibraltar?

– ¿En serio? Cuéntame.

– Creía que la abuela ya te lo había explicado en Mataró, el año pasado…

– Ya estaba muy pirada, la pobre abuela.

– Bueno, pues que te lo cuente tu padre cuando vuelva a casa, si es que vuelve algún día… Y basta de preguntas. Vete a lavar las manos y siéntate a comer. Y harías bien quitando esa foto de ahí, a papá no le gustaría que la vieran… ¿Quieres escuchar lo que te digo, hijo?

– Madre, lo que yo quiero es aprender idiomas. Eso es lo que quiero.

Poco después David está en el comedor-recibidor sentado frente a un plato de garbanzos hervidos y una gota de sangre cae en su plato.

– Papá se encuentra mal -dice llevándose rápidamente la mano a la nariz-. Ahora mismo está muy malito.

– No digas tonterías y echa la cabeza atrás.

Mamá moja una servilleta en la jarra de agua.

– Está perdiendo mucha sangre… -añade David.

– Y tú la perderás toda si no haces lo que te digo. Ponte eso en la nuca y quédate quieto un rato, así. Y a ser posible calladito. No es nada, no te asustes.

– Quién está asustado. Chispa, ven aquí, valiente.

David y Chispa unidos por la correa bajo el sol implacable, abriéndose paso en medio de un enjambre de abejas, remontan despacio el cauce del torrente pisando tobas y escombros, piedras limosas y lenguas de arena como espadas, voces de agua, presagios e intuiciones. Media legua, media legua, media legua más arriba y de espaldas a la ciudad, allí donde el cauce reseco se ensancha y ya no es tan pedregoso, y sí mucho más arenoso y húmedo a causa de la proximidad de las huertas, David percibe claramente el raspado de un fósforo. Se vuelve y le ve prendiendo la colilla sentado de costado en una roca y doliéndose, en una mano la botella y la cerilla, y en la otra el pañuelo ensangrentado que aprieta contra la nalga.

Se te va a infectar, dice David. ¿Por qué no le echas un poco de coñac?

El coñac es para otra clase de heridas. Son cosas que ya deberías saber, hijo.

¿Todavía no has encontrado un sitio mejor para esconderte?

Aquí me tienes, caído en esta sima de iniquidad, de infección y de mugre, masculla papá con una veta de herrumbre en la voz.

David reflexiona viendo avanzar a Chispa con la lengua fuera.

Papá, ¿es cierto que el comportamiento del cadáver de un piloto en el mar es imprevisible?

Si te refieres al cadáver que pienso, en el mar no lo sé, pero lo que es en casa su comportamiento resultó perfectamente previsible. Si no, pregunta a tu madre.

Me refiero al cadáver del aviador que no encontraron los pescadores.

Yo también. A ese cadáver me refiero, a ése.

Habla mirando a un lado por encima del hombro, en un gesto precavido y altivo a la vez, como si escuchara otra voz en otro lugar, más allá de la de David y de la suya propia. Va descalzo y con los faldones de la camisa fuera del pantalón. Como oscuras serpientes enroscadas en el aire, las raíces de la higuera muerta coronan su cabeza surgiendo del flanco escarpado del torrente.

Mamá me ha mentido, dice David.

Este perro está para el arrastre. Deberías acabar con el.

¿Tú también con esta monserga? Mírale. ¿Es que no tienes corazón, hijo? Piensa un poco.

Yo pienso con el corazón. Y ella nos ha mentido a mí y al poli. Primera vez que le oigo una mentira, lo juro. Tampoco le pidió la orden de registro, pero eso es lo de menos…

Tu madre nunca miente, refunfuña papá. Pero ya que en estos tiempos la verdad discurre a ras de suelo, como el turbio estiaje de este torrente bajo la neblina del amanecer, lo veo todos los días y te aseguro que de poético no tiene nada, pues a veces hay que utilizar la mentira para recuperar la dignidad perdida. A ver si me entiendes.

Mamá le dijo al guripa que la foto del piloto la recorté yo de una revista. Y no fui yo.

Fue ella, dice papá con expresión de perdonavidas. Ella en persona.

¿Ah, sí? Pues entonces ha dicho dos mentiras, porque después me ha dicho que fuiste tú.

¿De veras te ha dicho eso?, inquiere desdoblando el pañuelo empapado, doblándolo de nuevo cuidadosamente y aplicándolo a la nalga a través del roto del pantalón. Joder con la raja, no para de sangrar. Si vuelves por aquí más despierto tráeme un par de pañuelos limpios… Fue tu madre la que vio por casualidad esa foto en la portada de la revista Adler, estaba en una comisaría, y la arrancó, la metió en su bolso de amagatotis y se la llevó a casa.

¿Y por qué hizo eso? ¿La cogió para ti?

¿Para mí? No caigo…

Ella dice que tú conocías al aviador. Haz memoria, papá.

La memoria es un cementerio, hijo, dice el fugitivo con la voz lúgubre. De todos modos me acuerdo… David había imaginado que la voz podría provenir de su estómago lleno de coñac y hacerse oír como una carraca empapada de alcohol, pero no; salía de su atractiva boca de labios robustos y sonaba desvertebrada, sin timbre, pastosa y rápida y con algo de chunga. Cómo no voy a acordarme del teniente Bryan O'Flynn, prosigue papá. Un tipo alto y rubio, muy simpático y dicharachero. Tenía el brazo tatuado: un corazón con un gusanito en su interior. Era australiano de origen irlandés y sonreía por un lado de la boca de un modo que a tu madre le hacía mucha gracia. Tenía las manos pecosas y siempre decía itismailaif y…

¿Qué significa?

…pilotaba un Spitfire.

Ocho ametralladoras de ala, se apresura a decir David de corrido, monoplaza, puede elevarse a 3.500 metros en cuatro minutos y ocho segundos y su techo son los 10.000, alcanza una velocidad de 587 kilómetros horas y carga 2.610 kilos.

Vaya, sí que estás enterado.

Eso lo sabe cualquiera, padre.

¿Y quién clavó a ese bravo teniente en la pared de tu cuarto, tú o mamá?

Yo. ¿Por qué lo preguntas?

Te pareció un tipo interesante, ¿verdad?

Me gusta su cazadora de cuero. Pero no es sólo por eso… Sabe que lo van a matar, y sonríe. ¿Quién es capaz de sonreír, sabiendo que la va a palmar?

No lo mataron, dice papá después de echar un trago de la botella. Consiguió escapar.

¿Cómo lo sabes?

Siempre sospeché que las cosas son como son, pero me callé por respeto.

¿Respeto a qué, padre?

A mis mayores. Y a las mujeres. Hay que ser precavido. Las mujeres andan toda la vida con algún asunto sentimental pendiente, así que conviene tomar precauciones… Ay ay ay cómo duele esta maldita raja. ¿Cuándo parará de sangrar, por las barbas de Lucifer?

Te has alejado mucho de nosotros, padre. ¿Por qué?

Porque debo reflexionar, hijo.

Piensas mucho en mamá, ¿verdad? Sigues muy enamorado de ella, ¿verdad?

El amor es para los hombres que no miran atrás. Y yo no hago otra cosa que mirar detrás de mí, ahí está ese desdichado culo… Pero háblame de tu madre. Cómo está nuestra costurera pelirroja, qué hace.

Ya sabes, labores de confección para los mercadillos de Camelias y de la Travesera. Vestiditos tobilleros, falditas plisadas, toreritas y todo eso, confecciones para muñecas baratas. Lo hace con patrones de la misma fábrica de muñecas, que son una birria.

¿Y cómo le va con el bebé que espera?

Mal. Es un feto muy cotorra. Un día le oí gritar.

David se tapa los oídos con las manos, pero el zumbido no cesa. Lleva en el bolsillo del pantalón dos pastillas de chocolate terroso que ya estarán deshaciéndose, las ha cogido de casa por si encuentra a papá, pero no se atrevería a ofrecérselas. No es eso lo que necesita, está bien claro. Lo único que necesita es darle al trago.

Echado a sus pies, Chispa suelta un resoplido ronco y descontrolado, como un pellejo que vaciara un aire hediondo. Una nube de abejas sobrevuela el barranco modulando su zumbido, recomponiendo una y otra vez su simetría compulsiva. Pero la percepción más inmediata y persistente, paseando en compañía del perro, consiste siempre en una especie de náusea submarina, la sensación de caminar bajo las aguas muertas que un día pasaron por aquí devorando los márgenes, viniendo de muy lejos, arrastrando árboles y fango y animales y soldados muertos. Chispa no puede ya de calor y fatiga, y David se da cuenta, se agacha y lo coge en brazos. Y cuando se incorpora recibiendo cálidos lengüetazos en la cara y se vuelve diciéndose el matón del poli debería ver esto, debería ver cómo me quiere y me necesita y qué lejos está de querer morirse, y mi padre también debería verlo si estuviera aquí sentado bajo las raíces de la higuera con su culo rajado y su pañuelo manchado de sangre y su botella. Podrían ver sus ganas de vivir y la compañía que me hace y cómo entiende con quién estoy hablando aunque no le vea, de qué modo escucha y mira con sus ojos mansos lo que ni el guripa ni la pelirroja ni nadie sabría mirar ni escuchar…

De todos modos, esta misma tarde le asaltaría a David alguna duda respecto a las ansias de vida de Chispa al verlo parado al borde del tajo, mirando el fondo con una angustia y una fijación desconocidas, realmente como si el anciano perro estuviera considerando la posibilidad de acabar de una vez con sus males tirándose al vacío. ¿Pero cabe en la cabeza de un chucho, por grandes que sean sus dolores y aflicciones, la idea del suicidio? Poco antes había estado dormitando despatarrado en los escalones de la puerta de noche, calentando sus huesos al sol, y de pronto se levantó dirigiéndose en línea recta, muy despacio y cabeceando, hacia el barranco. Los pájaros posados en los alambres de la colada ni se movieron al verle, tan acabado iba el pobre. Se paró en el borde y estiró el cuello, sus patas delanteras provocaron un pequeño corrimiento de tierra y pedruscos, y entonces se inclinó aún más sobre el vacío. Acaso no pensaba en matarse al mirar abajo, hermano, pero lo que es seguro es que pensaba ya en otra vida. Seguro. ¿Cómo saber lo que piensa un perro, tontolhaba? ¿De verdad has creído que se iba a tirar? ¡Serás capullo!