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¿Qué quieres decir, papá?

Aprende idiomas, hijo. Recuerdo unos versos que el teniente O'Flynn repetía una y otra vez, y que no paró hasta que tu madre se los aprendió de memoria. Por la noche el calor nos sacaba de casa y bebíamos ginebra de garrafa sentados al borde del barranco, bajo las estrellas… En gruesos vasos azules bebíamos hasta la madrugada, aún puedo oler el acre perfume de la ginebra y oír la hermosa voz del teniente.

O Rose, thou art sick!

The invisible worm

That flies in the night,

In the howling storm,

Has found out thy bed

Of crimson joy,

And his dark secret love

Does thy life destroy. [1]

¿Y qué significa, papá?

Hablaban una jerga extraña, ya te lo he dicho, porque ni tu madre sabía inglés, ni él español. De todos modos he de admitir que era un hombre muy culto… Antes de que se largara con viento fresco le pregunté qué llevaba dentro del maletín, que pesaba tanto. Dijo que era una pieza de un submarino alemán, y que tenía que entregarla personalmente en Gibraltar o en Londres. Se trataba de un metal pesado, valiosísimo, me explicó, que tenía forma cilindrica y estrías y cifras en un extremo, y en el otro señales de metralla o de fuego. Un cacharro de sumo interés científico y estratégico para el Almirantazgo.

¿Te lo enseñó?

No quiso.

¿Y tú le creíste?

Me parece recordar que fue la única vez que le creí.

¿Y qué pasó después?, inquiere David.

Se fue. And we'll never see you again?, le dije. Y me respondió: Never is a long time.

¿Qué significa?

¡Puñeta, David, estudia idiomas! ¡Que te enseñe tu madre!

Has dicho que mamá no sabe inglés.

Algo aprendió, algo aprendió… ¿Por dónde íbamos? Ah, sí. Bueno, pues yo hice un trabajo irreprochable con ese piloto, le di cobijo y le protegí mientras esperaba sus papeles, y luego él viajó sin problemas a Gibraltar y después a Inglaterra, y allí se reincorporó a su escuadrilla. Le fue asignado otro Spitfire y en febrero del año siguiente sería derribado nuevamente, esta vez en la región de Calais. Tal cual quedó, con la cara tiznada y las manos quemadas, apareció en la portada de la revista Adler del mes de marzo de hace tres años, exactamente en la edición del 15-3-1942, esa que tu madre se agenció en la salita de una comisaría, mientras esperaba para algún interrogatorio… ¡Menudo vuelo el del intrépido Bryan O'Flynn, desde los horizontes de oro y esmeralda donde habitan los héroes a la pared leprosa de un cuartucho del Guinardó! Bien. Yo entonces ya me había pasado a Francia y actuaba como enlace entre la red de Pat O'Leary y el grupo de Ponzán. Supe que nuestro piloto había conseguido ayuda para escapar y cruzar de nuevo la frontera francoespañola, llegando a Londres vía Lisboa. Con las manos quemadas y deformadas ya no volvió a pilotar ningún caza, y a partir de entonces cumplió misiones de oficial de enlace en África del Norte y en la ofensiva en Alemania. Pasó luego a Servicios Especiales, trabajó un tiempo con un agente del M16 y en Marsella le vi en una ocasión con gente de O'Leary. Recuerdo que llevaba una enorme maleta y le dije en tono de chunga: ¿Qué llevas ahí dentro, Bryan, la proa de un acorazado alemán? Lo último que supe de él, unos meses antes del desembarco de Normandía, es que iba en un bombardero que cayó al Mediterráneo cuando regresaba a su base en el norte de África, seguramente después de alguna incursión sobre Alemania. Había cruzado media Europa con metralla en las alas, y no sólo eso, agárrate, tal como me lo contaron te lo cuento: parece que ese avión volaba con la tripulación achicharrada en sus asientos, seis cadáveres con fuego en la cabina y sin rumbo, planeando a escasos metros del mar, hasta que cayó y se hundió…

¡Yo lo vi caer!, proclama David muy excitado. ¡Yo lo vi! Nadie me creyó, ni la abuela Tecla ni mamá ni la Guardia Civil ni nadie. Y ni la radio ni los diarios dijeron nada, pero yo lo vi con estos ojos. En la playa de Mataró. Era un Marauder B-26, y en el fuselaje habían pintado una chica en traje de baño con la inscripción Forever Amanda. ¿Qué quiere decir?

Lo sabrás cuando aprendas idiomas.

Nadie me creyó pero tú has de creerme, padre… ¡Tú debes creerme!

Te creo, corta papá alzando la botella y mirándola al trasluz. Así que alégrate. ¡Hay que desenmascarar la verdad! Ahora escúchame. También a la pelirroja tenemos que darle una alegría diciéndole la verdad desnuda, ¿no crees? ¿Qué podríamos decirle…? Ya sé. Le dirás que las aguas del torrente se me han llevado la botella.

El torrente ya no lleva agua, padre.

Eso no debería preocuparnos. Recuerdo aquel latinajo que una maestra de escuela, tu querida madre, solía decir: fortis imaginario generat casum.

¿Eso decía mamá? ¿Qué significa?

¡¿Ves lo importante que es saber lenguas, borrico?!

Con la carita abollada como por un pasmo, una muñeca de celuloide asoma entre las basuras que se amontonan junto al estiaje del torrente, la cinta ondulada de arena húmeda, que alguna vez, mucho antes de que él naciera, había sido lecho de aguas sosegadas y transparentes. Absorto en la contemplación de la cabeza machacada, todavía con la colita de lagartija agitándose en su mano, David se pregunta cuándo volverá el estruendo capaz de anular la aflicción de sus oídos arrastrando todo a su paso, basuras y troncos carcomidos, fango y animales ahogados.

Nunca he visto pasar agua ni nada de eso por aquí, comenta papá. Banderas y cornetines, sotanas y esencias patrias, mucha mierda de ésa y mucho fanatismo es lo que veo pasar. Desde el primer día esa gente anunciaba esta botella que nunca se acabaría de vaciar, y también me trajeron este extravío, la desmemoria y la mentira en mi propio hogar y en mi mismísima bocaza. Bien. Pasemos página. ¿Qué le decimos a tu madre para levantarle el ánimo…? ¡Ya lo tengo! Dile simplemente que ya no bebo.

Se lo diré.

¿Te acordarás?

Sí. Vamos, Chispa. Levanta.

Pero dile también que desde que no bebo, todas las noches sueño que bebo. Y dile que mientras sueño que bebo lo paso fatal porque soy consciente de que no bebo. Que me explique eso, coño, ella que estudió para maestra.

Se lo diré, padre.

Espabila. Y a ver cuándo acabas de una vez con el calvario de tu perro. Entrégalo al policía ese y que no sufra más, pobre animal.

¿Tú también con esta monserga, padre, tú también…?, farfulla David con una melancolía paródica y abrupta que destiñe la visión: dos rabos de lagartija en la palma de su mano, el uno ya quieto y el otro culebreando todavía, cuando cierra el puño y entorna los ojos, y, en medio de una efusión de polvo y de sol cegador, distingue la borrosa silueta, la cada día más encorvada y cochambrosa figura de papá braceando animosamente cauce arriba con su botella bien cogida por el gollete.

Vuelve a casa, chico. Mamá te necesita.

– Bwana, por una perra gorda le digo ahora mismo dónde está la pelirroja y por dos me chivo lo que usted quiera sobre Víctor Bartra, y encima le regalo un cromo de mi colección Héroes de la Patria, la misma que le regaló el guardia urbano a mi amigo Paulino Bardolet…

– Así que hoy tampoco está en casa -corta el inspector.

Su cara adusta no deja entrever la menor impaciencia ni contrariedad. Revolotea en torno a él un polvillo rojo y el acre olor a raíces arrancadas, el peculiar aroma del barranco que siempre trae consigo.

– Esta semana no tener usted suerte, bwana -los ojos chispeantes de David se demoran en los párpados rugosos y cansinos del poli, dotados de una flema hipnótica.

– ¿Cómo está? -dice el poli mirándose los zapatos-. ¿Sabes que el otro día se desmayó?

– No es la primera vez.

– ¿Te ha dicho adónde iba, si tardará en volver?

David niega con la cabeza y no le quita ojo. Admira su temperamento flemático, a pesar de todo, su manera de llevar en los labios el cigarrillo sin encender, la mano derecha hundida en el bolsillo de la americana, la tan conocida parsimonia en el menor de sus gestos. Hoy lleva sujeta al sobaco una carpeta azul y el brazo izquierdo en cabestrillo, apoyado en un pañuelo marrón de motas grises.

– ¿Qué le ha pasado? ¿Lo han herido en un tiroteo?, ¿ha tenido un encuentro con malhechores?, ¿una refriega con forajidos facinerosos…?

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[1] ¡Oh, Rosa! Estás enferma: / El gusano invisible / Que vuela por la noche, / En la tempestad que aúlla / Tu lecho ha descubierto / De gozo carmesí, / Y su amor, sombrío, secreto, / Te consume la vida. (William Blake: The Sick Rose – La rosa enferma.)