Con gesto cansado y expresión displicente, el teniente Bryan O'Flynn deja caer los brazos entumecidos y se golpea los muslos con los puños, luego se quita el gorro y las gafas, afloja el foulard en su cuello, frota con él un mascarón de la frente y se sienta al borde del camastro cruzando las piernas. Lleva una rosa blanca en la mano chamuscada.
Well, veamos qué es eso tan importante que tiene que decirme tu padre. El teniente huele la rosa y sonríe. O Rose, thou art sick! La llevo para hacerle rabiar un poco.
¿Mi padre va a venir?, se oye decir David.
No tardarás en verle sentado en esta cama, soltándonos su aliento podrido de cloroformo. Pero antes de que venga y te ponga la sábana perdida con su legendaria hemorragia, me gustaría charlar un rato contigo.
Muy bien.
Quisiera saber qué te contó de mí la red-haired.
¿Quién?
¡La pelirroja! ¡Tu madre!
David recela entrecerrando aún más los ojos. Los contornos de la rosa blanca se desvanecen.
¿Qué me contó de usted? Nada.
Tu padre, entonces.
Casi no me acuerdo. No fue gran cosa, y hace mucho tiempo… Que lo guió a usted desde Francia, hará cuatro o cinco años, después que derribaron su avión por primera vez, y que estuvo aquí en casa mientras en el Consulado Inglés le arreglaban los papeles para viajar a Gibraltar, porque allí tenía que entregar un maletín con la pieza de un submarino alemán.
¡Fantastic! Bien podrías tú decir, little boy, lo mismo que dijo el poeta: Once a dream did weave a shade O'er my Ange-guarded bed, o sea, un sueño tejió una sombra sobre mi lecho que el ángel guarda. Sin embargo…
¡Que te follen, Bryan O'Flynn!, ruge la voz devastada de papá debajo de la oreja del Dr. P. J. Rosón-Ansio.
…Sin embargo, lo que tu padre no te contó, luego veremos por qué, es que al partir hacia la base de Gibraltar, no me llevé el maletín. Aquel día le dije a tu padre que, por razones de seguridad, puesto que la policía franquista me vigilaba de cerca, era mejor que el maletín con su valiosísima pieza del submarino se quedara aquí. Ya vendría alguien a recogerlo más adelante, tal vez yo mismo, le dije. Lo que no sabía tu padre es que al irme de esta casa la pieza del submarino ya no estaba dentro del maletín… Well, en realidad nunca estuvo allí.
David ha de entornar los párpados mucho más si quiere ver y entender. Debajo de la gran oreja del otorrino no hay nadie. En la mano negra del piloto, el perfume de la rosa y el tufo de las uñas quemadas se mezcla, dejándole confundido. Pero sólo un instante:
Nunca existió esa pieza de submarino, ¿verdad, teniente?
Verdad. Fue una especie de broma. Look, todo empezó con una mentira que le dije a tu padre durante el paso de los Pirineos, al ver cómo le gustaba el drink. ¡Muchacho, qué manera de empinar el codo! En el maletín yo llevaba documentos y dos botellas del mejor vino francés, Château d'Yquem, era el regalo de una dama y no estaba dispuesto a compartirlo con nadie, y menos con aquella esponja que caminaba delante de mí y ya había liquidado él sólito dos botellas de coñac. Le estaba muy agradecido a tu father por ayudarme a cruzar la frontera, pero cada cual guarda fidelidad a los recuerdos más gratos a su manera, I am sorry. Así que me inventé la pieza del Germany submarine fabricado con un nuevo metal cuya composición era de gran interés para la Armada británica, asegurándome de este modo que nadie abriría el maletín…
¿Eso es todo?, decepcionado David.
Hay algo más. Y es que… yo buscaba un pretexto para volver a esta ciudad.
¿Y por eso dejó en casa el maletín con las botellas de vino?
Tampoco las botellas estaban ya en el maletín. Una nos la habíamos bebido tu madre y yo cenando, una noche que tu padre se ausentó. La otra me la bebí on my own al día siguiente, estaba algo triste. Puesto que mi intención era dejar el maletín aquí, las dos botellas y los documentos fueron sustituidos por dos pedazos de hierro, un par de bielas oxidadas de bicicleta que encontré entre los desperdicios arrojados al barranco… Ya te he dicho que necesitaba una excusa para volver.
¿Volver para qué, teniente O'Flynn?
El piloto deja que la pregunta se diluya en la oscuridad. David escruta su cara pecosa y larga, suspendida en el aire y desdibujada, como entrando o saliendo de una nube. Por debajo, la mano renegrida que sostiene la rosa blanca parece una triste garra.
¿Por qué necesitaba un pretexto para volver?, insiste David.
Well, supongo que tienes derecho a una respuesta. El teniente O'Flynn huele la rosa antes de proseguir. Porque así tu padre, que debía regresar a Toulouse para ocuparse de otros asuntos, no habría de recelar de mi vuelta, si llegaba a enterarse. Se supone que yo venía a recuperar el maletín, you understand? Solamente eso y nada más que eso. Digamos que jugué con trampa, pero lo hice por el bien de tu brave father, para no crearle más tensión de la que ya soportaba habitualmente… Afrontaba muchos peligros, dentro y fuera de España, y por eso hay que disculparle que bebiera un poco más de la cuenta, o que a menudo se enfureciera por nada. Yo solamente quería saludar a tu madre, nos habíamos hecho muy amigos. Supongo que también tienes derecho a saber eso… En fin, lo que ocurrió después fue que yo no pude pilotar nunca más un Spitfire, mira mis manos, así que me asignaron otras misiones, la guerra continuó y pasó mucho tiempo antes de que pudiera volver. Se me presentó una buena ocasión a primeros de junio del año pasado, pocos días antes del desembarco de Normandía, pero finalmente no pudo ser y tuve que esperar hasta hace escasamente…
¡¿Por qué no te callas de una puñetera vez, heroico piloto de combate?!, truena de nuevo la voz diabólicamente explosionada, difusa en la oscuridad. ¡Bocazas! Ya puesto en ello, podrías añadir que le escribiste a Rosa cuántas y cuántas cartas después que te fuiste. Supongo que eso también podrías decírselo al chico, al fin y al cabo él tuvo en sus manos esas cartas antes de quemarlas por orden de la pelirroja, que por cierto ya las había roto en mil pedazos… ¡Anda, díselo!
Papá está sentado sobre una nalga en el otro extremo del camastro y sostiene la botella apretada entre los muslos -en una postura, curiosa en él, que sugiere cierto recato e indefensión-, mientras enciende la colilla con un fósforo sin quitarle el ojo al teniente sentado frente a él. Ahora sí que no, ahora de ningún modo está digno y presentable. En su cara abotagada las facciones manifiestan un desorden peculiar, un trastrueque como el que la pelirroja soporta en la cocina de casa: no sólo los dientes no están en su sitio, tampoco la nariz asoma donde debe, ni aquellos pliegues tan viriles en las mejillas, ni la mirada penetrante ni el risueño desdén que siempre había rondado sus cejas altas y espesas. Lo único que está en su sitio es el tajo en la nalga. Es un duro golpe comparar su lamentable aspecto con el del piloto irlandés de sus sueños, pero David se muerde la lengua y no dice nada, piensa solamente que si por lo menos papá pudiera presumir de otra clase de herida en otra parte del cuerpo, si por ejemplo llevara un vendaje en la frente, o el brazo en cabestrillo con su propio foulard, o un parche de cuero negro en el ojo, tal vez aún habría alguna posibilidad de mantener cierto decoro…
¿O acaso no es verdad?, añade papá arrojando la cerilla encendida por encima del hombro. Anda, cáscaselo todo al hijo de la costurera.
Verdad, admite O'Flynn con una sonrisa tímida, rascándose el cogote. Cartas ingenuas, llenas de poesía, de nubes y de tigres y de gusanitos, de oscuros impulsos y de vuelos solitarios con su caída en barrena, la espiral de terrible simetría. La culpa de todo, muchacho, dice buscando los ojos soñolientos de David con los suyos tan azules y conturbados por mascarones y humaredas, la tiene mi pasión privada por la poesía y mi debilidad pública por las pelirrojas de origen no necesariamente irlandés…
¡Que te follen, Bryan, invicto aliado!
Roger. Mensaje recibido. Thank you.
¡No sigas con tus gansadas o te las verás conmigo!, insiste papá. ¿Por qué has tenido que contarle al chaval tus pequeñas intrigas y tus poéticas bellaquerías de petimetre de la RAF?
¿Acaso tú no pensabas hacerlo algún día? ¿Acaso no eres un father responsable? ¿Acaso el chico no tiene derecho a la verdad?
Papá está mirando el mechero dorado en la mano de David al responder: La verdad hay que merecerla. Y eso es algo que mi hijo ya está aprendiendo a su aire y de la manera más conveniente.
¿Más conveniente para quién?
¡Para la patria, por supuesto!, exclama desdoblando el pañuelo ensangrentado y aplicándolo de nuevo a la nalga en alto con sumo cuidado. Empujada compulsivamente por la lengua, la asquerosa colilla que sostiene en los labios viaja de un extremo al otro de su ligera sonrisa burlona. ¡A ti lo que te pasa, paladín aliado y piloto laureado de los cojones, es que te has enterrado en tu propia leyenda y no supiste volver para lo que realmente valía la pena volver a este país! Como tantos otros invictos de tu calaña, has olvidado la causa por la que tantas veces te jugaste el pellejo con tu bonito Spitfire…
Bryan O'Flynn levanta el brazo en demanda de atención.
Just a moment, please. ¿Me estás hablando de la causa, de nuestra común y sagrada causa? Mírate, Víctor, amigo mío, y dime lo que ves, mira tu querida botella y tu rostro espectral y sin afeitar y tu trasero rajado, tu patético disfraz de perdedor acosado, mírate y ahora dime qué es para ti la causa.