– La culpa fue mía -manifestó Carla.
– No creo que sea culpa de nadie.
– Apenas nos vemos.
– Caray, ni que fuera una tragedia.
– Al aparecer Diego…
– Que sí, mujer. Que una se priva, que ya lo sé.
Carla miró a su alrededor. ¿Cuánto hacía que no estaba allí? Desde su posición se veía la puerta abierta de la habitación de su amiga, el espacio en el que habían pasado tantas y tantas tardes, oyendo música, jugando, haciendo planes, fabricando sueños, inventando historias, describiendo a los chicos con los que saldrían.
Un mundo entero de recuerdos.
– Te dejé sola -suspiró la recién llegada.
– Yo te dejé sola a ti -se lo aclaró Lorena-. Pero es que salir con vosotros dos… ¡Y las parejas que me buscabais, por Dios!
Carla se echó a reír.
– Tadeo no estaba mal -se atrevió a decir.
– ¡Que no estaba mal! -su amiga extendió las dos manos engarfiadas hacia ella, como si quisiera retorcerle el pescuezo-. ¡Por Dios, si llega a ser más feo, se va directamente al cubo de la basura! ¿Y el Ramiro aquel de las narices? ¡Tenía halitosis! ¡Cada vez que me hablaba, me tumbaba de espaldas! ¿Y tú eras mi amiga? ¡Menuda cerda!
Ya no pudo más y estalló. Su carcajada fue tan fuerte que casi se le atragantó. Carla también subió el tono de su risa. La de Lorena era contagiosa, abierta. No se cortaba un pelo, juntas habían causado estragos.
Y tras aparecer Diego…
La calma volvió poco a poco a una y otra. Cuando los últimos rescoldos de su risa se apagaron en sus cuerpos, Lorena se incorporó, quedó sentada y le atrapó las manos a Carla.
– ¿Cómo están las cosas? -quiso saber.
– Puedes imaginarte. -Con su amiga no había por qué fingir, ni por qué hablar de ninguna otra forma que no fuese la suya. El tiempo no impedía que fuesen más que hermanas-. Todo el mundo ha estado en contra de Diego, siempre, y ahora esto.
– Ya sabes lo que pienso -le confió Lorena.
– No es malo.
– No es que sea bueno o malo, es que atrae los problemas, los lleva consigo, y te ha arrastrado a ti.
– No me ha arrastrado.
– Eres su novia, y él está en la cárcel. Si eso no es arrastrar… -la muchacha se excitó ligeramente-. ¡Fue la noche de vuestro primer aniversario, por Dios!
– Por lo visto, ella era una depredadora. Fue a por él.
– ¿Y qué? ¡Joder, tía! ¿No podía tener la bragueta subida por una vez? ¡Siempre juntos, y a la primera de cambio…! -Lorena le apretó las manos-. ¡Carla, siempre hay una depredadora! ¡Siempre hay una en celo! ¡Tú y yo también salíamos de caza!
– Teníamos 14 años. No hacíamos nada.
– ¿Y a los 18 o a los 19 tampoco haremos nada?
– No lo sé -fue sincera.
Le costaba hacerse a la idea de que Diego ya no estaba con ella.
Y tal vez no volviese a estar nunca más.
– ¿Puedo hacerte una pregunta muy directa? -Lorena la miró con fijeza a los ojos.
– Sí.
– ¿Lo hizo él?
– ¿Tú que crees? -le devolvió la pelota.
– Yo he preguntado primero.
– Mi respuesta no va a cambiar. Quiero saber la tuya.
– Yo no tengo ni idea -se encogió de hombros Lorena.
– Sí, sí tienes idea. Los periódicos lo han crucificado. La televisión lo ha crucificado. Piensas que lo hizo, y no te culpo. Pero yo fui a verlo a la cárcel, lo miré a los ojos, como te miro ahora a ti, y me juró que no había sido él. ¡Me lo juró!
– Fuiste a la cárcel -apenas si pudo musitar Lorena.
– Sí.
– ¿Y cómo está?
– Fatal.
– Lo extraño es que aún no le hayan matado allí -se estremeció-. Dicen que no aguantan a los violadores.
– Lorena, por favor…
– Perdona.
– Está aislado -Carla se dejó caer hacia atrás.
Perdido el contacto de sus manos, su amiga hizo lo mismo. Volvía a flotar un leve abismo entre las dos, y ninguna de ellas quiso hacerlo más grande.
Carla recordó los motivos de su visita.
Un poco de paz, aliento, y…
No quiso soltárselo de golpe. Quiso ser cauta.
– Mira que me he hecho. -Se subió la camiseta para enseñarle el tatuaje en torno al ombligo.
Lorena alucinó.
– ¡Qué pasada! -Saltó del sofá para verlo con más atención y de cerca-. ¡Es fuerte!, ¿no?
– Me dio por ahí -reconoció-. A Diego y a mí.
– ¿Te dolió?
– Es soportable. Peor debe de resultar en otras partes más… suaves, digo yo.
– Es precioso -Lorena acarició el dragón con los dedos de la mano-. ¿Que han dicho tus padres?
– No lo han visto.
– ¿En verano y no lo han visto?
– Espero el momento, aunque me temo que no vaya a llegar y me vea obligada a ir todo el tiempo tapada. Mi madre pondrá el grito en el cielo, imagino.
– Yo lo comenté en casa y… -distendió los labios con resignación-. Mi padre dijo que si venía marcada, como una vaca, me llevaba al matadero.
– Ya será menos.
– Pero tiene la mano tonta, no es como el tuyo, prefiero no provocar, sobre todo después de los dos cates.
– ¿En serio?
– A pringar, mates y lengua, mis sambenitos -hizo un gesto de derrota-. Menudo verano nos espera.
Empleó el plural.
Carla decidió no prolongarlo más. El momento era tan bueno como otro. Las nubes negras de la tormenta Diego ya no estaban presentes entre ellas. El tatuaje había abierto un claro en su cielo.
– Hablando del verano, ¿recuerdas a Gonzalo?
– ¿Tu vecino? Pues claro, vaya pregunta. ¿Seguís pelando la pava en la azotea o ya lo habéis dejado desde lo de Diego?
– Seguimos.
– ¿Lo sabe Diego?
– Gonzalo es mi amigo. No tiene nada que ver.
– Pero no se lo dices, por si se pone celoso.
– ¿De Gonzalo?
– Sí, ¿qué pasa? Un tío es un tío. Y él es una monada.
A Carla se le aceleró el pulso.
– Sí, ¿verdad?
– Te mira con esos ojitos tan tiernos…
– ¿A mí?
– En general, tía. Aunque siempre he pensado que estaba enamorado de ti, como todos.
– No seas mema.
– Ya.
– ¿En serio crees que es una monada?
– Y un dulce -sonrió Lorena-. Quiero decir que te mira y… no sé, te acaricia con los ojos.
– ¿Tú te sentías acariciada por ellos?
– Sí.
– Es increíble -Carta no supo si contárselo todo o actuar con tacto-. No me dirás que te gustaba.
– Mucho -fue sincera.
– ¡Nunca me lo dijiste!
– Mujer…
– ¡Somos amigas! ¿Por qué…?
– Porque siempre he creído que por mucho que me mirase a mí en plan tierno, primero estabas tú. Yo era una extensión -lo concluyó de modo frívolo.
– Pues anoche me preguntó por ti.
– En plan cortesía.
– No, en plan chico-pregunta-por-chica y chico-interesado-en-chica.
– ¿En serio?
– Y puso cara así como de lánguido -hizo un gesto payaso, para restarle trascendencia al tema.
– ¡No seas burra! -Lorena estuvo a punto de echarle un cojín.
– No lo soy. Hablo en serio.
– ¡Venga ya!
– ¿Cuánto hace que no lo ves?
– No sé, meses, desde la última vez que estuve en tu casa, o antes.
– Pues está muy bien. Ha pegado un tirón.
– ¿Me estás vendiendo la moto?
– ¿Por qué no vienes a casa hoy o mañana?
– Me estás vendiendo la moto -Lorena no se lo podía creer-. ¿Quieres que me líe con Gonzalo?
– ¿Por qué no?
– ¡La madre que te parió! -soltó un bufido la chica.