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Pero ya era suficiente, pensó Ella con furia al bajar por la escalera. Después de una semana más de espera, debía cambiar sus tácticas.

Cuando Ella abrió la puerta del comedor, el pintor ya estaba a la mesa.

– Hola, Zoltán -lo saludó ella con una sonrisa.

– Szervusz, Arabella -contestó él, amablemente.

Frida llegó en ese momento con la sopa. A esas alturas, la joven se había acostumbrado a servirse a ella y a su anfitrión, así que se concentró en hacerlo, mientras él la observaba con detenimiento.

– ¿Sabes esquiar, Arabella?-preguntó de repente, una vez que Frida se había retirado.

– ¿Esquiar?-inquirió ella, sorprendida.

– En diciembre el lago Balaton se congela.

– ¿Lo suficiente como para esquiar? -preguntó ella, mientras él le servía el guiso.

– Es un deporte muy popular aquí en esa época del año -contestó él y ella sintió el deseo de estar ahí en diciembre, aunque sabía que para entonces, volvería a Inglaterra.

– ¿Qué nombre tiene ese guiso? -inquirió ella, desviando la conversación.

– Töltött paprika -contestó él, sin apartar la vista de Ella-. ¿Te agrada?

– Es delicioso -dijo la joven, levantando la mirada hasta aquellos ojos grises que la hicieron abandonar todo lo que había planeado para obligarlo a empezar el retrato, cuanto antes.

Frida acababa de llevar unos deliciosos pastelillos y se había retirado cuando Ella decidió que puesto que aún no acababan de cenar, todavía tenía oportunidad de hablar con él.

– Creo que me estoy aburriendo -comentó ella de improviso.

“Aquí vamos otra vez”, pensó la joven al ver la expresión en el rostro de Zoltán. Su mirada se tornó fría y su semblante perdió toda apariencia amigable.

– En ese caso, te sugiero que busques algo en que ocuparte.

– ¿Qué te parece posar para el cuadro? -contestó ella, irritada-. Después de todo, a eso vine. A como van las cosas, cumpliré los veintidós años para cuando te decidas a comenzar a… -Ella no terminó la frase, pues entonces vio la furia en los ojos grises del pintor, quien se puso de pie y salió de la habitación.

“Cerdo”, pensó furiosa y se levantó para dirigirse hacia la puerta. “Qué tipo tan pesado y tan arrogante, ¿quién se creerá que es?”, se dijo, al subir por la escalera hacia su dormitorio. No lo soportaría más. Debía volver a Inglaterra de inmediato.

Mas cuando llegó a su habitación y pese a su furia, Ella se dio cuenta de dos grandes razones por las cuales no podría hacer el equipaje e irse. La primera, porque su padre se pondría como un energúmeno con ella. La segunda, porque a pesar de todo, no quería irse. ¿Pero por qué no deseaba hacerlo?

Diez minutos más tarde, Ella aún no había encontrado la respuesta. Así que se puso un suéter, unos pantalones de mezclilla y decidió salir a dar un paseo.

¿Acaso se debía al hecho de que la casa de campo del pintor estaba en un lugar tan encantador?, se preguntó al salir de la habitación. Durante varias charlas con Zoltán, Ella había aprendido que el Lago Balaton es el más grande de Europa Central y Oriental. Y que éste tenía más de ciento veinte millas de costa. Había unas hermosas playas al sur, pero la casa del pintor estaba en el norte, entre Badacsony y una aldea llamada Szigliget. La primera era un área de volcanes fuera de actividad y una región que producía algunos vinos de prestigio. La segunda por otra parte, era una vieja y pintoresca aldea que tenía unos románticos castillos en ruinas, construidos en el siglo trece.

¿A dónde se dirigiría?, pensó al salir de la casa. Ambos lugares estaban algo retirados, tanto Szigliget como Badacsony, aunque los paisajes hacia el último eran encantadores.

Aún sin decidirse, pensó en ir a la parte trasera de la casa y contemplar él lago. Ella ya había estado ahí y sabía que el camino la llevaría hacia un pequeño puerto donde se encontraba un par de botes para remar.

Estaba a mitad del sendero, cuando vio una bicicleta recargada sobre un árbol. Debía ser de Oszvald, se dijo a sí misma. Él seguramente había salido a alguna parte y acababa de regresar. En ese momento, recordó las palabras de Zoltán con referencia a que encontrara algo en qué ocuparse. Pues bien, un paseo en bicicleta era lo ideal.

De repente, Oszvald salió por la puerta de la cocina y se dirigió a la bicicleta.

– Szervusz, Oszvald -lo saludó ella con una sonrisa, mientras ponía las manos sobre la bicicleta-. Ké… Kérek egy… -ahí terminó su húngaro, así que decidió tratar en inglés-: ¿Podría usar tu bicicleta?

Oszvald pareció entender, y tomando la bicicleta, se la entregó a la joven.

– Köszönöm, Oszvald -le dio las gracias.

Ella subió en la bicicleta y se retiró, mientras el hombre la observaba.

Quince minutos después, pedaleaba sin preocupación alguna y sin pensar en que dirección iba. Le era suficiente observar el hermoso bosque, la vegetación, las montañas y el lago. De repente, llegó a un área donde había unas casas de campo y un pequeño hotel. Una bebida para refrescarse, no le caería mal.

La joven aún se encontraba pensando en cuántas millas debía haber recorrido, cuando el único cliente en el pequeño restaurante del hotel salió y se dirigió a la mesa de ella.

– ¿Me puedo sentar aquí? -dijo el extraño-. Escuché que hablaba inglés y me gustaría poder platicar con usted un poco.

Ella observó al muchacho de aproximadamente veintitrés o veinticuatro años de edad. Entonces concluyó que el chico de cabello rubio no representaba ningún peligro. Y si había entendido bien, todo lo que él deseaba, era practicar un poco su inglés.

– Por supuesto -dijo ella, invitándolo a sentarse.

Cinco minutos más tarde, se había enterado que su nombre era Timót, que era un músico y que los lunes, por lo general los tenía libres. La joven por su parte, le dijo que su nombre era Ella y que estaba pasando una temporada con unos amigos.

– ¿Te gusta mi país? -preguntó el chico, haciéndola recordar la confusión de no saber por qué deseaba quedarse ahí.

– Mucho -contestó, para luego tratar de desviar la conversación hacia algo que no la hiciera sentir mal-. ¿Qué es lo que estás tomando?

– Barack pálinkát -contestó él y al ver que la joven observaba el líquido, añadió-: Es una bebida hecha a base de brandy y frutas. Pediré uno para ti -pero antes de que ella pudiera decir algo, el muchacho se había levantado e ido hacia el interior.

– Permíteme pagar -dijo Ella, cuando Timót regresó.

– De ninguna manera, tú eres mi invitada -replicó él, así que ella decidió no insistir y probar la bebida esperando que su contenido de alcohol no fuera demasiado alto. Zoltán estaría complacido si la policía la arrestara por conducir la bicicleta en estado de ebriedad, pensó-. ¿Qué haces cuando no estás de vacaciones? -inquirió Timót.

– Trabajo en una tienda -contestó ella sin añadir que sólo lo hacía dos días a la semana.

Durante los siguientes quince minutos, él estuvo preguntándole a la chica, como se decían algunas palabras y expresiones en inglés; mientras que Timót le informó que el pequeño hotel, se llamaba csárda, en húngaro.

Entonces Ella decidió que era tiempo de regresar.

– Ha sido un placer conocerte, Timót -dijo la joven-. Pero tengo que irme.

– Si aún estás aquí el próximo lunes, ¿podría verte? -preguntó él con una sonrisa. Y como no se sentía presionada y el muchacho era muy agradable. Ella también sonrió.

– Tal vez -contestó, pensando que si no había empezado con el cuadro, para el próximo lunes tomaría la bicicleta de Oszvald sin preocupación alguna. Ella estaba a punto de agregar un último adiós al muchacho, cuando el brusco sonido de un portazo, llamó su atención.