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Ella se volvió casualmente hacia la puerta y de repente las palabras se ahogaron en su garganta. ¡Ahí estaba la amenazadora figura de Zoltán Fazekas!

“¡Dios mío!”, pensó la joven, consciente de que se encontraba en problemas. Ella no tenía idea de por qué estaría tan furioso, pero por la manera en que fruncía los labios y la forma en que veía el vaso vacío de barack pálinkát, la chica pensó que él se imaginaría que se había tomado varios de ellos.

– ¿Estás lista para volver a casa, Arabella? -exclamó Fazekas, ignorando por completo a su acompañante. Entonces ella supo que el precio a pagar sería muy alto, si se atreviera a contestar que no.

– Él es… -la buena educación de Ella la llevó a tratar de presentar a Timót, pero era obvio que el pintor no estaba de humor para presentaciones.

– Bien -interrumpió Zoltán con rudeza-. ¡Apresúrate! -entonces la tomó de un brazo y la ayudó a levantarse.

En ese momento la joven sintió que la furia se apoderaba de ella. No entendía que había hecho de malo, pero ¿quién demonios se creería que era? ¿Por qué lo dejaba salirse con la suya? No lo sabía. Tal vez, como su invitada, ella le debía más lealtad a él que a su nuevo amigo.

– Adiós, Timót -dijo ella mientras Zoltán casi la arrastraba hacia el auto-. ¡La bicicleta de Oszvald! -protestó ella, cuando Zoltán abrió la puerta del automóvil-. Iré a casa en la bicicleta, ¡gracias de todos modos!

– ¡No irás a ningún lado! ¡Te llevaré en mi coche! -exclamó Zoltán, con la suficiente rabia, como para maltratarla si ella se atrevía a oponerse.

– No estoy borracha -protestó ella-. Y no pienso dejar aquí la bicicleta.

– Yo me encargaré de ella…

– Eso no es lo que…

– ¿Subirás al auto? -dijo él, con voz amenazante.

Por unos segundos Ella se quedó parada en forma de desafío. Sus hermosos ojos azules parecían lanzar chispas de furia. Entonces recordó que Timót debía estar observando la penosa situación. Murmuró una maldición y entró en el automóvil.

Zoltán se sentó al volante y puso el vehículo en marcha, con violencia.

– ¿Tenías que ser tan rudo? -inquirió Ella furiosa, sin poder contenerse.

– ¿Contigo?

– Con Timót, el chico con quien me encontraba -lo corrigió, molesta-. Estaba presentándote…

– ¿Crees que me interesa conocer a los hombres a quienes abordas en las cantinas?

– ¡Que abordo en las cantinas! -exclamó ella, casi gritando. Entonces se volvió a él con tanta rabia que casi lo golpea-. ¿Cómo te atreves?

– Me atrevo porque mientras estés en mi país y en mi casa como mi invitada, ¡soy responsable de ti! -contestó él con una mirada de desprecio en sus ojos.

– ¡Responsable! -gritó ella con rabia-. ¡Tengo casi veintidós años!

– ¿Quedaste de verlo de nuevo? -preguntó Zoltán de improviso.

– ¡Tal vez! -replicó ella-. Timót es un muchacho muy agradable y…

– ¡No me interesa! -interrumpió él, con un ademán brusco y dirigió el automóvil por la carretera hacia la casa. Minutos después, Ella también daba portazos.

Responsable de ella, ¿no es así?, pensó la joven con infinita furia al cruzar la estancia y subir por la escalera. ¡No por mucho tiempo! Su invitada, ¿verdad? Pues bien, él podría hacer con su hospitalidad, lo que quisiera, porque ella partiría de inmediato para la Gran Bretaña.

Ella irrumpió en su habitación con ímpetu, sacó sus maletas, lanzó una en la cama y la abrió para empezar a hacer el equipaje. Luego se dirigió al guardarropa, donde se detuvo de improviso. No podía marcharse así nada más. De repente, toda su rabia parecía desaparecer, pues no deseaba irse.

Entonces se dio cuenta de la razón: su corazón dio un vuelco y Ella se dirigió al sofá, donde se desplomó como mareada.

“¡No puede ser!”, pensó ella en protesta, pero todo era inútil. Ahora lo sabía, no podía engañarse más. El enojo de su padre no tenía nada que ver con eso. Tampoco el hermoso paisaje a su alrededor. La realidad era que a pesar de todo, ¡Ella se había enamorado de Zoltán, como una tonta!

Eran cerca de las ocho de la noche cuando habiendo guardado las maletas, la joven se miró en el espejo, preguntándose si su amor por él se notaba. La chica sentía, como si hubiera madurado mucho en las últimas horas, pero reconocía que Zoltán no la amaría nunca. De hecho, recordaba como la había mirado en el automóvil, como si en verdad le desagradara su presencia. Pero el pintor sabía que ella se quedaría con él, el tiempo que pudiera.

Cuando ella bajó, Zoltán se encontraba en la estancia. En ese momento recordó que la última vez habían quedado como enemigos.

– ¿Ginebra con soda, Arabella? -inquirió él, al verla. La fría mirada en sus ojos se había vuelto cálida.

– Sólo un poco, gracias.

Ella observó su sonrisa, con alivio.

– ¿Ya te habían dicho alguna vez que te vez magnífica cuando te enfureces? -preguntó él, ofreciéndole una copa.

– Mi padre dice que es por lo rojo de mi cabello.

En ese instante, Frida apareció para anunciar que la cena estaba lista.

Ella no puso atención en la cena, pues se encontraba demasiado ocupada tratando de ocultar la verdad de su amor por él, como para fijarse en lo que comía.

– ¿Podrías excusarme con Oszvald? No le regresé su bicicleta -dijo ella.

– ¿Acaso deseas hacerte responsable, cuando en realidad la culpa es mía? -inquirió Zoltán, mientras ella trataba por todos los medios de parecer tranquila ante la intensa mirada de aquellos enloquecedores ojos grises.

Y mientras su corazón y todo su ser deseaba gritar. “Oh, Zoltán, ¡te amo!”, sus labios simplemente dijeron:

– Fui yo quien le pidió prestada la bicicleta.

– Debes pensar que soy un monstruo -exclamó él, con voz suave.

– ¿Te lo pongo por escrito? -inquirió ella con una sonrisa y sintió que su amor crecía al ver cómo reía aquel hombre impredecible de quien se había enamorado.

– He decidido empezar tu cuadro mañana -dijo él de improviso.

– ¿Mañana? -balbuceó ella.

– ¿Alguna objeción?

– ¡Ninguna! -se apresuró a contestar-. Podrías comenzar ahora, si así lo deseas. Sólo…

– Es mejor que descanses bien esta noche -la interrumpió él-. No quiero pintarte con ojeras en tu rostro.

– Entonces me iré a acostar ahora mismo. ¿Quieres que me ponga algo en especial?

– Después de desayunar, puedes ponerte aquel hermoso vestido de terciopelo de color verde, que llevabas cuando salimos a cenar.

– ¡El artista manda! -exclamó ella, poniéndose de pie para irse a su habitación antes de que sus sentimientos la delataran.

Para que Zoltán se hubiera acordado del vestido, ella debía haberse visto bien. Eso también quería decir, que no le mintió cuando le dijo que era muy hermosa.

Ella subió por la escalera con mejores ánimos que con los que había bajado.

Capítulo 7

A la mañana siguiente, tan pronto como acabaron de desayunar, Ella regresó a su dormitorio para cambiarse. Se sentía en extremo emocionada, ante el prospecto de pasar largas horas en compañía de Zoltán.

El estudio se encontraba en el último piso de la casa, a orillas del Lago Balaton. Era una habitación grande y con enormes ventanas.

– Siéntate aquí -dijo Zoltán, señalando un sillón de madera labrado y con respaldo de satín. Una vez ahí, él le indicó la posición en la que deseaba pintarla-. Pon las manos sobre tu regazo -murmuró él, sin imaginar lo acelerado que latía el corazón de Ella al contacto con su piel.

– Trata de no estar tan rígida -dijo, mirándola a distancia-. Relájate, Arabella. Deja que tu encanto natural, emerja con elegancia.