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– Szervusz, Frida -le dijo al ama de llaves, al llegar a la mesa. La mujer le sonrió con amabilidad y después de musitar algo en húngaro que Ella no entendió, salió de la habitación.

Eso le reveló algo no muy agradable: Zoltán no estaría presente. Entonces se sintió desilusionada.

Una vez que Frida sirvió la comida, Ella trató de disfrutarla. Pero el pensar que algún día tendría que arribar sola a la Gran Bretaña, la hizo sentirse peor.

Cuando regresó a su habitación, la joven se dio cuenta de que no era muy buena idea pasarse el resto de la tarde dando de vueltas como león enjaulado. Minutos después, ya se había puesto una cazadora y bajaba por la escalera.

Con un leve sentimiento de culpa, se preguntó si Zoltán le habría devuelto la bicicleta a Oszvald. Pero al llegar al árbol donde él la dejaba, no la encontró.

Entonces se dirigió hacia la parte posterior de la casa, en donde se detuvo a admirar el lago, tratando de imprimir la escena en su mente, para nunca olvidarla. En ese momento, el ruido de unos pasos llego a sus oídos.

Volviéndose un poco, su corazón dio un vuelvo al ver a Zoltán dirigirse hacia ella. Su mente daba vueltas, tratando de pensar en algo apropiado que decir.

– ¿Cómo estás, Arabella? -dijo él, con una sonrisa.

– Muy bien -contestó ella, sintiendo que su amor por el artista, crecía a cada momento-. ¿Cómo estás tú?

Ella no escuchó la respuesta, pues en ese instante, Zoltán se había apartado de ella y subido a uno de los pequeños botes anclados a la orilla del lago.

– Pensé que ibas a trabajar toda la tarde -exclamó la joven, mientras él alzaba la vela.

– ¡Negrera! -gritó él, mirándola con sus grandes ojos grises y su largo cabello, flotando en el aire. Parecía un dios legendario.

– ¿Vas a ir a algún lado?

– Así es -contestó él, en forma casual.

– Oh -murmuró ella sin atreverse a pedirle que la llevara. Él terminó de izar la vela. Entonces se volvió a mirarla y le sonrió-. ¿Vienes?

– Pensé que nunca me lo pedirías -contestó con entusiasmo, mientras subía al bote, ayudada por él.

– ¿Alguna vez has viajado en un velero? -le preguntó Zoltán.

– Nunca -contestó ella, escuchando con atención todas las recomendaciones que él le hacía. Poco tiempo después, el velero se deslizaba ligeramente sobre las aguas del hermoso lago.

Por espacio de una hora, ambos navegaron al vaivén de las olas. Ella estaba fascinada.

– ¿Te gusta? -preguntó Zoltán mientras ella sentía el viento sobre su rostro.

Ella pensó que era evidente, así que su única respuesta, fue una gran sonrisa. En realidad todo resultaba tan excitante, que cuando Zoltán le anunció que era tiempo de regresar, Ella se sintió triste, pues aquel episodio estaba a punto de llegar a su fin.

– ¿Tan pronto? -preguntó ella-. Sólo han pasado unos cuantos minutos.

– Sesenta y cinco, para ser exactos -contestó él-. Además, ya está haciendo más frío.

Aún sintiéndose feliz y emocionada, Ella caminó por el pequeño muelle, de vuelta a la casa.

– ¿Le devolviste su bicicleta a Oszvald? -inquirió la joven, al pasar por el árbol donde aquel acostumbraba a dejarla.

– ¿Estás pensando visitar a tu “amigo” del otro día? -dijo él molesto. Ella sintió de repente que su felicidad se venía abajo.

– ¡Tal vez sea una buena idea!-exclamó la chica, molesta y se alejó de él con paso firme, pensando qué en ese momento, odiaba a aquel hombre tan insensible.

Una hora después, una tibia ducha la hacía sentirse mejor. Entonces Ella pensó en lo que Zoltán le había dicho esa mañana, acerca de que sabía que aún era virgen y que mientras estuviera en su casa, era su responsabilidad. Al recordarlo, entendió por qué había reaccionado de esa forma ante la posibilidad de que fuera a encontrarse con aquel joven muchacho en el pequeño hotel. Pero ¿acaso no había resistido él mismo sus impulsos de hacerle el amor?

Cuando la joven ya estaba lista para bajar a cenar, todavía se encontraba molesta con Zoltán por haber arruinado sus momentos románticos. Pero como estaba tan enamorada de él, decidió olvidarlo todo pues quería volver a Inglaterra, llevando tan sólo buenos y hermosos recuerdos.

Así que, cuando llegó a la estancia para compartir una copa con él, se sintió encantada de ver que el pintor estaba de muy buen humor. Y Ella estaba dispuesta a perdonarle todo.

– ¿Vas a bailar muy seguido, Arabella? -inquirió él, siguiendo la conversación sobre música y baile, que había surgido a través de lacena.

– Así es -contestó la joven, pensando que no había por que mentir. Ella era buena para eso y no estando manca ni siendo un monstruo, nunca le faltaban compañeros de baile.

Zoltán contestó con un gruñido, lo cual le indicó a la chica, que no le había gustado su respuesta. Por un instante, pensó que podría estar celoso, pero de inmediato desechó tal idea. Un hombre tan sofisticado no sería capaz de experimentar celos, por tan poca cosa. ¿O sí?

– ¿Tienes alguien con quien salir, en particular? -preguntó él, una vez que Frida limpió la mesa y se fue a la cocina.

– Sólo voy a montar a caballo con Jeremy Craven, casi todos los sábados -contestó ella, lo cual era verdad, pero sin añadir que la familia de Jeremy le agradecía que les ayudara a ejercitar a los animales.

– ¿También ves a ese amigo en otras ocasiones? -inquirió él con ésa mirada fría que ella vio en sus ojos la vez que se conocieron, la cual no le agradó en lo más mínimo. Ahora era cuestión de orgullo.

– Así es. Siempre hay algún lugar a donde ir, algo que hacer, el teatro, una cena -contestó la joven, sin añadir que por lo general salía con varios amigos a la vez y que Jeremy más bien era como un hermano para ella. Como Zoltán se había atrevido a preguntarle sobre sus amigos del sexo opuesto, era muy justo que también ella, satisficiera su curiosidad. Ahora recordaba aquella noche en Budapest en la que él salió, con seguridad a encontrarse con alguna mujer.

– Y tú, ¿tienes muchas amigas? -preguntó ella en forma casual-. ¿Sales con muchas mujeres?

– Perdóname, Arabella -contestó él, después de observarla por unos momentos-. Pero no soy de los que acostumbran contar sus aventuras amorosas a terceros -Ella sintió que la sangre se le congelaba al oír sus palabras-. Sin embargo, -añadió él-, todo mundo sabe que hay una mujer muy especial para mí, cuyo nombre es Szénia Halász.

¡Cómo deseó ella no haberlo preguntado! Cómo se las arregló para no derrumbarse al oír que había una dama especial en su vida, nunca lo supo. Los celos se apoderaron de ella, pero por orgullo, logró aparentar calma, como si aquella revelación no significara nada.

– No quise inmiscuirme en tu vida privada -dijo ella-. ¿Acaso te molesta?

– Para nada -contestó él, con cortesía. Y ahí se acabó la charla.

Minutos después, la chica se disculpó y se dirigió a su habitación. La joven se sentía débil y cuando los celos se apropiaron de ella aún más, deseó hacer su equipaje e irse de aquel lugar. Aunque muy dentro de sí sabía que a pesar de todo, ansiaba permanecer en compañía de Zoltán.

Una hora más tarde y con los ánimos por el suelo, Ella se metía en la cama, recordando cada palabra, cada mirada y cada movimiento del pintor. En su mente aún resonaba la frialdad con que Zoltán se había despedido de ella.

Entonces la joven, apagó la lámpara que estaba a un lado del lecho y se quedó mirando la oscuridad. De alguna manera, creía que cualquier indicio de afecto o simpatía entre ellos, se había esfumado para siempre.

Capítulo 8

Una mañana, Ella se levantó con mal humor. Ya habían pasado dos semanas y media desde que Zoltán le había revelado el nombre de su amiga especial y desde entonces todo parecía carecer de sentido. Szénia Halász. El nombre resonaba con obsesión en su mente, pero también le preocupaba el hecho de que Zoltán pudiera interpretar sus esfuerzos por ocultar sus celos, como indiferencia.