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Tal y como lo había pensado, todo signo de simpatía entre ellos, había desaparecido. Por las mañanas, ella posaba en silencio mientras él trabajaba en el cuadro. Por las tardes, se aburría mucho, mientras él realizaba otra cosa. Además, nunca volvió a poner un dedo sobre ella.

Un día Ella salió de su habitación preguntándose cuánto se tardaría en terminar el cuadro, sabiendo que sin importar el tiempo, no le quedaban muchos días para regresar a Inglaterra.

– Buenos días -Ella saludó a Zoltán de manera casual, al entrar en el desayunador-. Jó reggelt, Frida -dijo después, volviéndose con una sonrisa hacia el ama de llaves y luego se sentó a la mesa.

Zoltán le ofreció una taza de café sin mencionar palabra alguna y Ella lo bebió de igual manera. Así transcurrió el desayuno. Ambos estaban encerrados en sus pensamientos. La joven deseaba que todo volviera a la calidez de aquellos días en los que Zoltán era capaz de sonreír por algo que ella dijera y durante los cuales, él también la hacía reír.

Esos días, parecían haberse ido para siempre. Ahora la joven sabía, que no lo soportaría por mucho tiempo.

– ¿Al estudio en quince minutos? -preguntó seria, aunque con cortesía, al terminar su desayuno.

– No pienso trabajar hoy -le anunció él-… la iluminación no es muy buena -añadió en forma seca, después de una pausa. Entonces Ella recordó que en más de una ocasión Zoltán había abandonado el estudio bajo el pretexto de que la iluminación era mala, aun cuando para ella, era perfecta.

– Tú eres el artista -agregó-. Tú sabrás lo que es mejor.

– Me alegra que lo reconozcas -replicó él, en forma arrogante. Ella se puso de pie al instante, dispuesta a salir de ahí-. Pero para que no te aburras tanto -Ella se detuvo a medio camino-, te invito a pasear por ahí.

No había nada en el mundo que la chica deseara más, que salir a pasear con él. Pero mujer al fin y al cabo, replicó:

– No tienes que hacerlo, yo puedo pedirle a Oszvald su bicicleta y salir a…

– ¡Prepárate para partir en media hora! -la interrumpió él con firmeza. Entonces se levantó y abandonó la habitación. Eso era un indicio de que el caso estaba cerrado.

Veintinueve minutos después, Ella admiraba su figura, envuelta en cazadora y pantalones de mezclilla.

Mas en su interior, había un remolino de emociones ante el inminente paseo con Zoltán. A ella no le importaba que él lo hiciera para que no se aburriera. Su atuendo estaba perfecto para un frío día de octubre.

– ¡Justo a tiempo!, ¿lo ves? -exclamó la joven al llegar al final de la escalera, donde él la esperaba. Por un maravilloso momento, a Ella le pareció que había una chispa de simpatía en la mirada de Zoltán y que tal vez podrían comenzar el paseo en armonía.

Justo en ese instante, Lenke apareció de improviso para hablar con él. Cuando la muchacha se retiró, Ella experimentó la desilusión más grande que había conocido, pues todo indicio de amabilidad desapareció de la mirada de Zoltán, la cual ahora parecía fría y mortal.

– ¡Te hablan por teléfono! -exclamó entre dientes, furioso. Y mientras Ella lo miraba sorprendida, añadió-: ¡Puedes hablar en mi estudio!

Zoltán le indicó por dónde estaba el teléfono, pero no se retiró de inmediato para que la joven pudiera hablar en privado.

– Hola -dijo la chica al teléfono.

– ¿Eres tú, Ella?-inquirió una voz.

– ¡David! -exclamó encantada, a pesar del gesto hosco en la cara de Zoltán-. ¡Me alegra tanto que me llames! ¿Cómo estás?

– De maravilla -respondió David. La joven nunca lo había oído tan feliz-. Llevas años ahí, ¿cuándo regresas?

– ¡Volveré a casa muy pronto! -contestó ella, preguntándose cómo podía escucharse tan alegre, ante la horrible posibilidad de tener que abandonar a Zoltán.

– Magnífico -exclamó David-. Quiero que tú en especial, estés presente en la ceremonia. En realidad por eso te llamé.

– ¿Cuál ceremonia?

– ¡Viola y yo vamos a casarnos! -exclamó David emocionado.

– ¿De verdad? ¡Felicidades! -le deseó Ella con entusiasmo-. Así que finalmente la convenciste.

– Siempre quiso casarse conmigo, pero con lo del embarazo y todo lo demás… la muy tonta no quería que me sintiera forzado a hacerlo.

– ¿Cuándo será la boda?

– El mes entrante, tan pronto como regrese mamá.

– ¿Aún no lo sabe?

– Todavía no. Ella llamó por teléfono hace tiempo, mucho antes de que se solucionara el problema -después de una pausa, David continuó-: de cualquier manera, quiero que estés presente. Adiós.

La joven abandonó el estudio con pensamientos sombríos pues se dio cuenta de que una vez terminado el cuadro, no tendría ninguna excusa para quedarse, y tal vez nunca volvería a ver a Zoltán.

Encontró al pintor sentado al volante, con el motor encendido y sin ningún indicio de buen humor.

Era de esperarse que el paseo no tuviera mucho éxito. La chica se alegraba de que su hermano y su novia fueran a casarse, puesto que era lo que él deseaba; aunque eso acentuaba el doloroso contraste con su situación de no poder lograr lo que tanto quería. Ellos casi no se dirigían la palabra. La joven estaba segura de que él jamás iba a enamorarse de ella.

Precisamente a la hora de la comida, él hizo girar el automóvil y se encaminó de regreso. Por lo menos el viaje había sido educativo, pensó ella sombría, pues el pintor le había dicho todo lo que una estudiante de geografía podría haber preguntado sobre el lugar.

– Fue muy interesante -dijo Ella al llegar y salir del vehículo-. Gracias.

Zoltán la ignoró y dirigió el vehículo hacia el garage. La chica entró en la casa y subió a su habitación. Si las cosas fueran diferentes, habría disfrutado del paseo y toda la información que él le dio de manera tan fría e impersonal.

Ella comió sola. Y aunque deseaba estar en compañía de Zoltán, no quería que él lo supiera. El resto de la tarde lo pasó escribiendo cartas.

Por la noche, los celos la consumían, pues Zoltán había cenado fuera, tal y como lo hizo dos veces, durante la semana anterior. El saber el nombre de aquella mujer, que con seguridad estaría sentada frente a él en ese momento, la enfurecía aún más.

La chica fue a la cama temprano, durmió muy mal y se sentía horrible por la mañana.

– ¡Buenos días! -exclamó al reunirse con Zoltán para el desayuno.

– Buenos días -contestó él, fingiendo buen humor.

Ella pensó con amargura que de seguro él estaría feliz, después de su cita con Szénia Halász, la noche anterior.

– ¿Te pasa algo malo, Arabella? -inquirió él, de improviso.

– No. Estaba pensando en mi hogar -se apresuró a decir.

– ¿Acaso sientes un gran deseo de volver a casa después de esa llamada? -murmuró él. ¡Vaya!, se dijo a sí misma, nunca puedo hacer nada bien.

El miedo se apoderó de ella. Sería horrible que Zoltán decidiera terminar el cuadro sin su presencia y mandarla de regreso.

– En realidad hacía conjeturas sobre si el problema en casa se habría puesto peor.

– ¿El problema de tu hermano?

– A veces los problemas tardan años en resolverse -cualquier cosa era preferible, inclusive una mentira blanca, antes de arriesgarse a que el pintor descubriera sus sentimientos. Pues Ella pensaba que él nunca la amaría.

– ¿En qué clase de lío se metió tu hermano?

La pregunta la tomó por sorpresa, mas no tenía la intención de inventar alguna otra cosa.

– Mmm… es un asunto familiar -de inmediato, Ella se arrepintió de haber dicho esas palabras, pues observó el gesto hosco en el rostro de Zoltán.