– Yo… -balbuceó, tratando de disculparse.
– ¡Detente! -la interrumpió él, con un grito.
Después de eso se sumió en el más absoluto mutismo, absorto en sus pensamientos y emociones, las cuales plasmaba sobre el lienzo.
– Ya puedes irte -dijo él una hora después, mientras se dirigía al lavamanos que estaba en una esquina del estudio.
La chica aún no había visto el retrato. Zoltán nunca se lo mostraba y ella, no queriendo parecer vanidosa, jamás se lo pidió.
Así, que sin decir palabra, Ella subió a su habitación. Ese fue el peor día de su vida. El saber que Zoltán estaba tan cerca y al mismo tiempo tan lejos, la atormentaba. A la mañana siguiente, Ella se encontraba más agitada que nunca. Su dignidad le indicaba que debía volver a Inglaterra de inmediato. Sin embargo, ahora comprendía que el amor era más fuerte que el orgullo. Entonces aceptó que anhelaba tener el amor de Zoltán, aunque lo odiara al mismo tiempo por saber que seguía saliendo con su amiga especial.
– ¿Habrá trabajo esta mañana? -inquirió ella, al entrar en el desayunador. Y, a pesar de haber deseado estar cerca de él durante toda la noche, desvió la mirada del rostro del pintor.
– ¿Te urge terminar? -inquirió él, cortante.
– Pensé que nadie podría apresurar a un artista -dijo ella con voz firme, sorprendida de cuánto le gustaría poder romperle los dedos-. Yo me serviré mi café, si no te importa.
No era una manera muy buena de empezar el día. Pero una hora más tarde, Ella estaba posando para él, sentada en el sofá del estudio, envuelta en la tela de terciopelo color verde del vestido.
Al medio día, Frida se atrevió a interrumpir al pintor, por lo cual Ella pensó que se trataba de algo importante.
Momentos después, Zoltán aún estaba hablando con el ama de llaves en su propio idioma. Fue entonces que a la joven le pareció escuchar la palabra teléfono. “Debe de ser David”, pensó ella. “A Zoltán no le va a hacer mucha gracia tener que interrumpir su trabajo y esperar a que terminemos de hablar”.
Mas de improviso, Ella pareció escuchar el nombre de Halász y un vacío pareció formarse en la boca de su estómago. ¡Después de todo, no tendría porque temer a la ira de Zoltán Fazekas!
El pintor depositó el pincel sobre la paleta y se dirigió a la puerta. Él parecía entusiasmado.
– Hay una llamada para mí -dijo deteniéndose un momento en la puerta-. Es todo por hoy. Puedes irte -una fracción de segundos después, Zoltán Fazekas se había ido.
“Ya sé que tienes una llamada y también de quién”, pensó Ella enfurecida, con la mirada fija en la puerta. La joven se encontraba al borde del llanto.
“No seas ridícula”, dijo una voz en su interior. Pero, sintiendo que sus celos crecían, decidió hacer algo al respecto. De inmediato regresaría a Inglaterra. Eso era demasiado.
Agitada y al bordé de la desesperación, Ella se encaminó hacia la puerta. Una vez ahí se detuvo y se volvió con curiosidad al lienzo en el que Zoltán estaba plasmando su retrato.
La chica se aproximó al cuadro y encontró, para su sorpresa, que ahí no había nada que se asemejara a ella: ¡Sólo era un paisaje!
La joven cerró y abrió los ojos, incrédula. El cuadro que tenía frente a ella era el de un bello paisaje, magistral, pero que no contenía figura humana alguna, mucho menos la suya.
¿Por qué habría Zoltán de hacer algo así? ¡Algo que ni siquiera contenía una sola figura humana!
Sin saber qué pensar, Ella subió a su habitación como una autómata y de igual manera se puso unos pantalones y un suéter. Su decisión de volver a Inglaterra había pasado a un segundo término. Lo que ocupaba su mente ahora era el saber por qué Zoltán la había estado engañando.
Un torrente de pensamientos se agitaba en su mente cuando la chica llegó al borde del lago, en la parte posterior de la casa. Ahí estaba el velero en el que Zoltán y ella habían navegado. Aquellos tiempos felices no volverían. En ese momento, se dio cuenta de que alguien había utilizado el velero no hacía mucho, podría haber sido Zoltan u Oszvald. Evocando aún aquel paseo, Ella se dirigió al velero y se introdujo en él.
La joven no tenía intención alguna de navegar, pero recordando los expertos movimientos de las manos de Zoltan en la vela y en el mástil, empezó, a imitarlos sin darse cuenta. ¡Cuánto lo amaba! ¡Cuánto deseaba estar junto a él, para siempre! “Zoltan…, mi amado Zoltan”. Iba a pronunciar el nombre otra vez, cuando se acordó de que él debía estar hablando con otra mujer. Los celos volvieron a invadirla. En ese instante, se dio cuenta de que el bote se estaba moviendo.
Como Ella no tenía intención de navegar, procuró atar de nuevo el velero y casi se cae por la borda.
Sin temor alguno, la chica se sentó un momento, mientras el viento alejaba el velero. Se encontraba ya algo retirada de la orilla, cuando memorando la facilidad con que Zoltan había maniobrado el bote, intentó hacer lo mismo, ¡sólo para descubrir que no era nada fácil!
Tratando de conservar la calma, la joven se percató de que si quería evitar problemas, era mejor regresar a como diera lugar. Momentos después, un fuerte soplo hizo girar el velero y el miedo empezó a apoderarse de ella.
“¡Zoltan!, ¡Zoltan!”, pensó con desesperación, mientras otra ráfaga de viento azotaba la frágil embarcación y la inundaba. Ella tenía el presentimiento de que a la hora del desayuno se encontraría en el fondo del lago.
Aunque trató de pensar con lógica y positivamente, comprendía que se encontraba sola en el inmenso lago, pues los botes de motor estaban prohibidos y nadie sabía de su situación como para ir en su ayuda.
Lo primero que tenía que hacer era bajar la vela para evitar que el viento la siguiera alejando de la orilla. Pero, para aumentar sus problemas, en ese momento empezó a llover.
Ella apretó la mandíbula y se previno para luchar contra las fuerzas de la naturaleza. Todo estaba mojado, las sogas, sus manos y su ropa. La lluvia caía a torrentes, empapándola hasta los huesos.
La joven al fin logró bajar la vela y dio gracias al cielo de que no continuara alejándose aún más. Ahora sólo sentía el vaivén causado por las olas y la lluvia. No había más remedio que asirse de donde pudiera, para evitar caer por la borda. Pero también debía sacar el agua del fondo, aunque fuera con las manos.
A Ella nunca se le había ocurrido que un lago pudiera ser tan tormentoso. En ese momento, una gigantesca ola, más grande que las demás, cayó sobre el bote. La chica pensó que nunca saldría de ahí con vida.
“¡Zoltán!”, pensó con tristeza, dándose cuenta de que él no sabía lo que le ocurría. Para entonces, la orilla casi no se podía ver. De improviso, el viento pareció llevar una voz a sus oídos.
– ¡Ara-be-lla! -Zoltán solía llamarla Arabella. Volviéndose, descubrió que había estado mirando en la dirección equivocada pues la orilla estaba al otro lado. Ahora no sólo podía distinguirla a la distancia, sino que también alcanzó a ver que ¡otra embarcación se dirigía hacia ella!
Su emoción se transformó en otra clase de temor: el hombre quien se esforzaba al máximo para salvarla y que estaba poniendo su propia vida en peligro por ella, era Zoltán, el ser a quien amaba.
“Oh, mi amor”, pensó la joven con inmenso cariño. “¡Ten cuidado!” quiso gritar cuando una ola lo golpeó de improviso y casi lo voltea. Con una fuerza sobrehumana Zoltán se las arregló para llegar hasta ella y atar las dos embarcaciones, una junto a la otra. Después maniobró ambas, para llevarlas hacia la orilla más próxima, en medio de aquella torrencial lluvia y el agitado lago.
Momentos después, los que a Ella le parecieron siglos, llegaron a la orilla. Oszvald estaba ahí, listo para ayudar en lo que fuera necesario. Para entonces, la joven era un cúmulo de emociones, que apenas y lograba moverse con voluntad propia.
Zoltán llegó hasta ella y fue él quien a pesar de todo el peligro afrontado, cayó entre sus brazos como un niño. Ella lo abrazó, no queriendo dejarlo ir nunca.