– El mismo -afirmó su padre-. Él está en Londres de viaje de negocios. Tuve suerte de conocerlo ahora, porque mañana regresará a su hogar en Hungría.
“¡Qué alivio!”, pensó Ella, sintiéndose más relajada. Por ningún motivo permitiría que un artista de la calidad de Zoltán Fazekas la pintara. De cualquier manera, ¿acaso no se dedicaba a pintar paisajes?
– Me tomé la libertad de pedirle que hiciera tu retrato -anunció su padre de improviso.
– ¿Qué? -exclamó Ella, sorprendida-. Pensé que no aceptaba esa clase de trabajos. ¿No se dedica a la pintura de paisajes o algo por el estilo?
– Es verdad que goza de suficiente prestigio como para pintar lo que le gusta -aseguró su padre-. Pero inició su carrera haciendo retratos, así que…
– ¿Lo ves? -Ella interrumpió-. No creo que acepte el trabajo. Aún no lo ha hecho, ¿verdad? -inquirió sin mucha convicción-. No es que me importe mucho; de cualquier manera, me niego a posar.
– No digas tonterías -la interrumpió él para decirle que Zoltán era un hombre muy ocupado. Entonces le ordenó que estuviera lista en caso de que el artista pudiera tener tiempo para pintar su retrato y con ello dio por terminado el asunto.
El resto de la cena continuó en silencio, lo cual no era nada raro. La joven no se explicaba cómo su madre podía soportar a su padre. Eso le parecía un misterio. Si ella fuera su esposa, lo habría estrangulado hace años, lo cual le recordó que su abnegada madre debía hacer su viaje a como diera lugar, pues era algo que deseó por mucho tiempo y no había excusa para que no pudiera hacerlo sola.
– ¿Crees que sería buena idea? -le preguntó Constance Thorneloe una vez que su esposo se retiró a su estudio a fumar su puro.
– ¿Te gustaría ir sola? -inquirió Ella.
– Sería emocionante, ¿no crees? -contestó su madre con un repentino brillo en los ojos.
– Te lo mereces -dijo la joven en voz baja, dándole un abrazo y un beso.
Al día siguiente, Ella limpió y enceró el piso de la casa del viejo señor Wadcombe y se propuso ser una hija modelo. Por ningún motivo deseaba darle una excusa a su padre para estropear el viaje de su madre. Además, casi estaba segura de que Zoltán Fazekas no aceptaría pintar su retrato. Y por otro lado, si Ella le dio a su padre la impresión de que con gusto posaría para el pintor, no había razón para sacarlo de su error.
Esa noche, durante la cena, Rolf Thorneloe no hizo mención alguna del cuadro. Y convencido de que su hija al fin estaba de acuerdo en dejarse pintar, ¡hasta le preguntó cómo había pasado el día!
– Estuve aseando la casa del señor Wadcombe -contestó ella, sorprendida, al ver a su padre sonreír como si aprobara su trabajo de voluntaria.
A la mañana siguiente, Ella se sentía con energía y como tenía tiempo libre, condujo hasta la aldea cercana para ayudar a Jeremy Craven a ejercitar los caballos de la familia. Jeremy era -un año mayor que Ella y siempre fueron buenos amigos, pero nada más. Hatty Anvers, otra amiga del grupo, llegó cuando cepillaban a los animales. Y poco tiempo después, los tres charlaban acerca de la fiesta que Hatty estaba organizando para su cumpleaños número veintiuno.
– Me parece recordar que hiciste una enorme fiesta cuando cumpliste los dieciocho -comentó Jeremy.
– ¿Qué tiene eso que ver ahora? -exclamó Hatty, desafiante.
– Nada -respondió él de inmediato… y todos empezaron a reír.
Más tarde, Ella regresó a su casa de muy buen humor.
Un mes después, a Ella le parecía increíble que no hubiera habido ninguna riña familiar durante todo ese tiempo. Por lo general no pasaba ni una semana antes que su padre encontrara defectos en algún miembro de la familia. Aunque tenía que admitir que ella se había portado lo mejor que podía. Y también que hubo momentos tensos cuando tuvo que permanecer callada ante algún comentario hiriente de su padre. Mas si ese era el precio para que su madre hiciera el viaje a Sudamérica el domingo próximo, estaba dispuesta a pagarlo.
Ese día, sintió la tensión que invadía la casa cuando su padre estaba presente. Era como si la calma que había imperado hasta entonces, pudiera explotar igual que una carga de dinamita en cualquier instante. Pero ella no sería quien encendiera la mecha.
A la hora de la cena, su madre tomó su acostumbrado lugar a la mesa, pero Ella pudo observar que parecía casi tan tensa como ella.
– ¿Tuviste un buen día en la oficina? -le preguntó a su padre, con una gran sonrisa.
– Excelente -contestó él tan complacido que ella pensó que había hecho una buena transacción en la bolsa… o que planeaba algo.
– ¿Quieres decir que tuviste un día… afortunado?
– Sí, muy especial, Arabella -afirmó él radiante-. Logré contactar por teléfono a Zoltán Fazekas y está de acuerdo en pintar tu retrato.
Ella lo miró azorada sin saber qué decir.
– ¿Lo está? -preguntó después de un rato. No sabía por qué se oponía tanto; era como si el hacerlo fuera una forma de luchar por sus derechos y los de su madre. Y tal vez, también por los de David.
– Como lo oyes. Aunque al principio se resistió -le informó Rolf.
– Bueno, si tuviste que persuadirlo… -comenzó a decir, sintiéndose indignada, aun cuando no tuviera la intención de permitir que el gran Zoltán Fazekas la pintara…
– Fui yo quien tuvo que buscar la manera de acoplarte a su horario.
Ella permaneció en silencio. Su padre no hablaba húngaro, así que el pintor debía de hablar inglés. Al menos lo suficiente como para darse a entender.
– ¿Y cuándo llegará aquí? -inquirió ella.
– Él no vendrá -contestó su padre-. ¡Tú irás a su estudio en Hungría!
– ¿Hungría? -preguntó Ella, casi atónita.
– Eso es lo que dije. Te alojarás en su casa hasta que el retrato esté terminado. De esa manera podrá plasmar mejor tu carácter en el cuadro.
– Pero… -Ella intentó protestar, mas la sorpresa no le permitía encontrar las palabras-. A su esposa no le agradará mucho tenerme como invitada.
– Zoltán Fazekas no es casado.
– Entonces es menos recomendable que me quede sola con él en su casa.
– No seas ridícula -replicó su padre, molesto-. Aparte de que habrá muchos sirvientes que te servirán de acompañantes, sé que siempre podremos confiar en tu buena educación y moral. Además, el señor Fazekas tiene cosas más importantes que tratar de seducirte.
– ¿Qué pasará -inquirió Ella, consciente que su actitud provocaría la ira de su padre-, si decido no hacerlo?
– Es muy simple -contestó él, furioso, aunque sin levantar la voz-. O haces lo que te ordeno, o cancelo tu cuenta de banco.
– ¡Entonces conseguiré un empleo! -replicó Ella, consciente de que sólo incrementaría la furia de su padre. David, sentado a la mesa frente a ella, reflejaba en el rostro su deseo de estar en otra parte, a muchos kilómetros de distancia.
– Me parece que ya sabes, Arabella -dijo Rolf Thorneloe con voz grave-, que ni tu madre ni yo permitiremos tal cosa.
La chica se volvió a mirar a su madre y se percató de la alarma y preocupación en sus ojos. Ella podía enfrentarse a su padre, pero no a costa de su madre, De alguna manera, ésta siempre terminaba sufriendo por sus enfrentamientos.
Entonces la joven decidió no luchar más. El que su padre cancelara su cuenta bancaria no le importaba en lo más mínimo, pero el viaje de su madre a Sudamérica estaba de por medio.
– ¿No sería posible -balbuceó, resistiéndose hasta el último momento-, mandarle una foto mía? Tal vez podría usarla para pintar…
– ¡Ya le mandé tu foto! -interrumpió su padre-. Irás a Budapest y es mi última palabra.
Esa noche, Ella se fue a la cama rabiando de impotencia. Debió haber sabido que el hecho de que su padre no mencionara la pintura durante todo el mes, no quería decir que lo hubiera olvidado.