– ¿Acaso no es de extrañar que mi corazón se agitara con rapidez cuando entré y te vi por primera vez? ¿Y que además, mientras te esperaba para cenar esa noche, haya sido tan impaciente que me atreví a subir por ti con la excusa de haber olvidado decirte que la cena era a las ocho?
– ¡Tú sabías que Frida me informó!
– Sí, lo supe -admitió él-. Me había enamorado de ti y me era muy difícil tratar de no sentir nada.
– ¡Me amabas desde entonces! -exclamó ella-. ¡Y yo pensando que me aborrecías! ¿Te enamoraste de mi fotografía?
– Yo mismo no lo podía creer -dijo él, sonriendo-. Por eso luché contra eso, pues pensaba que era ridículo. Y sin embargo, no me tomó mucho tiempo descubrir que no sólo eras hermosa físicamente, sino que tu alma y tu mente, también eran bellos. Que en realidad eras una criatura adorable.
– Nunca me imaginé…
– No se suponía que lo hicieras.
– ¿Porque tú estabas todavía tratando de librarte de tus sentimientos?
– Liberarme, hacerlos a un lado o negarlos -continuó él-. Llegaste a mi casa un viernes y el domingo, aun negando lo que mi corazón decía, yo, quien siempre apreció la verdad por sobre todas las cosas, mentí como todo un profesional al inventar la historia de que Frida sufría de reumatismo.
– ¿Entonces no estaba enferma?
– Ni un poquito.
– Pero… ¿por qué mentir con semejante cosa, si…?
– Mi amor, ¿no te das cuenta aún de como soy yo? Quería estar solo contigo, pero en esos días en que trataba de aprender a controlar mis sentimientos y esconder mis emociones, las cuales no quería reconocer ni confiar, pensé que era mejor estar solos pero no en mi estudio.
– ¿Sólo conmigo, pero entre la multitud?
– Fue horrible para mi también, créeme -dijo él-. Estaba incrédulo de que pudiera enamorarme de una imagen. Yo deseaba conocerte en persona y darme cuenta por el modo en que te enfurecías contra mi de que estabas más dispuesta a odiarme que a amarme; pero también quería estar a tu lado. Así que le pedí a Frida que nos dejara desayunar a solas ese domingo por la mañana.
– Después inventaste la historia de su reumatismo, ¿verdad? -dijo ella, sonriendo.
– Y cuando me encontraba aún tratando de negar que yo pudiera estar en semejante situación, descubrí para mi asombro que eras y eres, una adorable persona que se interesa por los demás y que estaba más que dispuesta a sustituir a mi ama de llaves hasta que se recuperara.
– Cualquiera haría eso -agregó ella. Zoltán la miró escéptico-. Pero si Frida no sufría de reumatismo, ¡debe de haberle parecido excéntrico que yo haya tratado de preparar la comida y la cena ese día!
– Tal vez, si yo no le hubiera dicho nada.
Ella lo miró sorprendida y Zoltán no pudo resistir el besarla con pasión y estrecharla en sus brazos con fuerza y con tanto ardor, que la joven se olvidó de todo.
– Pero… -dijo ella tratando de tomar aire-, me besaste esa noche -murmuró como entre sueños. Entonces recordó cómo Zoltán le había dicho que Oszvald era un magnífico cocinero-. ¿Es verdad eso?-inquirió.
– No tengo ni la menor idea -dijo él, con cierto brillo en la mirada que por fortuna, vibraba a la misma frecuencia que ella-. Sí. Te besé esa noche. Estabas bellísima con tu vestido color verde de suave terciopelo y con tu hermoso cabello color de fuego deslizándose por tus hombros. La velada había sido encantadora. ¿Es raro que perdiera el control de mí mismo? ¿Que en el instante de tocarte deseara tomarte entre mis brazos y besarte con todo mi amor?
– Yo… eh… nunca había sido besada de ese modo -dijo ella, tímida.
Con ternura, él depositó un dulce beso en su frente. Entonces la miró con amor.
– Tú dijiste algo parecido en ese momento -murmuró él-. Supe entonces que eras virgen y que debía protegerte. Lo cual -añadió de inmediato-, hizo necesario que me controlara rápidamente. Tú, mi amor -entonces suspiró profundo y añadió-: habías respondido de maravilla, pero yo tuve miedo de volver a tomarte entre mis brazos. En ese momento me parecía que debía protegerte… ¡contra mí!
– ¡Oh, Zoltán! -musitó ella con voz cálida. Él la volvió a besar con cariño.
– Ese domingo fue prodigioso para mí -dijo él, momentos después-. La comida fue increíble y me encantó ver el interés con que me hacías preguntas y lo alegre y llena de vida que parecías en mi compañía. Y la velada fue cerrada de manera espectacular contigo en mis brazos. No es de extrañar entonces que el lunes hubiera reconocido que te amaba con todo mi ser. Pero mi mente estaba aún confundida. La situación era nueva para mí. Y tuve que ocultar mi amor cuando, en el desayuno, me di cuenta de que te arrepentías de todo.
– No era que me estuviera lamentando -Ella se apresuró a decir-: Ni tampoco que deseara molestarte. Sólo eran, nervios, creo yo.
– Mi amor -dijo él-. Pude haber hecho todo más fácil, ¿verdad? Pero en ese momento me encontraba apesarado de haber aceptado pintar tu retrato. Las cosas -declaró-, no habían salido como yo pensaba. De acuerdo a mi teoría, debías ser por completo egocéntrica y perezosa. Pero no, tú eres una persona sensible y encantadora y ya ni sé en qué situación me encuentro ahora.
– Cariño… -murmuró ella con suave voz.
– ¿Te extraña ahora que necesitara provocar tu agresión? Esa impertinente mujer que me quería obligar a empezar su retrato, me haría como a un hilacho… si yo se lo permitía.
– ¿Eso pensaste? -exclamó ella asombrada, sintiéndose más confiada en sí misma. Zoltán, el hombre de sus sueños, la amaba y ninguna otra cosa le importaba ya-. Dime más -dijo sonriendo.
– Entonces decidí que viniéramos aquí, al lago -continuó él-. También pensé que, puesto que el sólo mirar tus sensuales labios hacía que casi perdiera el control de mí mismo, era mejor que me pusiera a trabajar en algo, alejado de ti.
– Estuviste muy ocupado toda la semana -recordó Ella.
– A pesar de todo, estuve a punto de ceder, pues siempre estaba junto a ti. Una semana después de que llegamos aquí, un día en mi estudio, pensé que había sido demasiado duro contigo. No pude concentrarme en mi trabajo, imaginándome que había herido tus sentimientos. Entonces fui a buscarte…
– Ese fue el día que salí a pasear en la bicicleta de Oszvald…
– Fue lo que descubrí.
– ¿Te enojaste conmigo?
– Al principio, no -dijo él-. Me pareció divertido que hubieras pedido a Oszvald su bicicleta para salir a pasear. Recuerdo haber pensado, qué linda, mientras sacaba el auto para ir por ti.
– ¡No me digas! -exclamó ella, a pesar de ver en el rostro de él, que estaba diciendo la verdad-. Tu buen humor cambió cuando por fin me encontraste.
– Estabas bebiendo con un extraño, divirtiéndote con otro hombre. ¡No me pareció en absoluto grato, mi amor! -añadió cual niño malcriado.
– Me acusaste de “coquetear” con los hombres en los bares -recordó ella.
– Discúlpame.
– Está bien -agregó ella radiante.
– Por la manera en que azotaste la puerta del automóvil, pensé que harías el equipaje de inmediato para irte.
– Lo hice.
– ¿De veras?
– Saqué las maletas, pero…
– ¿Qué? ¿Por qué no te fuiste? -Zoltán insistió-. Habla, mi amor, quiero sentir que confías en mí y que puedes decírmelo todo, ya que entre nosotros no hay secretos.
– Es el secreto más grande que he tenido -murmuró ella-. Estaba tan furiosa que no me importaba que mi padre hiciera un infierno de mi vida por regresar a casa sin el cuadro. De improviso me di cuenta de que no podía irme.
– ¿No podías?
– No podía porque… porque estaba enamorada de ti.
– Estabas ena… ¡lo supiste entonces!
– Fue un terrible impacto -confesó ella y después de pensar por un rato añadió-: Aunque supongo que debí haberme percatado antes.