– No estarás pensando alejarte de mí, ahora, ¿verdad?
– Ni soñarlo -dijo ella con una sonrisa. Entonces, se besaron.
– ¿Cómo podrías haberlo sabido antes?
– En principio, ningún hombre me había hecho sentir tantas emociones como tú. Aún antes de verte, estaba enfurecida contigo después de tu llamada al hotel. Tienes más facilidad de hacerme rabiar que ninguna otra persona. Sé que no suena muy romántico, pero lo que quiero decir es que tienes la posibilidad de alterar mis sensaciones.
– ¡Cuéntame más! -dijo él riendo.
– Un día -continuó ella-, me aseguraste que el lago se congeló en diciembre. Entonces me asombró el hecho de que me quisieras tener aquí, hasta esa fecha.
– ¿De verdad? -inquirió él, con expresión seria-. Y yo tenía tanto miedo de que te fueras, especialmente al verte tan furiosa ese día. Luego me prometí a mí mismo controlarme más y tratar de que me perdonaras -confesó mientras ella lo miraba con amor-. Pero esa misma tarde, aun cuando me divertía lo que habías dicho, de improviso sentí un escalofrío y pensé que estaba en peligro de revelar mi secreto. Si te enterabas sería lá ruina. Temí que salieras corriendo para Inglaterra.
– ¡Zoltán! -dijo ella con infinita ternura, mientras llevaba una mano hasta la mejilla del pintor, misma que él atrapó entre sus manos y llevó hasta sus labios-. Después me dijiste que empezarías a trabajar en el cuadro a la mañana siguiente.
– Y a pesar de adorar cada minuto que pasamos en el estudio debí haberme dado cuenta de ello, antes de decidir darte un masaje para aflojar la tensión de tus músculos, lo cual, fue un error.
– Entonces, las cosas empeoraron…
– ¡Empeoraron! -exclamó él-. Querida, con sólo sentir tu piel, me alteraba. Tenía que besarte. Y cuando me encontraba luchando con todas mis fuerzas contra ese sentimiento, me ofreciste tus labios y yo olvidé todo… hasta que tu timidez te venció. Mi amada Arabella -murmuró-. ¿Es de extrañarse que con mi autocontrol a punto de derrumbarse, tuviera miedo siquiera de tocarte? Tú, mi amor, tienes el poder de estremecerme al instante.
– Yo… eh, me alegra oír eso -dijo ella con una sonrisa-. ¿Es por eso que no te presentaste a la comida ese día?
– Tenía que mantenerme alejado de ti -admitió él-. Después mientras comía solo en mi estudio, me preguntaba cómo podrías haber respondido con tanta espontaneidad de no sentirte atraída por mí.
– ¿Qué fue lo que decidiste?
– Mi mente en ese entonces y aún ahora, era un torbellino de ideas encontradas. Así que determiné buscarte.
– Me encontraste a orillas del lago y resolviste llevarme a dar un paseo.
– ¿Te importaría olvidarte del lago en este momento? -inquirió él, tranquilo.
– Está bien -dijo ella al instante-. Así que regresamos de un hermoso paseo y tú tuviste que comportarte como una bestia y arruinarlo todo.
– La culpa fue tuya por recordarme lo de tu amiguito del bar al preguntarme por la bicicleta de Oszvald -dijo Zoltán, casi gruñendo.
– Oh, te amo -murmuró ella con voz tímida, deleitada cuando Zoltán la acercó a su cuerpo y comenzó a besarla.
Muchos minutos más tarde, aunque parecían segundos, él se separó un poco de ella.
– Para evitar que me vuelva loco, sin mencionar la confianza que depositó en mí, tu padre, creo que es mejor hablar un poco más.
– ¡Qué pena! -dijo ella con malicia y ambos comenzaron a reír.
– ¡Eres terrible! -dijo él y después de unos minutos de silencio-: A propósito de tu amigo del bar, espero que no tengas ningún plan de verlo de nuevo.
– ¡Por supuesto que no! -replicó ella con firmeza.
– ¿Y el tal… Jeremy Craven?
– Jeremy sólo es un buen amigo. Eso es todo.
– ¿Vas a montar seguido con él?
– Su familia tiene caballos y yo les hago el favor de correrlos un poco como ejercicio.
– ¡Pero también vas a bailar con él!
– Es cierto, pero siempre con otros amigos y amigas. Somos varios los que nos reunimos de vez en cuando.
– ¿Y David? ¿El hombre quien te llamó la otra vez? -antes de que ella pudiera contestar agregó-: Me pareció que no podías esperar más para irte a Inglaterra.
– David -contestó ella-, es mi hermano.
– ¿Tu hermano? -por unos momentos Zoltán la miró estupefacto. ¿Tienes alguna idea de lo que ha pasado, mujer? -demandó, aunque con una sonrisa en los labios-. Si no me atormentaba pensando en Jeremy, me afligía pensando en tu amigo del bar y después me encuentro con que un tal David te emociona lo suficiente como para desear regresar a Inglaterra. No es de extrañar que nuestro paseo el viernes, haya sido un desastre.
– Lo siento -se disculpó ella dulcemente-. No me había dado cuenta de que no sabías que el nombre de mi hermano es David. Me llamó para avisarme que se casa el próximo mes y quiere que vaya a su boda.
– ¿Aún no quieres decirme cuál es su problema?
– Está bien.
– Dijiste que era asunto de familia.
– Lo lamento.
– Me sentí ofendido, como que querías mantenerme a distancia.
– Sólo estaba tratando de ocultar mis sentimientos, no de hacerte sentir mal.
– ¿Por qué?
– Ayer estaba yo en el sofá del estudio, deprimida por pensar que nunca te interesarías en mí, cuando de improviso, me preguntaste qué me pasaba. No podía decírtelo todo de repente, ¿verdad?
– Ojalá me lo hubieras dicho, mi amor -la interrumpió y la besó con ternura.
– De cualquier modo -continuó ella después de algunos momentos-. Inventé que no sabía si el problema en casa se había resuelto, tan sólo porque deseaba seguir a tu lado.
– Eso me agrada.
– Mi padre se enfureció cuando el señor Edmonds llamó ala casa para decirle que deseaba verlo al instante. Entonces David confesó que la hija del señor Edmonds estaba esperando un hijo suyo.
– ¡Oh! -exclamó Zoltán-. Así que todo se resolvió y David se casará con esa muchacha. Me alegra mucho, mi amor, que tu padre se haya enojado de tal manera.
– ¿De verdad?
– ¿No fue eso lo que te trajo a mí, en primera instancia?
Ella quiso abrazarlo y besarlo. Y mientras él aumentaba la presión de su brazo en su cintura, ella olvidó todo al sentir la boca de Zoltán sobre sus labios. Entonces, él comenzó a decirle palabras de amor en su idioma y a comentarle cómo le mostraría todo su país.
– ¿Me enseñarás de nuevo Tihany? -preguntó ella.
– Será un placer llevarte ahí otra vez -dijo él con ternura-. Aunque nuestra primera visita fue sólo un intento desesperado por estar en tu compañía.
– ¿Lo fue?
– En verdad -contestó él-. Pero no fue esa la primera vez que deseé estrecharte entre mis brazos y casi pierdo el control. Ese fue el tiempo cuando sabía que debía apartarme de ti y de evitar tu compañía; el tiempo cuando me convencí de que todo estaba saliendo mal y por ello tuve que alejarme de la casa por completo y comer en otra parte.
– ¡Oh, Zoltán! -susurró ella, sabiendo en ese momento que era cierto y que él la amaba, después de todo.
– Puedo ver en tu rostro que deseas preguntarme algo -dijo él, mirándola a los ojos.
– En realidad, sí…
– Adelante -agregó él-. Sin secretos, ¿recuerdas?
– Esas noches… eh… cuando cenaste fuera…
– ¿Sí? -murmuró él, sonriendo.
– ¿Lo hiciste solo?
– ¿Pensaste que estaba con alguna dama? -preguntó él-. ¿También has estado celosa?
La joven pensó que era justo que la alegraran sus celos, después de todo, a ella también le agradaba su reacción.
– Szénia Halász -tan sólo espetó.
– ¡Funcionó! -exclamó él-. No creí que lo hiciera, pero… -el hizo una pausa-. Perdóname, querida, pero con tantas emociones que tengo en cuanto a ti, me alarmaba el pensar que no te importaba el oír ese nombre.