Al diez para las dos, se puso de pie y se dirigió a la ventana para asomarse a la calle. Se encontraba contemplando a un delgado hombre, cuando un ruido a su espalda la hizo volverse.
Él debe de ser Zoltán Fazekas, pensó al ver al hombre de gran estatura, de aproximadamente treinta y cinco años de edad, complexión robusta y cabello oscuro.
¡Y esos profundos ojos grises! El hombre era en verdad atractivo, pensó ella, mientras él la recorría con la mirada, observando su atractivo cabello rojizo, su blanco y suave cuello, sus largas y bien formadas piernas…
– Zoltán Fazekas -dijo él de improviso, extendiendo una mano.
– Arabella Thorneloe.
– Espero que te guste tu habitación. Si necesitas algo, pídeselo a Frida -agregó el hombre con seriedad.
– ¿Frida? -inquirió ella, sin poder evitar levantar el rostro en un gesto un tanto arrogante. No era muy agradable ser tratada de tú sin haber sido presentados.
Por un momento, Fazekas la observó en silencio.
– Mi ama de llaves -contestó después.
– ¿La mujer que me abrió la puerta? -Frida nunca me interrumpe cuando trabajo -dijo él, asintiendo con un movimiento.
– ¿Qué significa ebéd? -inquirió ella.
– Que es hora de comer.
Ella sintió la necesidad de apartar la mirada de aquellos ojos grises.
– Bien -comentó la joven, viendo su reloj, el cual marcaba las dos-. Me muero de hambre.
Ella nunca había conocido a un hombre así. Todo en él la hacía decir cosas que nunca diría en condiciones normales. Su educación le hubiera impedido externar su deseo de comer en una casa a la cual acababa de arribar y ante un hombre desconocido. Dándose cuenta de que sería mejor disculparse, se volvió a su anfitrión, pero una ligera sonrisa en sus labios, los cuales por cierto, eran bastante atractivos, le impidió hacerlo.
– Si me acompañas -sugirió él-, te alimentaré antes de que te desmayes en mi presencia.
– Tu inglés es excelente -comentó ella al entrar de nuevo en el recibidor, mientras Fazekas la seguía. Él no contestó, lo cual era de esperarse. Sin pensar, Ella preguntó-: ¿Quién es Oszvald?
– El esposo de Frida -respondió él mientras la guiaba hasta un gran comedor donde el ama de llaves los esperaba.
Ella tomó el asiento que Zoltán Fazekas le ofreció, antes de sentarse frente a ella. Entonces, Frida sirvió la sopa.
“Vaya ambiente de fiesta”, pensó la joven con sarcasmo, mientras la empleada le servía al pintor. Aunque cuando Fazekas hizo un comentario, Ella descubrió que Frida sabía sonreír.
Sintiéndose rechazada y no bienvenida, la joven se preguntó por qué Zoltán Fazekas había accedido a pintar su retrato. Pero, después de todo, ella tampoco había ido por su propia voluntad.
– ¿Te agrada la sopa? -comentó él, de repente, interrumpiendo sus pensamientos.
– Está deliciosa -contestó ella-. ¿Qué es?
– Jókai bableves -respondió Fazekas-. Sopa de frijol. El nombre viene del famoso escritor húngaro Mor Jókai.
– ¿Tienes aquí tu estudio?
– Todo el último piso es mi lugar de trabajo.
En ese momento, el ama de llaves regresó a servir el platillo principaclass="underline" carne y verduras.
– Estuviste trabajando en la mañana, ¿verdad? -inquirió ella, mientras partía una papa.
– Siempre, hay algo que hacer, ¿no crees?
¿Por qué sentía ella como si estuvieran peleando?, se preguntó la joven al continuar comiendo. De alguna manera, creía que Zoltán Fazekas le era antagónico a Arabella Thorneloe desde antes de conocerse.
– ¿Comenzaremos a trabajar esta tarde? -inquirió con cierta rudeza. El resultado fue peor para ella, pues tuvo que soportar que aquellos inquietantes ojos grises la escudriñaran en completo silencio.
Más tarde, no podía borrar a Zoltán Fazekas de su mente cuando se encontraba desempacando su ropa. Sobre todo le molestaba el hecho de que mientras más trataba de no pensar en él, más recordaba la atractiva, por no decir, exquisita forma de su boca.
Ella no tenía por qué agradarle a la fuerza, pero era injusto que él sintiera tanta antipatía gratuita por ella. Tomando algunas prendas que se habían arrugado durante el viaje, la joven salió de su habitación, deseando que a Fazekas se le acabara el color que más necesitara.
Una vez en la cocina, tuvo la suerte de encontrar el cuarto de lavado, donde también descubrió una plancha. Mientras más pensaba en su situación, más molesta se encontraba. Bien, ahora ya estaba en Hungría, pero el señor ejecutante aún no parecía estar listo para comenzar el cuadro, pensó, tomando otra prenda para planchar.
Cuando terminó, estaba más tranquila. Tal vez esperaba demasiado. Un artista de esa categoría no iba a dejar todo para pintarla a ella en cuanto llegara.
En eso, Frida irrumpió en la cocina, haciendo una mueca de horror al verla en el cuarto de lavado.
Por un momento, Ella se quedó desconcertada al escuchar el tumulto de palabras en húngaro que salían de boca del ama de llaves.
– Lo siento -se disculpó, pensando que había cometido algún error.
Después de varios gestos y señas, Frida le indicó que era su deber lavar y planchar. La joven replicó que ella lo podía hacer, pero no logrando convencerla, se rindió.
– Köszönöm -le agradeció con una sonrisa. Estaba a punto de regresar a su habitación con su ropa recién planchada, cuando Frida señaló su reloj.
– ¡Vacsora! -dijo sonriéndole, al mismo tiempo que le indicaba las ocho en punto.
– Köszönöm -contestó Ella y salió de la cocina, segura de que la cena sería a las ocho.
Esa noche, al contemplarse ante el espejo antes de bajar al comedor, se sentía de mejor humor. Se había bañado y puesto su elegante vestido de lana con mangas cortas y estaba complacida con su apariencia. En eso, alguien llamó a la puerta.
– ¡Hola! -exclamó con sorpresa al ver a Zoltán Fazekas. Pero de inmediato se dio cuenta de su ridículo saludo pues después de todo, él vivía ahí. “¡Dios, qué atractivo es!” no pudo evitar pensar al observarlo en su impecable traje oscuro mientras él miraba los brillantes ojos azules de ella.
– Debí haberte informado que la cena es a las ocho -comentó él, con amigable voz, mientras Ella sentía que su corazón se aceleraba un poco al escucharlo-. ¿Estás lista? -continuó Fazekas después de un instante.
Ella bajó por la escalera con él, sintiendo una extraña sensación que no había experimentado en presencia de ningún otro hombre. Estaban compartiendo una copa antes de la cena, cuando la joven se dio cuenta de que Zoltán Fazekas era más alto que cualquiera de sus conocidos.
– Frida dice que has estado ocupada en algunas tareas domésticas -comentó él, al sentarse a la mesa mientras el ama de llaves servía la cena.
– Espero que no se haya ofendido porque usé su plancha.
– Por supuesto que no -contestó Fazekas, mirando primero a una y después a la otra-. Mi ama de llaves es muy reservada con sus sonrisas.
“Me pregunto de quién lo aprendería”, pensó Ella con ironía. Aunque como él trataba de ser amable, la chica hacía lo mismo y la cena transcurrió en forma amena.
– La comida está exquisita -comentó ella sin saber qué más decir mientras probaba los diferentes guisos de las cacerolas colocadas en el centro de la mesa-. ¿Tiene algún nombre especial?
– Se llama hét vezér tokány, siete jefes -contestó él-. Son jefes de las siete tribus magyar que se establecieron después de un largo viaje en el Valle del Cárpatos.
Ella siempre había sido una persona ávida de conocimiento y al transcurrir la conversación, su curiosidad se aguzó por saber más sobre aquel país y su gente. Zoltán Fazekas se encontraba sirviéndole una copa de vino y su interés se desvió hacia otra cosa.