Ella irguió la cabeza, lista para inventar alguna explicación, pero al mirar aquellos ojos grises que parecían no perder detalle, se dio cuenta de que no podía mentirle.
– Es lo que desea mi padre -admitió con sinceridad.
Zoltán Fazekas continuó escudriñándola durante algunos segundos.
– Olvídate del vestido. No empezaré hoy tu retrato.
– No comprendo… -balbuceó ella, molesta. Aunque no deseaba regresar con su padre, tampoco estaba dispuesta a estar de ociosa en Hungría, esperando a ver cuándo se le daba la gana al pintor de comenzar a trabajar-. No tengo tiempo de… -su voz se esfumó al ver la expresión de Fazekas.
– ¿Qué es eso tan urgente que tienes que hacer? -inquirió él, tensando su masculina mandíbula en actitud agresiva-. Por lo que me has dicho, no tienes ni trabajo ni una vida amorosa apasionada que te obligue a regresar a casa de inmediato.
– Tengo mucho que… -Ella parecía furiosa y no estaba de humor para soportar a ese otro tirano que la llamaba Arabella, aunque no pudo decir nada más pues él no había terminado.
– Tú, con tu vida ociosa y superficial, no sabes nada de las obligaciones que otras personas tienen -continuó él, agresivo.
– No estoy dispuesta a soportar esto -exclamó ella, poniéndose de pie. Sus brillantes ojos azules parecían lanzar chispas.
– ¿Volverás a Inglaterra? -inquirió él, levantándose de su silla.
– Yo… -Ella trató de decir que lo haría, pero las palabras no salían de su boca.
– Tu familia -dijo él, dándose cuenta de su indecisión-. Sobre todo tu padre, estará encantado de verte -¿acaso estaba tratando de burlarse de ella? ¿se atrevería a hacer tal cosa?-. Encantado -continuó Zoltán- de que abandones algo que significa tanto para él.
– ¿Qué quieres decir? -indagó ella.
– ¿Qué crees tú? -inquirió él, encogiéndose de hombros-. Que muy pronto cumplirás veintidós años, ¿no es así?
– Puedo regresar en otra ocasión -replicó ella, encogiéndose de hombros.
– Por supuesto. Si yo estoy dispuesto a que lo hagas.
– ¿Quieres decir que si me voy ahora, mi padre puede olvidarse del trato?
– Yo tenía razón -murmuró él, divertido-. En verdad eres una mujer muy inteligente.
– ¡Dios me libre de artistas temperamentales! -exclamó ella y salió del desayunador sin decir más. La risa de Fazekas resonó en sus oídos.
Media hora después, Ella se puso un suéter ligero y salió a dar un paseo para disipar su furia. Era evidente que no quería regresar a casa, pero tampoco deseaba continuar con esa situación en la residencia de Fazekas.
Así que, como no parecía haber otra solución, decidió ir a visitar otras áreas de la ciudad. Al ver un taxi aproximarse, le hizo una señal, consciente de que si no tenía cuidado, se perdería.
– ¿Podría llevarme… al centro? -le preguntó al chofer lentamente, pidiéndole al cielo que el hombre entendiera tan sólo un poco de inglés.
– ¿Querer ver tiendas? -inquirió él, en un inglés cortado, pero al fin, inglés.
– No… quiero ver algunos monumentos.
– Bien -agregó el chofer y oprimió el acelerador hasta el fondo. Ella tuvo que asirse de donde pudo y en unos cuantos minutos, se encontraban en una espaciosa área donde el taxi se detuvo frente a una plaza-. Hösök tere, la Plaza del Héroe. ¿Quiere que yo esperar? -preguntó el hombre.
– No, gracias -contestó Ella y con un cortés “Köszönöm”, le pagó y se dirigió a admirar la plaza hasta detenerse frente a un imponente monumento que consistía en una gran columna de piedra sobre la cual se erguía una estatua del Arcángel Gabriel.
Absorta en su contemplación, Ella observó las siete magníficas estatuas ecuestres en la base del monumento. Un turista mencionó en inglés a su compañero: “Ese debe de ser el Arpad con los otros seis jefes Magyar” y las palabras de Zoltán Fazekas volvieron a su mente. Esos debían ser los siete jefes que él mencionó la noche anterior en la cena.
Después de eso, mientras subía y bajaba de taxis, le parecía que de alguna manera, Zoltán Fazekas estaba constantemente en su mente. En una librería, decidió que una que otra frase en húngaro le sería útil, así que compró un libro para turistas con frases en ese idioma.
Cuando al fin el hambre la obligó a entrar en un restaurante, deseó que Zoltán estuviera ahí, para ayudarla con el menú. La comida no la impresionó mucho, pero le quitó el apetito. Con seguridad, el pintor, le hubiera mostrado otro lugar para disfrutar de la cocina típica de su país.
El que no deseara ser pintada, no quería decir que no le interesara el arte. Así que se subió a otro taxi y se dirigió a la Galería Nacional de Hungría, la cual era parte del otrora Palacio Royal. Una vez ahí, se tomó su tiempo, admirando bellos cuadros de paisajes y diversos personajes pintados por famosos artistas, excepto por el que ella había esperado encontrar.
Después se dio cuenta de que el período en que los cuadros habían sido pintados no iba más allá de mil novecientos cuarenta y cinco, por lo cual el trabajo de Zoltán Fazekas no podía estar ahí.
Eran ya las cinco de la tarde cuando Ella abordó el taxi de regreso a la casa del artista. Frida abrió la puerta mientras la joven buscaba en su nuevo libro de frases húngaras alguna que le permitiera disculparse por no haber regresado a comer.
– Bocsánat, Frida -balbuceó y, al mirar la perpleja cara del ama de llaves, agregó-: Bocsánat, ebéd -añadiendo la palabra “comida” al final.
– ¡Oh! -exclamó Frida y luego dijo una serie de palabras en húngaro, las cuales Ella interpretó algo así como “no se preocupe por eso”.
A las siete y media, habiendo tomado una refrescante ducha y después de haberse puesto un agradable vestido de color verde, Ella estaba lista para bajar a cenar. Era probable que, siendo sábado, Zoltán Fazekas tuviera otros planes, en especial después de la escena de la mañana. Pero no era posible que todos los días encontrara a alguien que no deseara ser pintada por él.
Cinco minutos más tarde, la joven compartía una copa con Zoltán, antes de la cena. Por su perfecto y afable comportamiento, parecía haber olvidado el enfrentamiento del desayuno. Y otra vez ella se sintió arrobada por la recia presencia de aquel alto húngaro de ojos grises.
– Me dicen que pasaste el día visitando la ciudad -comentó él.
– Eran las dos cuando recordé que tal vez Frida me esperaría para la comida -dijo ella, dándose cuenta dé que tal vez él también habría esperado verla en la mesa esa tarde-. Lo siento. Debí…
– Frida dice que te disculpaste con ella en forma encantadora -comentó él con su placentera voz-. ¿Tuviste un buen día, Arabella?
– ¡Mucho! -exclamó ella. Sus ojos brillaban-. Primero fui a la Plaza del Héroe, donde vi, entre otras cosas, las estatuas de los siete jefes Magyar que mencionaste la noche anterior. Después fui a…
Ella estaba aún dándole a Fazekas el informe de todas sus actividades del día, cuando Frida apareció para avisarles que la cena estaba lista. Entonces pasaron al comedor, donde el artista se dedicó a observarla con detenimiento durante toda la cena.
– ¿La sopa no está demasiado condimentada para ti? -inquirió.
– No, está deliciosa, gracias -contestó ella, para luego añadir-: Creo que mañana visitaré Austria -él la observó en silencio, pero con desaprobación-. Podría tomar un avión -continuó ella, incómoda-. O ir en tren.
– O tomar el bote en el Danubio hasta Viena -comentó él, en forma ruda-. Es obvio que piensas que ya has visto en un solo día todo lo que Budapest tiene que ofrecer.
Por supuesto, Ella no pensaba tal cosa. Aunque por la actitud hostil de Zoltán, se percató de que sin querer había estropeado lo que empezó como una agradable charla.
– Bueno, tal vez visite otras partes de la ciudad en lugar de ir a Austria. A menos que -añadió con rapidez- tú quieras comenzar a pintar mi retrato.