Después caminaron hasta el Fuerte de los Pescadores, el cual consistía en una serie de escaleras, galerías y terrazas donde la joven se deleitó al ver que, las vendedoras la seguían para mostrarle unas hermosas blusas tradicionales, manteles azules y blancos, todo artísticamente bordado a mano. Mientras, un trío de músicos tocaba al aire libre algunos instrumentos que ella no conocía.
El momento culminante, sin embargo, fue cuando visitaron un lugar donde había artistas vendiendo cientos de acuarelas. Un cuadro en particular llamó su atención. Representaba un farol bañando con su luz, parte de un muro en una calle. Así que como buena turista, Ella sacó dinero de su bolso para comprarlo.
En ese momento, Zoltán se puso serio e insistió en pagar por el cuadro.
– ¡Yo quiero pagar! -dijo ella firme, pero era demasiado tarde: su apuesto acompañante ya había cubierto el importe.
– Debes de tener hambre. Vamos a comer -indicó él, impidiéndole protestar, más.
– Está bien, amo -contestó ella en broma, no queriendo estropear el maravilloso día, discutiendo porque él había pagado el cuadro.
Poco después, Ella disfrutaba un delicioso plato de sopa. Era increíble cómo Zoltán parecía una mina de información; jamás dudaba sus respuestas, avivando su interés en todo lo que se refería a Hungría.
De esa manera, se enteró de que los húngaros habían habitado el Valle del Cárpatos desde hacía unos mil años o más. Al noroeste estaban las famosas montañas, las cuales se extendían en un semicírculo desde Checoslovaquia hasta Rumania.
– ¿Naciste en Hungría? -inquirió Ella, mientras probaba un exquisito plato de macarrones con queso y tocino ahumado.
– Aquí nací, me eduqué y fui a la escuela -contestó él. Ella se sintió complacida de que el artista estuviera dispuesto a hablar de cosas personales.
Lo extraño del caso fue que su curiosidad no se detuvo ahí, sino que crecía con cada respuesta.
– Pero has viajado mucho, ¿no es así?
– He visitado uno o dos países más -respondió él con una sonrisa.
– Y tus padres, ¿también viven en Budapest?
– No, ellos viven en la parte oeste de Hungría -informó él-. El clima es más húmedo ahí, pero a ellos les gusta.
– ¿Tienes… -Ella se detuvo de improviso, decidiendo que tal vez era demasiado preguntar sobre su familia. ¿Tendría hermanos, hermanas? La expresión en el rostro de Zoltán le decía que no le molestaban sus preguntas personales, pero si no se detenía ahora, ¿cuándo lo haría?
– Continúa -la animó él, pero ella ya había decidido que era suficiente.
– Sólo estaba pensando que ya comí demasiado y no podré con el postre -replicó ella, lo cual, también era cierto.
Para su alivio, Zoltán no insistió en investigar lo que ella había empezado a preguntar.
– ¿Quieres dar un paseo? -inquirió él.
– ¡Me encantaría! -respondió ella, con entusiasmo.
Zoltán permaneció inmóvil durante unos momentos, observándola con detenimiento. En sus ojos ya no había ese retraimiento que ella había observado más de una vez desde que lo conoció. De improviso, él se volvió y pidió la cuenta. Poco tiempo después, caminaban plácidamente por la ciudad. Algunas veces, la conversación continuaba en forma animada y amistosa, pero también había momentos que disfrutaban caminando en silencio.
– Casi lo olvido -exclamó él, de repente-. ¡Tu té inglés! -Ella rió divertida, indicándole que no importaba, pero él la guió hasta una cafetería, donde además de té, disfrutaron de unos deliciosos pastelillos.
Eran casi las seis cuando Zoltán abrió la puerta de su casa, haciéndose a un lado para permitirle pasar primero. Ella penetro en el recibidor, agradecida de un día tan maravilloso.
– ¡Ha sido un día increíble! -exclamó, dándole las gracias mientras él cerraba la puerta.
– Me alegra -murmuró él, pero de algún modo, mientras la miraba a los ojos, Ella experimentó una extraña y repentina sensación de confusión y de timidez.
– Creo que… iré a la cocina… -dijo, recordando haber prometido preparar la cena.
– Creo que será mejor cenar fuera -replicó él, tomándola de repente por un brazo.
– Mmm… buena idea -concordó ella, confundida-. Pero, ¿qué comerán Frida y Oszvald? Ella debe…
– Oszvald es un cocinero excelente, créeme -interrumpió él.
– Está bien -murmuró ella, complacida.
Ya en su habitación se dio cuenta de lo que estaba pasando: iba a salir con Zoltán esa noche ¡y se sentía feliz por eso!
Se dio una refrescante ducha y al salir del cuarto de baño, había decidido que su entusiasmo por pasear con Zoltán se debía a su contagiante dinamismo.
Después de decidir eso, se dirigió al guardarropa preguntándose qué sería apropiado ponerse. ¿A dónde la llevaría él a cenar?
Al final, fue su impaciencia ante su indecisión la que la llevó a escoger un vestido color verde de amplio escote que contrastaba con su blanca y suave piel. También se puso un hermoso collar de perlas, que sus padres le habían regalado en un cumpleaños.
Al cabo de un rato, bajaba por la escalera con una gran sonrisa en los labios. Se encontraba a la mitad, cuando Zoltán apareció de improviso y se detuvo a observarla. Ella también se detuvo, mientras su corazón se aceleraba. Segundos después, ya más calmada, terminó de descender.
– Permíteme decirte algo por completo obvio -pidió él con solemnidad, sin apartar la vista de ella-. Estás muy hermosa.
– Gracias -respondió ella, al no saber qué más decir.
Zoltán la llevó a uno de los restaurantes más elegantes de Hungría, llamado Gundel's, el cual estaba situado en el Parque Central de la ciudad, cerca de la Plaza del Héroe, donde ella había estado la mañana anterior.
La velada fue encantadora. Un grupo de músicos tocaba algunas melodías gitanas, mientras la joven se sentía envuelta en la magia personal de Zoltán Fazekas. Ella comprobó que él podía ser más embriagador que el excelente vino que estaban tomando.
– Así que… -comentó él, en forma casual-. ¿En verdad no estás huyendo de nada?
Ella se volvió a mirarlo, pero al percibir lo cálido de aquellos ojos grises, casi se olvida de lo que estaban hablando.
– Oh, pensé que lo habías olvidado -dijo, después de unos minutos.
– ¿Y cuál es tu respuesta? -insistió él, con voz suave.
– Eh… -balbuceó ella y de repente recordó la pregunta que había intentado hacerle a la hora de la comida-. ¿Tienes hermanos o hermanas?
– No -contestó él, mirándola a los ojos.
– Entonces tal vez no sepas que cuando un hermano se mete en problemas, como en este caso el mío -dijo ella con sinceridad-, a veces es bueno desaparecer del mapa, hasta que los gritos y las palabras altisonantes se disipan.
– ¿Tus padres tienen problemas con tu hermano por algo que también te afecta? -inquirió él, después de estudiarla por un instante.
– Mi padre -corrigió ella-. Mi madre es un ángel.
– Ya veo -replicó él-. Así que si tu hermano no se hubiera metido en líos, no habrías venido a Hungría, ¿no es así?
Por un momento, Ella no supo qué contestar.
– ¿Vas a culpar a mi hermano por eso? -preguntó al fin-. Por haber venido aquí, quiero decir -añadió después con una sonrisa y cuando Zoltán respondió de igual manera, ella podía jurar que su corazón casi se detuvo-. En realidad -continuó sin pensar-, habría venido de cualquier manera. Sólo necesitaba… un poco más de… convencimiento.
– Bienvenida a Hungría, Arabella -dijo él, levantando su copa para brindar.
Cuando salieron de Gundel's y llegaron a casa, Ella se sentía bastante eufórica. Zoltán cerró la puerta y ambos se dirigieron hacia la escalera. La joven sintió el deseo de decirle cuánto le gustaba en verdad su país y que desearía haber ido antes.