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Cuando el Zar deja Berlín, nada está verdaderamente solucionado en esa parte de Europa, pero la familia imperial emprende un importante viaje a través de Rusia. Nicolás II piensa completar las fiestas del tricentenario de la dinastía con una visita a las principales ciudades del Imperio, repitiendo el itinerario seguido por Miguel Romanov a los dieciséis años, desde Kostroma, donde residía con su madre, hasta Moscú, donde la Asamblea nacional, el Sobor, debía elegirlo zar. Esa interminable incursión jubilar fatiga a la Zarina, que aborrece las festividades y las recepciones.Por suerte, ha conseguido que Rasputín participe del viaje. Por lo menos así, Sus Majestades no tendrán nada que temer. A todo lo largo del camino, el staretz puede medir el fervor del pueblo, que se apiña para saludar a los soberanos venidos de su lejana capital. ¡Vamos! ¡La monarquía todavía tiene muchos días por delante! Si los intelectuales y ciertos aristócratas se arriesgan a criticar al Zar, la mayoría del país le es sinceramente devota. Desde el coche que lo transporta en el medio del cortejo oficial, Rasputín contempla los millares de rostros desconocidos alineados en el trayecto, que simbolizan la unión del monarca y de la tierra rusa. Se bendice al "padre de la nación" con palabras de adoración y signos de la cruz. Es aquí y no en San Petersburgo donde él entra en contacto con el suelo fecundo de la patria. En Kostroma, se celebra un oficio en el monasterio Ipatiev, [16] donde Marfa, madre del futuro Zar de Rusia, recibió, hace trescientos años, a los delegados del Sobor llegados en busca de su hijo. Rasputín tiene un lugar reservado en la nave. Le parece que la historia vuelve sobre sus pasos. Es él quien preside la restauración de la monarquía después de la época de revueltas que siguieron a la muerte de Boris Godunov y al reinado muy breve de Fedor II.

Curiosamente, ese viaje conmemorativo, destinado a ajustar los lazos entre el Emperador y sus subditos, lo refuerza también a él en la escena política rusa. De regreso en San Petersburgo, da de buen grado su parecer al Zar y la Zarina sobre las cuestiones más engorrosas para el gobierno.Y su opinión, la mayoría de las veces, está acuñada en el molde del buen sentido. Así, en el otoño de 1913, en ocasión del proceso en Kiev del joven judío Mendel Beylis, arrestado dos años atrás por haber participado, decían, en un crimen ritual sobre un niño ortodoxo, se esfuerza en demostrar a Sus Majestades lo absurdo de esa historia montada completamente por los ultranacionalistas y los antisemitas, a la cabeza de los cuales estaban el ministro de Justicia, Chtcheglovitov, y el futuro ministro del Interior, Maklakov. De hecho, ante un jurado compuesto en su mayor parte por campesinos, la acusación según la cual los judíos utilizaban sangre cristiana en sus ceremonias secretas, es refutada y Beylis es absuelto. Asimismo, Rasputín, que detesta y teme a Kokovtsev, aprovecha el debilitamiento del presidente del Consejo para reprocharle querer "emborrachar al pueblo" desarrollando el comercio de la vodka, monopolio del Estado y fuente de apreciables ganancias. Abrazando la tesis del ex presidente, el conde Witte, que goza de su simpatía, aboga ante Sus Majestades en pro de la limitación de la venta de alcohol y les sugiere, en compensación, una alza de los impuestos directos. A cada momento repite que la ebriedad constituye el principal flagelo de Rusia, que incitar a la gente a que beba para olvidar su miseria es un pecado y que habría que cerrar las "tabernas del Zar". Enunciando esas ideas, es consciente de actuar por el bien de millones de mujiks a los que él representa ante el trono. Su insistencia anima a Nicolás II a deshacerse del presidente del Consejo, que es partidario de otra política. Hombre íntegro y moderado, también Kokovtsev será apartado para la mayor satisfacción del staretz. Evitando explicar de viva voz sus razones a su colaborador más próximo, el Emperador le anuncia secamente por escrito que "las necesidades del Estado hacen necesaria [su] partida". Kokovtsev será reemplazado por el sexagenario y obediente Goremykin. Hostil al régimen parlamentario y devoto de la Corona, ese reaccionario fatigado se compara a sí mismo con "una vieja pelliza que se saca del armario cuando hace mal tiempo". Como lo desean Sus Majestades y detrás de ellos el staretz, la cuarta Duma, elegida en noviembre de 1912 según un nuevo modo de escrutinio, ha dado la mayoría a los nacionalistas de derecha y a los "octubristas". Rasputín puede decirse que, ocurra lo que ocurra, el país no será dirigido por aquellos que vociferan en el palacio de Tauride, sino por aquellos que hablan en voz baja, en el entorno del Zar, en el palacio de Invierno.

VII Éxito y amenazas

Después de haberse alojado en casa de Olga Lokhtina, luego en el domicilio del periodista Sazonov, más adelante en lo de Damanski, otro de sus amigos, y, finalmente, en cuartos amueblados, en 1914 Rasputín se instala en el departamento número 20 de la calle Gorokhovaia 64, no lejos de la estación de Tsarskoie Selo, lo que le resulta cómodo para sus desplazamientos hacia la residencia imperial. Situado en el tercer piso, el lugar es claro pero modesto: cinco habitaciones y una cocina. El alquiler se paga sobre el tesoro particular del Zar. La Okhrana tiene orden de vigilar la casa. Cuatro agentes de civil están constantemente allí: uno en el portal y tres en el vestíbulo de la gran escalera. El portero también está encargado de la protección del ilustre ocupante. Los agentes del vestíbulo juegan a las cartas para distraerse y anotan el nombre de los visitantes. De cuando en cuando, uno de ellos sube hasta el tercero para verificar que todo ande bien allí, y puede ocurrir que el staretz lo invite a tomar el té.

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[16] Hay una extraña analogía de nombre entre el monasterio Ipatiev, en Kostroma, donde el primer representante de la dinastía de los Romanov recibió el anuncio de su destino, y la casa Ipatiev de Ekaterimburgo, en Siberia, donde Nicolás II, último zar de Rusia, será asesinado junto con su familia por los bolcheviques.