Entre los liberales se habla cada vez más de un "bloque negro", que preconizaría una paz inmediata con Alemania y que agruparía a Rasputín, la Zarina, Sturmer, Protopopov, el ala derecha de la Duma y algunos negociantes con tendencias germanófilas. Se cree que, en el lado opuesto, se endereza un "bloque amarillo", el de los progresistas, que quieren una democratización del régimen, ministros menos entregados a la Corona, el alejamiento del staretz y la prosecución de la guerra con honestidad y decisión. Ya sea en los salones, en los restaurantes, en los vestíbulos de los teatros, en todos los labios aparece el mismo nombre: ¡Rasputín! Se pasan a hurtadillas fotografías del santo hombre en su traje de campesino ruso, con la mano que bendice y la mirada fascinadora. Los enviados del Partido Bolchevique distribuyen por la ciudad caricaturas que representan a la Emperatriz y "su amante" en posturas obscenas. Durante la proyección de un filme de actualidades en los cines, los espectadores, al ver aparecer en la pantalla a Nicolás II con la cruz de San Jorge sobre su uniforme, gritan: "¡El padre zar está con Jorge, la madre zarina con Gregorio!" Después de ese escándalo, las autoridades prohiben la secuencia que lo ha provocado. En hoteles y restaurantes se cree prudente fijar carteles de advertencia: "Aquí no se habla de Rasputín". La propaganda alemana se arroja sobre la ocasión de aumentar la desconfianza entre los civiles y el desorden entre los soldados. Rasputín se convierte en el mejor aliado de las fuerzas enemigas. Libelos injuriosos, redactados en Alemania, completan el trabajo de los cañones en la empresa de descorazonamiento del ejército ruso. Los zeppelines sobrevuelan las líneas llevando en los costados afiches que ridiculizan a Nicolás II y Rasputín.
Esta explotación del descontento popular debería incitar al staretz a la moderación y a la prudencia. Extrañamente, lo electriza. Le parece que, al convertirse en ese personaje aborrecido, alcanza una dimensión legendaria. Antes no era más que una cantidad despreciable en la multitud de campesinos: helo aquí elevado a la altura de un mito. Cuanto más se habla de él, ya sea bien o mal, más se siente elevado por el viento de la gloria. Ya no camina, planea, acunado por el rumor de los insultos. Su gran idea es que esta promoción vertiginosa responde a los designios secretos del Señor. No hay razón para detenerla. Un día, tal vez, eclipsará al primer ministro. ¡Él, el niño travieso y piojoso de Pokrovskoi! ¡La vida está llena de sorpresas agradables para aquellos que tienen la suerte de agradar a Dios!
Así, inflado de orgullo, va de borrachera en borrachera, de cama en cama, y se jacta por todas partes de su poder sobre el espíritu de Sus Majestades. En los momentos de expansión, confía a sus compañeros de taberna que Nicolás II es un buen hombre con buenas intenciones, pero que tiene un carácter demasiado flexible para gobernar y que debería ceder su lugar a su mujer. Dicho de otro modo: a él mismo.¿Acaso él no es Rusia en su totalidad? Tampoco duda en declarar que, si él desapareciera, sería el fin de la dinastía de los Romanov y el caos sobre la tierra rusa por los siglos de los siglos. Raramente se ha sentido designado y conducido hasta ese punto por la historia.
Los alemanes no son los únicos en alegrarse por el escándalo que suscita la presencia de Rasputín junto al Zar y la Zarina. Refugiado en Zurich, Lenin ve en él su mejor auxiliar en la lucha para el aplastamiento del ejército ruso y la revolución proletaria que seguirá a continuación.
Ante esta acumulación de encono alrededor del trono, la Emperatriz hace frente con una energía que roza la inconciencia. "No puedes saber hasta qué punto es penosa la vida aquí", le escribe al Zar el 10 de noviembre de 1916, "cuántas pruebas hay que soportar y qué odio manifiesta esta sociedad corrompida […] ¡Ah, mi alma!, ruego a Dios para que sientas cómo nuestro Amigo es nuestro sostén. Si él no estuviera, no sé cuál sería nuestra suerte. Él es para nosotros una roca de fe y de socorro." Y el 13 de diciembre: "¿Por qué no te fías algo más de nuestro Amigo, que nos guía a través de Dios? Piensa en los motivos por los que me detestan: eso te muestra que hay que ser duro e inspirar temor. Entonces debes ser así, ¡después de todo, eres un hombre! Obedécele más. Él vive por ti y por Rusia… Sé que nuestro Amigo nos conduce por la buena senda. No tomes ninguna decisión importante sin avisarme… Sobre todo nada de esos ministros responsables [ante la Duma]. Hace años que me repiten la misma cosa: 'los rusos aman el látigo'. Es su naturaleza. Un tierno amor y, en seguida, una mano de hierro para castigar y dirigir. ¡Cómo me gustaría verter mi voluntad en tus venas! ¡ La Santa Virgen está por encima de ti, por ti, contigo, recuerda la visión que tuvo nuestro Amigo!" Al día siguiente, vuelve a la carga: "¡Conviértete entonces en Pedro el Grande, Iván el Terrible, el emperador Pablo I, aplástalos a todos bajo tus pies. No sonrías, muchacho picaro: querría verte como […]. Debes escucharme a mí y no a Trepov. Expulsa a la Duma […]. Estamos en guerra y, en un momento semejante, la guerra interior equivale a una traición […]. Recuerda que hasta Philippe [21] decía que es imposible dar una constitución a Rusia, que eso sería la pérdida del país: los verdaderos rusos opinan lo mismo."
Al constatar la obstinación de Alejandra Fedorovna en no ver el mundo más que por los ojos de Rasputín, los miembros de la familia imperial, cada vez más inquietos, se conciertan y forman un verdadero bloque de asalto dirigido por la Emperatriz viuda. A María Fedorovna se le ocurre ir a ver a su hijo a Kiev y explicarle el peligro que hace correr al país y a la monarquía plegándose ciegamente a las exigencias de su mujer y de Rasputín. Lo exhorta, en nombre de todos los Romanov, para que envíe al staretz a Siberia y1 destituya a Sturmer y Protopopov, que son unos incapaces de los que no se puede esperar nada más que reverencias. El Zar lo toma muy mal y se separa de su madre sin haberle concedido la menor promesa. Luego, es la gran duquesa Victoria, esposa del gran duque Cirilo, que se dirige a Alejandra Fedorovna para suplicarle que se desembarace, de una vez por todas, del pretendido hombre santo. Choca con un muro. También la propia hermana de la Zarina, la gran duquesa Isabel, viuda del gran duque Sergio, trata en vano de hacerla razonar asegurándole que, si persiste en su actitud, Rusia va derecho a una revolución.Por su parte, el gran duque Nicolás Mikhailovich va a Mohilev y presenta a Nicolás II una larga carta en la cual denuncia las múltiples intervenciones de la Emperatriz en los asuntos de Estado. El Zar se niega a leer el documento pero se lo entrega a su esposa, cuya cólera estalla inmediatamente y reprocha a la familia imperial hacer causa común con sus enemigos en lugar de sostenerla en su calvario. En cuanto al gran duque Pablo, que sugiere a Sus Majestades que escuchen la voz del pueblo, que alejen al funesto mujik y que acuerden una prudente constitución a Rusia, se le responde que, siendo el Zar el ungido del Señor, no tiene que rendir cuentas a nadie, que es dueño de pedir consejo a quien le parezca y que, el día de su coronación, prestó juramente de mantener el poder absoluto para legarlo intacto a sus descendientes.
Advertida del fracaso de las gestiones familiares ante Sus Majestades, la Duma reitera sus ataques contra el gobierno. Desde la apertura de la sesión, el I9 de noviembre de 1916, el dirigente del bloque progresista, Pablo Miliukov, expresó su cólera a gritos: "¿Esto es idiotez o traición? ¡Sería verdaderamente demasiada idiotez! ¡Parece difícil explicar todo esto como idiotez!" El 19 de diciembre, tendrá lugar la intervención virulenta del diputado de extrema derecha Vladimiro Purichkevich. Ese día, el ministro del Interior Trepov presenta al Parlamento la declaración de política general. Es recibido a los gritos de: "¡Abajo los ministros! ¡Abajo Protopopov!" Calmo y altivo, Trepov comienza la lectura de su discurso. Por tres veces, el alboroto de la izquierda lo obliga a abandonar la tribuna. Por fin lo dejan hablar. El pasaje relativo a la resolución de proseguir la guerra sin tregua es aplaudido incluso con calor. La atmósfera parece definitivamente distendida, pero, en cuanto continúa la sesión, purichkevich se desata contra "las fuerzas ocultas que deshonran a Rusia". Luego interpela al gobierno: "¡Es necesario que la recomendación de un Rasputín ya no sea lo que basta para elevar a las más altas funciones a los personajes más abyectos! ¡Hoy Rasputín es más peligroso que antiguamente el falso Dimitri! (…) ¡De pie, señores ministros! Si sois verdaderos patriotas, id a la Stavka, arrojaos a los pies del Zar, tened el coraje de decirle que la crisis interior puede prolongarse, que la ira popular gruñe, que la revolución amenaza y que un oscuro mujik no debe seguir gobernando a Rusia". [22] Algunos días más tarde, es el Consejo del Imperio, bastión del absolutismo, donde la mitad de los miembros son nombrados por el Zar, que toma el relevo de la Duma y emite un voto solemne para prevenir a Su Majestad contra "la acción de las fuerzas ocultas".