Ahora bien, la familia Yusupov se ha colocado en bloque entre los adversarios encarnizados de Rasputín. Desde el comienzo de la guerra, Félix está inmerso en una atmósfera de hostilidad sistemática hacia él staretz y el "partido alemán" que, se dice, contamina la corte. ¿No es a instigación de esta camarilla que el príncipe Yusupov, su padre, ha sido relevado en 1915 de sus funciones de gobernador de Moscú? Y la Zarina no ha desairado, bajo la misma influencia, a la princesa Zenaida Yusupova cuando ésta quiso ponerla en guardia contra el taumaturgo? "¡Espero no volver a verla!" * le ha espetado secamente al final de su conversación. Semejantes afrentas no pueden olvidarse. Instalada en su propiedad de Crimea, la princesa Zenaida escribe a su hijo para enterarlo de su plan concerniente al salvamento de Rusia. Según ella, es necesario "alejar al gerente" (así designan al Zar en el lenguaje convencional de los Yusupov) durante toda la duración de la guerra y obtener la "no intervención" de la Zarina en los asuntos del Imperio. (Carta del 25 de noviembre de 1916.) (Yusupov) El 3 de diciembre, le insiste a Félix: "Será muy fácil ponerla [a la Emperatriz] de manera que no pueda perjudicar declarándola enferma […]. Esto es indispensable y hay que apresurarse". En cuanto a Rasputín, sugiere, con medias palabras, exiliarlo o suprimirlo físicamente.
Poco a poco, inspirado por los designios de su familia y sus relaciones, en el cerebro de Yusupov se forma el proyecto de un asesinato patriótico. Su inclinación morbosa lo empuja a deleitarse con semejante acto. Saborea el contraste entre el diletantismo mundano de su vida y el horror del asesinato que se propone perpetrar. Un esteta disfrazado de verdugo. El casamiento de la orquídea y el estiércol. Perseguido por esta idea fija, hace alusiones ante hombres políticos que, prudentes, se apartan. En cambio un militar, el capitán Sukhotin, herido de guerra y convaleciente en Petrogrado, es de su misma opinión. Se encuentra igualmente con el gran duque Dimitri, su amigo de ayer, que vuelve de la Stavka. Este le confiesa que, aun en el Gran Cuartel General, se habla de la necesidad de poner fin a la escandalosa carrera de Rasputín. Pero, ¿cómo introducirse en casa del staretz, que está bajo la protección constante de la policía? El príncipe, que hace algunos años tuvo ocasión de acercársele, lamenta no haber mantenido relaciones seguidas con él. ¿Qué inventar, qué pretexto invocar para concertar un encuentro a solas?
Ahora bien, he aquí que la señorita Golovina, una rasputiniana segura, le telefonea para anunciarle que el santo hombre desearía verlo en la próxima reunión en casa de su madre. ¿No es un signo del destino? Yusupov exulta. Al dirigirse a ese "examen de pasaje", se esfuerza por ser aún más seductor y buen conversador que de costumbre. Rasputín se siente halagado por las muestras de respeto que le prodiga un miembro de esa alta aristocracia que, por lo común, lo desprecia. Enternecido por la juventud, la elegancia y la falsa alegría de su interlocutor, lo llama de entrada "el pequeño", le pide que interprete romanzas gitanas para él y se marcha persuadido de que acaba de conseguir un nuevo aliado en el entorno del Zar.
Sus relaciones evolucionan pronto hacia una evidente cordialidad. Dominando su repulsión por ese palurdo triunfante, Félix lo visita con frecuencia, primero en casa de la señora Golovina madre, luego en su departamento de la calle Gorokhovaia. Debe dominarse para fingir admiración y simpatía hacia ese hombre execrable. Para ganar su confianza, le implora que lo cure de la fatiga nerviosa que sufre desde hace algunos meses. Rasputín lo hace tenderse en un canapé, lo mira fijamente a los ojos y le roza el pecho con la mano. "Sentí que una fuerza penetraba en mí y que derramaba una corriente cálida en todo mi ser", escribirá. […] "Me deslicé poco a poco en un sopor como si me hubieran administrado un narcótico potente. Sólo los ojos de Rasputín brillaban ante mí: dos rayos fosforescentes que ora se acercaban, ora se alejaban." (Yusupov) Rasputín lo libera de la hipnosis tirándole del brazo. De pie y todavía atontado, el príncipe se pregunta por qué prodigio podrá vencer la fuerza sobrenatural que reside en ese mujik. En cuanto a Rasputín, parece encantado del resultado. "¡Esto es gracias a Dios!", dice. "Ya verás, ¡pronto te sentirás mejor!" Y lo invita a ir a verlo cuando quiera.
Las veces siguientes, Rasputín, decididamente inspirado por su visitante, alardea ante él, lanza sentencias absurdas y se vanagloria de su poder casi mágico sobre la pareja imperiaclass="underline" "No hago cumplidos con ellos (el Zar y la Zarina); si no obedecen a mi voluntad, doy un puñetazo en la mesa y me voy. ¡Entonces corren detrás de mí y me suplican que me quede!" Según él, ningún ministro osa hacerle frente: "Todos me deben su situación. ¿Cómo quieres que no me obedezcan?". El sexo femenino también está bajo su dominación viril, según pretende: "Las mujeres son peores que los hombres, ¡hay que empezar por ellas! Yo procedo así, llevando al baño a todas esas señoras. Les digo: "Ahora, desvístanse y laven al mujik". Si andan con vueltas, las convenzo rápido y… ¡el orgullo, querido mío, no dura!" Además: " La Zarina es una soberana plena de sabiduría. Es una segunda Catalina… Pero él, ¿qué es lo que entiende? ¡Es un niño de coro!" Aun reconociendo que en ciertos medios lo detestan, se proclama invencible: "¡A los que gritan contra mí les ocurrirá una desgracia! […] Los aristócratas querrían destruirme porque les obstruyo el camino. En cambio el pueblo me respeta porque, vestido con un caftán y calzando botas gruesas, he llegado a ser el consejero de los soberanos. ¡Es la voluntad de Dios! ¡Esta fuerza me la da Dios!" En cuanto a la guerra, según él, hay que detenerla lo antes posible. La obstinación de Sus Majestades es aberrante. "Él [el Zar] resiste todo el tiempo. Ella [la Zarina] tampoco quiere saber nada […] Si ordeno algo, deben hacer mi voluntad […]. Cuando hayamos terminado con esta cuestión, nombraremos regente a Alejandra durante la minoridad de su hijo. Y en lo que ñél concierne, lo enviaremos a descansar a Livadia. ¡Se sentirá muy feliz!" [26] En un momento de ebriedad, llega hasta ofrecer a Félix un puesto de ministro después que termine la guerra. Cuando hace esa proposición absurda, su rostro es el de un borracho con delirio de grandezas.
Al verlo, al escucharlo, el príncipe siente que se refuerza en él la tentación de la muerte ritual. Después de esto, la violenta requisitoria de Purichkevich contra el staretz en la Duma añade leña al fuego. Hombre de sacudones y de violencias, este diputado de extrema derecha es conocido por su culto de la monarquía, su antisemitismo visceral y su obsesión por los complots revolucionarios. Por todas partes huele intrigas y traiciones. Paladín de la guerra a ultranza, no se contenta con palabras y organiza ambulancias, puestos de socorro y cantinas para los soldados. Con sus ataques contra Rasputín ante la Asamblea Legislativa, ha eliminado los últimos escrúpulos de su joven oyente. Éste se reúne con él en su tren sanitario el 21 de noviembre de 1916. Los dos están de acuerdo en la urgencia de suprimir la "bestia inmunda". Al día siguiente, vuelven a encontrarse en el palacio Yusupov, con Sukhotin y el gran duque Dimitri. Félix expone su plan desde el principio: sugiere atraer a Rasputín a su palacio pretendiendo, para entusiasmarlo, que su mujer está deseosa de conocerlo. En realidad, la princesa Irina está pasando una temporada en Crimea con sus suegros. Pero Rasputín no lo sabe. Muy aficionado a los encuentros femeninos, responderá sin desconfianza a la invitación del príncipe. Falta decidir el medio a emplear para matarlo. Sería imprudente hacerlo a pistola porque el palacio Yusupov está situado frente a una comisaría y los disparos no dejarían de alertar a los agentes. Más que un arma blanca, el veneno representa evidentemente la mejor solución. Después se tratará de disimular el cadáver. Nada más fáciclass="underline" lo sumergirán en el Neva haciendo un agujero en el hielo. Para prevenir cualquier inconveniente, deciden reclutar a una persona que tenga conocimientos de medicina y que, en caso de necesidad, pueda hacer de chofer. Purichkevich propone recurrir al médico jefe de su destacamento sanitario, el doctor Estanislao Lazovert. Este último, contactado en secreto, acepta participar en un atentado que salvará a Rusia y promete, además, proporcionar el veneno. Ahora los conjurados son cinco: Yusupov, Sukhotin, Purichkevich, el gran duque Dimitri y Lazovert. Todos patriotas dispuestos a arriesgar su reputación y su libertad en nombre del interés del Estado.