Ralph, enfundado en una chaqueta de safari, parecía más una visión que una persona de carne y hueso; era la sombra de Noreen y la acompañaba constantemente. Ningún alumno de la clase de Historia de la Arquitectura Británica había logrado sacarle más de diez palabras a aquel hombre en los once días que llevaba en Cambridge, y había estudiantes que asistían a otras clases en el St. Stephen's College que juraban que Ralph era mudo del todo.
Las condiciones a las que Noreen se refería eran que Ralph padecía hipoglucemia, y ése fue el tema que la mujer acometió una vez que terminó de diseccionar al matrimonio Cleary y de poner de relieve la atracción que Sam sentía hacia las damas en general y hacia Polly Simpson en particular. Ralph, informó Noreen a todos los que la escuchaban, era un mártir de la alimentación. Les explicó que el bajo nivel de azúcar en la sangre era la maldición de la familia de Ralph, y que él era el peor caso de todos. Incluso se había desmayado una vez al volante del coche mientras iba por la autopista, figúrense. Sólo pudo evitarse el desastre gracias a la rapidez con que pensó Noreen y la velocidad, aún mayor, con que actuó.
– Sujeté el volante tan deprisa que se diría que había recibido entrenamiento como profesional de algún tipo de salvamento – les explicó- Es asombroso el nivel que somos capaces de alcanzar cuando ocurre algo malo, ¿no estáis de acuerdo? – Como tenía por costumbre, no esperó a que le respondiera nadie. En lugar de eso se volvió hacia su marido y dijo -: Has cogido los frutos secos y los chicles para la excursión de hoy, ¿verdad, cariño mío? No podemos correr el riesgo de que te desmayes en mitad de Abinger Manor, ¿eh?
– Los he dejado en la habitación – le dijo Ralph con la nariz metida en el tazón de cereales.
– Pues asegúrate de no olvidártelos allí – repuso su mujer-. Ya sabes cómo estás.
– Como estás es dominado – fue la descripción que ofreció Cleve Houghton al tiempo que se sentaba a la mesa y se unía al grupo -. Lo que le hace falta a Ralph es ejercicio y no esa basura que le das de comer, Noreen.
– Mira quién habla de basura – fue la réplica de Noreen, a la que acompañó una significativa mirada al plato que él llevaba en la mano lleno a rebosar de huevos, salchichas, tomates asados y champiñones -. Yo no me daría tanta prisa en empezar a arrojar piedras, Cleve, querido. Seguro que eso no es bueno para las arterias.
– Me he hecho doce kilómetros por carreteras secundarias esta mañana – replicó Cleve -. He llegado hasta Grantchester sin tener la menor dificultad para respirar, así que tengo las arterias de primera, gracias. Vosotros también deberíais intentar correr un poco. Demonios, es el mejor ejercicio que se conoce para el ser humano. – Se echó hacia atrás el cabello espeso y oscuro, algo de lo que un hombre de cincuenta años podía sentirse orgulloso, y justo en aquel momento vio que Polly Simpson entraba en el comedor. Enmendó el comentario inmediatamente diciendo-: Bueno, el segundo mejor ejercicio.
Y sonrió con indolencia al tiempo que miraba con ojos tiernos en dirección a Polly.
Noreen se echó a reír con disimulo.
– Cielos, Cleve. Refrénate. Creo que ya está comprometida. Y corren rumores sobre ella.
Noreen utilizó su propio comentario a modo de introducción para volver a ocuparse del tema que ya había abordado antes de que Cleve hiciera aparición en escena. Pero en esta ocasión añadió pocas noticias más, la mayor parte referidas a Polly Simpson, a quien denominó Gamberra Innata; y afirmó que ella, Noreen, ya la había señalado con el dedo el Primer Día como probable causante de disensiones entre todos ellos. Al fin y al cabo, cuando no estaba haciéndole la pelota a la profesora, sin duda para trabajarse una mejor calificación final, a base de exclamaciones sobre la belleza de todas las diapositivas que aquella aburrida mujer les endilgaba a diario a los alumnos, andaba adulando a alguno de los hombres de un modo que quizás ella considerase amistoso, pero que cualquiera que tuviese un mínimo de cerebro calificaría de descaradamente provocativo.
– Y yo pregunto, ¿qué es lo que pretende? -Inquirió Noreen dirigiéndose a cualquiera que la escuchase a esas alturas-. Sam Cleary y ella se pasan noche tras noche ahí sentados con las cabezas muy juntas. ¿Y qué es lo que hacen? No me diréis que hablan de flores. Hacen planes para más adelante. Los dos juntos. Tomad nota de mis palabras.
Si tomaron nota o no de aquellas palabras fue algo que nadie comentó, ya que Polly Simpson se dio prisa en reunirse con sus compañeros de clase; sostenía en las manos una bandeja sobre la que había colocado un plátano y una taza de café, pues vigilaba atentamente las calorías. Llevaba como siempre la cámara fotográfica colgada del cuello, y después de depositar la bandeja encima de la mesa se dirigió al extremo de la misma y enfocó el grupo reunido para desayunar. El día de la primera clase de Historia de la Arquitectura Británica Polly les había informado a todos de que iba a ser la cronista oficial de aquel curso, y de momento no había faltado a su palabra.
– Creedme, querréis tener la foto como recuerdo -les aseguraba cada vez que captaba a cualquiera de ellos con la lente-. Os lo prometo. A la gente siempre le gustan las fotografías que yo hago.
– Jesús, Polly, ahora no -refunfuñó Cleve mientras la chica hacía ajustes en la lente al otro extremo de la mesa en la que desayunaban.
Pero se quejó en tono bonachón, y a nadie le pasó por alto el hecho de que se atusara el cabello con una mano para darle el punto justo de despeinado que le hacía aparentar treinta años de nuevo.
– No está presente toda la clase, Polly, querida -le comentó Noreen-. Y seguro que quieres que salgamos todos en la foto, ¿verdad?
Polly echó una ojeada a su alrededor por el comedor, sonrió y dijo:
– Bueno, pues aquí llegan Em y Howard. Ahora ya estamos casi todos.
– Pero seguro que no se encuentran aquí las personas más importantes -insistió Noreen con cierto retintín al tiempo que se les unían los otros dos alumnos-. ¿No quieres esperar a Sam y a Frances?
– No hace falta que salga todo el mundo en la foto -le dijo Polly sin darse por aludida a pesar de que la pregunta se había hecho con segunda intención.
– De todos modos… -murmuró Noreen. Y les preguntó a Emily Guy y a Howard Breen, dos oriundos de San Francisco que se habían hecho amigos el primer día de clase, si se habían cruzado con Sam o con Frances en la escalera L, que era donde se encontraban las habitaciones de todos ellos-. Es que anoche no han dormido demasiado -les comentó Noreen dirigiendo una mirada significativa a Polly-. ¿No será que no han oído el despertador esta mañana y se han dormido?
– Imposible, hace un rato Howard cantaba en la ducha -le aseguró Emily-. Yo lo he oído desde dos pisos más abajo.
– Ningún día empieza bien sin un homenaje matutino a Barbra Streisand -terció Howard.
Noreen, a quien no le agradó mucho aquel potencial cambio de tema, quiso poner punto final diciendo:
– Y yo que creía que era Bette Midler la que hacía furor entre los de tu onda.
Al oír esto se hizo un incómodo y breve silencio. Polly abrió un poco la boca y bajó la cámara fotográfica. Emily Guy arrugó profundamente el entrecejo e interpretó su papel de solterona haciendo ver que no comprendía del todo lo que Noreen quería dar a entender. Cleve Houghton lanzó un soplido sin perder por ello su pose varonil. Y Ralph Tucker siguió tomando cucharadas de copos de maíz.
Fue el propio Howard quien rompió el silencio al decir poco después:
– ¿Bette Midler? Nada de eso. Sólo me gusta Bette Midler cuando llevo zapatos de tacón alto y medias de rejilla, Noreen. Y no puedo meterme en la ducha con ellos puestos. Ya sabes, el agua estropea el charol.