Eligió la primera opción. Era más fácil darse media vuelta y marcharse que quedarse a contemplar cómo el ataúd desaparecía para siempre. En cuanto a lo de proporcionar a los demás asistentes al duelo la oportunidad de demostrar el afecto que sentían por Eric arrojando flores a su tumba… Charlie no quería hacer nada que le recordase que eran muy pocas las personas que habían ido allí para acompañar el duelo.
Más tarde, una vez en casa, el dolor volvió a afligirla como un virus. Se quedó de pie ante la ventana con la garganta seca y caliente, y le dio la impresión de que empezaba a tener fiebre. Miró el jardín de atrás, en cuya creación su esposo y ella habían puesto tanto esmero y que luego habían mantenido con cariño, mientras a su espalda los presentes hablaban en voz baja por respeto al dolor y a la delicadeza de la situación.
«Tragedia», dijo alguien en voz baja.
«Un hombre estupendo», oyó varias veces.
«Un hombre estupendo en todos los aspectos», oyó sólo en una ocasión.
En todos los aspectos menos en uno, pensó Charlie.
Notó que alguien le echaba un brazo por los hombros y se apoyó en Bethany Franklin, amiga suya desde hacía mucho tiempo, que había venido de Hollywood hasta aquella desalmada urbanización de las afueras de la desalmada ciudad de Los Ángeles la misma noche en que ella la había llamado por teléfono para darle la noticia. Le había dicho a gritos: «¡Eric! ¡Bethie! ¡Oh, Dios mío!». «Esa condenada motocicleta», le había contestado Bethany en un tono que hizo que Charlie se diera cuenta de que su amiga apretaba los dientes al pronunciar la última palabra. Luego había añadido: «Ahora mismo salgo hacia ahí. ¿Me oyes, Charlie? Ahora mismo salgo». Y Bethie había acudido a su lado a toda prisa.
Ahora le dijo en voz baja:
– ¿Cómo lo llevas, muchachita? ¿Quieres que le diga a toda esta gente que te dejen sola?
Haciendo un esfuerzo Charlie puso una mano sobre la que Bethany le tenía puesta a ella en el hombro.
– Todo empezó cuando le permití a Eric que comprara la Harley, Beth.
– Tú no le permitiste hacer nada, Charles. Las cosas no funcionan así.
– También se había hecho un tatuaje. ¿Ya te lo había dicho? Primero fue el tatuaje. No era más que un dibujo en el brazo y pensé: «Bueno, ¿por qué no? Eso es cosa de hombres, ¿no?». Y luego vino la Harley. ¿Qué hice mal?
– Nada -le aseguró Bethany-. Lo que ha pasado no ha sido culpa tuya.
– ¿Cómo es posible que me digas eso? Todo esto ha sucedido porque…
Bethany obligó a Charlie a darse la vuelta y después volvió a hablarle.
– No te hagas eso, Charles. ¿Qué fue lo último que te dijo tu marido?
Bethany ya lo sabía, claro está. Era una de las primeras cosas que Charlie le había contado cuando la histeria se le pasó un poco y se quedó sumida en el subsiguiente shock. Sólo se lo preguntaba con intención de que la propia Charlie se viese obligada a repetir aquellas palabras y empezase a digerirlas.
– Recuerda que siempre te querré -recitó.
– Y lo dijo por un motivo -le aseguró Bethany.
– ¿Entonces por qué…?
– Hay algunas preguntas que nunca tienen respuesta en la vida. Y «por qué» suele ser una de ellas.
Bethany la rodeó con el brazo, le dio un apretón para decirle que no se encontraba sola aunque se sintiese muy mal, aunque de ahora en adelante se sintiese como una extraña en aquella casa grande y cara de una urbanización de las afueras que habían comprado hacía tres años porque Eric le había comentado como de pasada: «Ya va siendo hora de formar una familia, ¿no te parece, Char? Y no creo que las ciudades sean buenas para los niños». Le había dicho aquello con una sonrisa contagiosa, con aquella energía y entusiasmo que siempre lo habían mantenido activo, curioso, comprometido y vivo.
Charlie miró a los invitados que había allí reunidos y observó:
– No acabo de creer que su familia no haya venido. Llamé por teléfono a su ex mujer. Le conté lo que había ocurrido. Y le pedí que se lo comunicase al resto de la familia… bueno, que se lo dijera a los padres de Eric… ¿quién más queda, en realidad? Pero nadie ha enviado ni siquiera un telegrama, Beth. Ni su padre, ni su madre, ni su propia hija.
– A lo mejor la ex no… ¿cómo se llama?
– Paula.
– A lo mejor Paula no les ha comunicado la noticia. Si el divorcio fue desagradable… ¿lo fue?
– Bastante. Se ve que había otro hombre de por medio. Eric se peleó con Paula por la custodia de Janie.
– Pues a lo mejor ha sido por eso.
– Pero es que sucedió hace años.
– Pues ahora ha querido fastidiarlo, aunque sea después de muerto. Hay personas que nunca perdonan.
– ¿Tú crees posible que no se lo haya dicho a los padres de Eric?
– Me parece bastante probable -reconoció Bethany. La idea de que Paula, en un último arranque de venganza póstuma hacia su anterior marido, hubiera podido negarse a comunicar la noticia de la muerte de Eric a los padres de éste hizo que Charlie decidiera ponerse en contacto personalmente con el matrimonio Lawton, ya ancianos. El problema era que Eric había estado mucho tiempo distanciado de sus padres, un hecho triste que le había revelado a Charlie durante las primeras fiestas que pasaron juntos. Como ésta se sentía muy unida a su familia a pesar de la distancia que los separaba, había intentado hacer planes para las fiestas. «¿Prefieres pasarlas con tu familia o con la mía? ¿O te parece que vayamos unos días a cada sitio? ¿O invitamos a todos a que vengan aquí?».
«Aquí», por aquel entonces, era un apartamento de dos habitaciones en las colinas de Hollywood desde donde Eric iba a trabajar cada día a las afueras mientras Charlie salía disparada hacia algún casting con la esperanza de que le ofrecieran algo que no fueran anuncios haciendo de mamá de la familia perfecta. Un apartamento de dos dormitorios con cocina empotrada y un solo cuarto de baño no era el lugar ideal para recibir a las dos familias, de manera que se preparó para dividir inevitablemente el tiempo de las fiestas comprendidas entre finales de noviembre y principios de enero: Acción de Gracias en un sitio, Nochebuena en otro, Navidad en un tercero y Nochevieja en casa juntos y solos delante de la chimenea artificial tomando fruta y champán. Sólo que no fue así como resultaron aquellas fiestas, porque fue entonces cuando Eric le explicó la dolorosa historia que había dado origen al distanciamiento existente entre sus padres y él. Le contó el accidente de caza causante de todo y lo que había venido a continuación.
– Tropecé y el arma se disparó -le confesó a oscuras su marido una noche con la boca pegada al pelo de Charlie-. Si hubiera sabido qué… Pero no sabía qué hacer. No tenía ni idea de primeros auxilios. Mi hermano murió desangrado, Char. Mientras yo lo zarandeaba, lo llamaba a gritos y le decía, le suplicaba, que aguantase, que aguantase.
– Lo siento muchísimo -le había dicho Charlie; y a continuación se había puesto en el pecho la cabeza de su marido porque a éste se le había quebrado la voz, le temblaba el cuerpo y se aferraba con todas sus fuerzas a ella, que no estaba acostumbrada a que los hombres mostraran las emociones-. Tu propio hermano, Eric. Qué cosa tan horrible.