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Con cautela y todos los sentidos alerta, Charlie llevó a Sharon Pasternak al despacho de Eric, donde, sobre la mesa, estaba la cartera de su marido. Sharon le dedicó una sonrisa y dijo:

– ¿Puedo…? ¿Le importa si me siento aquí? -Y puso una mano sobre el respaldo del sillón giratorio de Eric-. Puede que tarde un rato. -Hizo un gesto abarcando la habitación-. Tiene muchísimos archivos.

– Desde luego -dijo Charlie en el tono más agradable que pudo-. Tómese todo el tiempo que quiera. Yo tengo que revisar bien esto, pero puede llevarse todo lo relacionado con… -Hizo una pausa cargada de intención-. Con su trabajo.

Sharon se ruborizó y bajó la vista.

– Muchas gracias -le dijo. Levantó la vista y luego continuó-: Siento muchísimo… todo esto, señora Lawton. Era un buen hombre. Un hombre buenísimo.

Miró a Charlie a los ojos, deteniéndose en ellos demasiado tiempo.

De modo que era eso, pensó Charlie. Así eran las cosas cuando una se veía cara a cara con el objeto de la pasión secreta de su marido. Pero Sharon Pasternak no era el tipo de mujer que le gustaba a Eric. Regordeta, con una importante mata de cabello oscuro, mal maquillada y con los tobillos demasiado gruesos. No era el tipo de su difunto marido. Aunque cabía preguntarse cuál era el tipo de Eric Lawton. ¿Cuál era su tipo de mujer? ¿Acaso lo sabía ella, su esposa?

Charlie se marchó a su habitación y corrió las cortinas. Se tumbó a oscuras y se quedó escuchando los ruidos que hacía la colega de Eric mientras revolvía lo que quiera que fuese en el despacho. La propia Charlie ya había revisado gran parte del contenido de aquella habitación mientras buscaba frenéticamente pruebas de la infidelidad de su marido. Si realmente Sharon era la mujer misteriosa, Charlie quería decirle que su secreto estaba a salvo, o por lo menos había permanecido a salvo hasta que ella se presentó a la puerta de la casa de Eric Lawton. Una jugada tonta, señorita Pasternak.

– ¿Se llama igual que Boris? -Le preguntó Bethany a Charlie más tarde-. Ése no es precisamente un apellido frecuente. ¿Te enseñó alguna identificación? Porque es posible que te diera un nombre falso.

– ¿Por qué? Si era la amante de Eric, ¿qué más da que yo sepa cómo se llama o no?

– Pero cabe dentro de lo posible que no sea la amante de Eric, Charles. Puede que sea otra persona que no tiene nada que ver con eso.

Charlie se puso a considerar ese argumento y todo lo que implicaba.

– Tengo que hablar con Terry Stewart -decidió-. Terry debe de saber con quién se veía Eric.

– Si es que se veía con alguien. Pero ¿por qué necesitas saberlo?

– Porque yo… -Charlie aspiró profundamente-. Necesito la absolución. La verdad me proporcionará la absolución.

– ¿Absolución por qué?

– Por no saber qué creer.

– Eso no es pecado.

– Para mí sí.

Charlie sabía que a Terry Stewart, el amigo más antiguo de Eric, aquel del que tantas veces su marido había asegurado que era su mejor amigo en este mundo, el que nunca le abandonaría, tenía que abordarlo sin darle tiempo a preparar una tapadera para lo que fuera que supiese de Eric. Como era abogado, en realidad había sido el abogado de Eric, Charlie sabía que con toda probabilidad se empeñaría en llevarse a la tumba los secretos de sus clientes. De manera que no quiso hacerle una visita oficial en ningún sentido. Lo que significaba que tendría que hacerse la encontradiza con él en los alrededores del despacho, situado en un edificio con enormes paredes de vidrio.

El gimnasio le pareció un lugar apropiado. Se encontró el coche de Terry aparcado allí cuando iba a buscar a éste en las canchas de tenis y reconoció la matrícula: IOS NEI. De manera que dejó el coche en el aparcamiento, vio a través de las ventanas de vidrio del establecimiento al abogado sudando en el gimnasio y decidió aguardar a que saliera. Allí al lado había un café en el que se puso a esperar.

Se hallaba en una mesa junto a una ventana bebiendo a sorbos un café cuando Terry abrió la puerta del gimnasio. Se dirigía hacia el coche e iba arreglándose la corbata mientras caminaba. Parecía recién salido de la ducha, pues tenía el pelo húmedo y la piel reluciente. Charlie dio unos golpecitos en el cristal para llamar la atención del abogado. Éste se dio la vuelta, la vio, se detuvo y sonrió. Se dirigió hacia ella y al cabo de poco se hallaba a su lado.

Tenía la cara seria y la expresión amable.

– ¿Cómo estás, Charlie?

Ésta se encogió de hombros.

– Ya ves. He estado mejor, pero sobreviviré.

– Siento no haberte llamado. Supongo que soy un cobarde. Me decía que si hablaba de ello te echarías a llorar. Y no puedo evitar hablar de ello porque no hacerlo sería ignorar la realidad. Pero no quería hacerte llorar. Ya has llorado bastante. Incluso puede ser que ya te encuentres mejor y yo te haga revivir todo de nuevo. -Acercó una silla y se sentó-. Perdona.

– Eric tenía una aventura, ¿verdad?

Terry se echó bruscamente hacia atrás, al parecer sobresaltado por aquel ataque frontal, y fue a dar contra el respaldo del asiento.

– ¿Eric?

– Primero creí que era así. Pero luego cambié de opinión. Bueno, él me convenció de que cambiara de opinión. Pero ahora… Tenía una aventura, ¿verdad?

– No. No, por Dios. ¿Qué te hace pensar…?

– Todos esos cambios que experimentó, Terry. Para empezar, la Harley y los tatuajes.

– Este condado está lleno de hombres de cuarenta y tantos años que se pasan los fines de semana montados por ahí en una Harley. Están casados, tienen hijos, gatos, perros, plazos del coche, hipoteca, pero se despiertan una mañana y se preguntan: «¿Y esto es todo en la vida?». Y quieren algo más. Es la crisis de los cuarenta, la crisis que suele tenerse cuando se está en la mitad de la vida. Quieren recuperar la ilusión, la emoción de vivir. Y las Harley se la devuelven. Eso es todo.

– Pero también había algunas llamadas telefónicas extrañas. Y a veces llegaba tarde por la noche porque se suponía que se quedaba trabajando. Y una mujer ha venido a casa a revisar sus papeles. Me dijo que se llamaba Sharon Pasternak, que era bióloga molecular y que trabajaba en Biosyn. Me explicó que Eric y ella estaban redactando juntos un informe. Terry, ¿por qué iba a hacer Eric un informe con una bióloga, por el amor de Dios? Y por lo visto tenía ciertos datos que esa mujer necesitaba para acabar el informe ella sola ahora que Eric ya no se encuentra entre nosotros. Pero cuando se marchó de casa Sharon no se llevó nada. ¿Qué quieres que piense?

– No lo sé.

– Me parece que resulta bastante obvio. Lo que buscaba eran indicios.

– ¿Indicios de qué?

– Pues ya sabes. De que Eric se veía con otra. Quizás con ella misma.

– Eso es imposible.

– ¿Por qué? ¿Por qué es imposible?

– Porque… Dios mío, Charlie. Estaba loco por ti. Y quiero decir completamente loco por ti. Desde el mismo día en que os conocisteis.

– Pues entonces esa mujer buscaba otra cosa. ¿Qué?

– Charlie, por favor. Tranquilízate, ¿vale? Estás hecha una mierda, y perdona la expresión. ¿Duermes lo suficiente últimamente? ¿Comes como es debido? ¿Has pensado en irte de viaje a algún sitio unos cuantos días?

– Eric me mintió sobre su familia. Tenía fotos. Las utilizó para fingir… Tú las has visto, Terry. Tú has estado en nuestra casa. Viste esas fotos y conoces a su familia. Crecisteis juntos. Tú tenías que saber… -Charlie se agarró a la mesa al notar que un calambre le atenazaba el estómago. Sentía náuseas. Tenía las palmas de las manos húmedas. Se estaba derrumbando, aunque odiaba que le sucediese, y ese sentimiento le hizo levantar la voz y ponerse a gritar-: Quiero toda la información de que dispongas. Tengo derecho a ello. Dime lo que sepas.