– Ha dicho usted la CBS -empezó Charlie-. Ha mencionado Sesenta minutos.
– Vino a verme por causa del exantrum. En su laboratorio trabajaban en otra cosa, pero Eric estaba al corriente de lo del exantrum. Todos en la División II lo sabían. Todos lo saben, aunque hagan ver que no.
– ¿Su laboratorio? ¿El de quién?
– El de Eric.
– ¿De qué habla?
– ¿Cómo que de qué hablo? ¿Qué quiere decir?
– ¿Por qué iba Eric a tener un laboratorio? Era director de ventas. Tenía frecuentes reuniones y hacía viajes de negocios por todo el país y… ¿Por qué iba a tener un laboratorio? Él no es… no era…
– ¿Ventas? -Repitió Sharon-. ¿Eso le había dicho a usted? ¿No sabía usted nada?
– ¿De qué?
– Era biólogo molecular.
– Biólogo… No. Era director de ventas. Me lo dijo muchas veces.
Pero ¿qué era exactamente lo que le había dicho su marido? ¿Y qué era lo que ella había supuesto a partir de la conducta y los comentarios de éste?
– Es biólogo, señora Lawton. Es decir, lo era. Lo sé muy bien porque trabajaba con él. Y Eric… escuche, tengo que preguntarle esto. Lo siento, pero no sé de qué otro modo puedo asegurarme de que… ¿Realmente murió como dicen que murió? ¿No fue…? No me extrañaría que Cabot lo hubiera hecho asesinar. Es un verdadero monstruo del secretismo. Pero aunque no lo fuera, este asunto es tan desagradable que si Cabot se hubiera enterado de que Eric tenía intención de llevarlo a la CBS habría hecho algo para impedírselo, créame.
– ¿Para impedirle qué?
– Que revelara lo que sin duda sería un escándalo. Eric iba a tirar de la manta para poner en evidencia a Biosyn. Estaba muerto de miedo, los dos lo estábamos, pero él se había decidido a hacerlo. Una noche yo saqué a escondidas una muestra de exantrum… ni siquiera tengo palabras para describir el pánico que sentí al acercarme a esa sustancia sin traje de protección, y se la di a Eric. Éste había decidido encontrarse con los periodistas y entregársela para que pudieran hacerla analizar en Atlanta, y después… Eso fue hace tres semanas. Supongo que tal vez se viera con ellos, aunque no me lo dijo. Y luego murió. En Biosyn no se ha notado nada, no parece que haya ningún problema, no han echado de menos la muestra, así que empecé a pensar que Eric no había contactado con el periodista. Por eso quería saber el nombre del mismo, para averiguar si el encuentro se había producido o no. Eso era lo que buscaba cuando fui a su casa. El nombre del periodista. Eso o el exantrum. Porque si el contacto no llegaba a realizarse yo tenía que poner de nuevo la sustancia en un lugar bajo control. Y de prisa.
– Charlie miraba a la mujer fijamente. No podía digerir la información que le proporcionaba con la suficiente rapidez para dar una respuesta coherente-. Ya me doy cuenta de que él no le contó a usted nada de esto -continuó diciendo Sharon-. Seguro que quería protegerla. Es admirable. Algo muy decente por parte de Eric. Y también típico. Era una gran persona. Ojalá se lo hubiera confiado a usted, porque entonces por lo menos ahora sabríamos qué es lo que tenemos entre manos. Podríamos quedarnos tranquilas. Pero tal como están las cosas… O esa sustancia anda por ahí a punto de causar estragos en el estado de California o se encuentra a salvo en el Centro para el Control de Enfermedades. Pero en cualquier caso, necesito saberlo.
El Centro para el Control de Enfermedades.
– ¿Y qué es esa sustancia? -le preguntó Charlie, a quien sus propias palabras le sonaban huecas. Sentía la garganta seca-. Yo creía que Biosyn fabricaba productos farmacéuticos. Medicamentos contra el cáncer. Medicinas para el asma y la artritis. Tal vez somníferos y antidepresivos.
– Desde luego. Ésa es una parte. La de la División I. Pero donde verdaderamente está el dinero es en la División II, que es el lugar donde trabajábamos Eric y yo, el lugar donde está el exantrum.
– ¿Qué es eso? -repitió Charlie mientras el miedo le subía hasta la garganta como si fuera bilis.
Charlie miró a su alrededor.
– Tenemos que pedir algo -observó-. Si no tomamos nada y alguien nos ve, va a resultar sospechoso. Tenemos que llamar a una camarera.
Así lo hicieron. Pidieron té con pastas, aunque ambas sabían que no iban a probar bocado. Cuando les trajeron lo que habían pedido, Sharon sirvió el té y le explicó:
– El exantrum es la llave de Cabot para la inmortalidad. Es un virus. Se descubrió en el agua estancada que había en el interior de una cueva… hace unos dos años. Un excursionista entró en una cueva de las montañas Blue Ridge. Era un día caluroso. Encontró una charca de agua. Se mojó la cara con ella, un chapuzón. A los veintiún días murió. Con fiebre y hemorragias. Los médicos de Carolina del Norte no sabían qué era ese virus ni de dónde procedía, pero se parece lo bastante al Ébola como para sembrar el pánico. Atlanta se hizo cargo del asunto y todo el mundo se puso a seguir el rastro de los lugares por donde había estado el individuo aquel, con quién se había visto y qué había hecho. Examinaron a sus compañeros con microscopio, le miraron el pasaporte para ver si había salido del país, revisaron a toda su familia para comprobar si alguno de ellos se había contagiado al entrar en contacto con otras personas. Pero no descubrieron nada. Cabot sigue de cerca todo el proceso, pero lleva a cabo su propio trabajo de investigación porque cree que se trata de algo distinto al Ébola, y lo que siempre ha querido desde que se licenció en la Universidad de California es que su nombre se asocie a algo que cambie el mundo, quiere ser como Joñas Salk, Louis Pasteur o Alexander Fleming. Probablemente al principio pensó en una cura para el virus. Pero una vez que consiguió aislarlo y el Gobierno se puso en contacto con él, la cosa pasó a ser la producción de una enfermedad. El Tío Sam pagará una buenacantidad de dinero por un arma como el exantrum. Se echa en el agua, se bebe, se lava uno la cara con esa agua y el virus se le mete en los ojos, infecta a través de un rasguño en la piel, entra por la nariz, se pisa, se respira… hay donde elegir. Pero poco importa cómo se entre en contacto con el virus porque el final es siempre el mismo. La muerte. Es un producto para la guerra biológica. Para usarlo contra los iraquíes si sacan los pies del tiesto. O contra los chinos si empiezan a agitar los sables. O contra Corea del Norte. Cabot tiene intención de amasar una fortuna con eso y Eric quería hacérselo saber al mundo. -Sharon miró la taza de té y la hizo girar sobre el plato. Por último añadió-: Su marido era un hombre verdaderamente bueno. Un hombre bueno y decente. Ojalá yo tuviera el valor que tenía él. Pero lo cierto es que no lo tengo. De modo que he de devolver el exantrum al laboratorio si Eric no llegó a entregárselo al periodista.
– Pero él… Eric no lo habría guardado en nuestra casa -dijo Charlie, que quería desesperadamente creerlo así-. Si es tan peligroso como dice usted, nunca lo habría llevado a casa. No lo habría guardado allí, ¿verdad?
– No, claro que no. Por eso cuando yo me presenté allí lo que buscaba era el nombre del periodista, no el virus. Seguro que su marido habría puesto el virus a buen recaudo en alguna parte hasta saber la hora y el lugar del encuentro con esa persona. Y si en verdad lo había puesto a salvo en algún sitio, tengo que saber dónde. O confirmar que se encuentre en Atlanta, cosa que sólo puedo hacer si hablo con el periodista con el que Eric había mantenido contactos.
Charlie oía todas aquellas palabras, pero pensaba en otras cosas: en lo que Terry le había contado sobre la crisis de los cuarenta y en lo que Linda le había dicho sobre la última visita de Eric al banco. Pensaba en todo el dinero que había en la cámara acorazada, en el registro a que habían sometido su casa y en la expresión del rostro de su marido cuando ella, arrepentida, le había contado que sospechaba que él tenía una aventura amorosa, lo cual no era cierto. Charlie pensaba ahora sobre todo en esto último. Y también en las horribles posibilidades que se le planteaban.