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La puerta lisa de madera estaba entreabierta, pero extendió un brazo para abrirla por completo; por el rabillo del ojo divisó la otra alianza en su propia mano.

Y entonces comprendió. Aquella bruja, la extraña, la mujer a la que no había visto nunca antes, aquella que no se parecía en absoluto a su amada Michiko, era su esposa.

Quiso volver a mirarla, tratar de imaginarla décadas más joven, reconstruir la belleza que antaño podría haber sido, pero…

Pero entró en el baño, se giró para encararse con el inodoro, se inclinó para levantar la tapa y…

…y de repente, de forma increíble, asombrosa, Lloyd Simcoe sintió el alivio de estar de vuelta en el CERN, en la sala de control del LHC. Por algún motivo, se había derrumbado en su silla de vinilo. Se incorporó y se alisó la camisa hasta arreglarla.

¡Qué alucinación más increíble! Habría consecuencias, por supuesto: se suponía que allí estaban totalmente protegidos, que había un centenar de metros de tierra entre ellos y el anillo del colisionador. Pero había oído que las descargas de alta energía podían causar alucinaciones; sin duda, eso era lo que había sucedido.

Lloyd tardó un instante en orientarse. No había habido transición entre el aquí y el allí: ningún fogonazo ni destello, ninguna sensación de aturdimiento ni problemas de audición. Estaba en el CERN y, de repente, se encontraba en otro lugar durante, ¿dos minutos, quizá? Y ahora, del mismo modo, se encontraba de vuelta en la sala de control.

Por supuesto, nunca se había marchado. Por supuesto, todo era una ilusión. Michiko parecía atónita. ¿Lo había estado observando durante su alucinación? ¿Qué había estado haciendo? ¿Sacudirse como un epiléptico? ¿Moverse en su lugar, como si acariciara un seno invisible? ¿O simplemente se había derrumbado en su silla, cayendo inconsciente? De ser así, no podía haber perdido el conocimiento mucho tiempo (nunca los dos minutos que había percibido), pues en caso contrario Michiko y los demás estarían ahora mismo sobre él, comprobando su pulso y desabrochándole el cuello de la camisa. Observó el reloj analógico: de hecho, habían pasado dos minutos de las cinco de la tarde.

Entonces miró a Theo Procopides. La expresión del joven griego era menos tensa que la de Michiko, pero parecía tan alerta como Lloyd, observando a todos los presentes, desviando la mirada en cuanto alguno se la devolvía.

Lloyd abrió la boca para hablar, aunque no estuviera seguro de lo que quería decir. La cerró en cuanto oyó un gemido procedente de la puerta abierta más cercana. Era evidente que Michiko también lo había oído; los dos se incorporaron al mismo tiempo. Ella estaba más cerca de la puerta y, para cuando Lloyd llegó, la mujer ya se encontraba en el pasillo.

—¡Dios mío! —decía—. ¿Estás bien?

Uno de los técnicos, Sven, trataba de ponerse en pie. Se cubría con la mano derecha la nariz, que sangraba profusamente. Lloyd corrió de vuelta a la sala de control, soltó el botiquín de primeros auxilios de su enganche en la pared y volvió a toda prisa. El material se encontraba en una caja blanca de plástico; la abrió y comenzó a desenrollar la gasa.

Sven habló en noruego, pero se detuvo tras unos instantes y repitió en francés.

—D-debo de haberme desvanecido.

El corredor estaba cubierto de duras baldosas, y Lloyd podía ver un rastro de sangre en el lugar en que el rostro de Sven había caído. Le pasó la gasa y el noruego asintió a modo de agradecimiento mientras la apretaba contra su nariz.

—Qué locura —dijo—. Fue como quedarme dormido de pie —emitió una pequeña risa—. Incluso tuve un sueño.

Lloyd sintió cómo sus cejas se enarcaban.

—¿Un sueño? —repitió, también en francés.

—Totalmente vívido —respondió Sven—. Estaba en Ginebra, en Le Rozzel. —Lloyd la conocía bien; una crêperie de estilo bretón en la Gran Rue—, pero era como algo de ciencia ficción. Había coches flotando sin tocar el suelo, y…

—¡Sí, sí! —era una voz de mujer, pero no como respuesta a Sven. Procedía del interior de la sala de control—. ¡A mí me sucedió lo mismo!

Lloyd regresó a la sala, débilmente iluminada.

—¿Qué sucedió, Antonia?

Una fuerte italiana había estado hablando a otros dos de los presentes, pero ahora se volvía hacia Lloyd.

—Era como si, de repente, estuviera en otro lugar. Parry dice que a él le ha ocurrido lo mismo.

Michiko y Sven se encontraban ahora en el umbral, justo detrás de Lloyd.

—A mí también —añadió Michiko, al parecer aliviada por no estar sola en todo aquello.

Theo, que se había acercado a Antonia, fruncía el ceño. Lloyd lo observó.

—¿Y tú, Theo?

—Nada.

—¿Nada?

Theo negó con la cabeza.

—Debemos haber quedado todos inconscientes —dijo Lloyd.

—Yo, desde luego, sí —replicó Sven. Apartó la gasa de la cara y se tocó para comprobar si había dejado de sangrar. No era así.

—¿Cuánto tiempo estuvimos fuera? —preguntó Michiko.

—Yo… ¡Dios! ¿Qué hay del experimento? —preguntó Lloyd. Corrió hacia la estación de control de ALICE y presionó un par de teclas.

—Nada —anunció—. ¡Mierda!

Michiko exhaló defraudada.

—Debería haber funcionado —siguió Lloyd, golpeando la consola con la palma de la mano—. Deberíamos tener el Higgs.

—Bueno, algo sucedió —respondió Michiko—. Theo, ¿no viste nada mientras los demás teníamos… teníamos visiones?

Theo negó con la cabeza.

—Absolutamente nada. Supongo… supongo que perdí el sentido. Excepto que no hubo negrura. Estaba observando a Lloyd realizar la retrocuenta: cinco, cuatro, tres, dos, uno, cero. Después se produjo un corte, ya sabes, como en las películas. De repente Lloyd estaba derrumbado en su asiento.

—¿Me viste caer?

—No, no: Es como he dicho: estabas ahí sentado, y de repente te vi tirado, sin movimiento intermedio. Creo… supongo que perdí el sentido. Antes de que comprendiera que te pasaba algo, ya te estabas incorporando, y…

De repente, el sonido de una sirena partió el aire, un vehículo de emergencias de alguna clase. Lloyd salió a toda prisa de la sala de control, con todo el personal detrás. El cuarto al otro lado del pasillo disponía de ventana. Michiko, que había llegado primero, ya estaba levantando el estor veneciano, dejando que entrara el sol que presagiaba el ocaso. Se trataba de un vehículo anti-incendios del CERN, uno de los tres presentes en las instalaciones. Rodaba por el campus, dirigiéndose al edificio principal de administración.

Parecía que la nariz de Sven había dejado de sangrar; sostenía la gasa sanguinolenta a un costado.

—Es posible que alguien más se haya caído —dijo.

Lloyd lo observó.

—Utilizan los coches de bomberos tanto para los primeros auxilios como para los incendios —explicó el noruego.

Michiko comprendió las implicaciones de lo que Sven sugería.

—Debemos comprobar todos los despachos, para asegurarnos de que todo el mundo está bien.

Lloyd asintió y volvió al pasillo.

—Antonia, examina a todos los presentes en la sala de control. Michiko, llévate a Jake y a Sven y ve por ahí. Theo y yo nos encargaremos de esta zona. —Sintió una breve punzada de culpabilidad al prescindir de Michiko, pero de momento tenía que asimilar lo que había visto, lo que había experimentado.

En la primera estancia en la que él y Theo entraron había una mujer en el suelo; Lloyd no recordaba su nombre, pero trabajaba en relaciones públicas. El monitor plano frente a ella mostraba el familiar escritorio tridimensional del Windows 2009. Seguía sin sentido, y por la herida de la frente estaba claro que había caído hacia delante y se había golpeado la cabeza con el borde metálico de la mesa. Lloyd hizo lo que había visto en incontables películas: tomó la mano izquierda de la mujer con su derecha, sosteniendo la muñeca hacia arriba mientras la golpeaba suavemente con la otra mano, para que despertara.