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Lo que, al final, hizo.

—¿Dr. Simcoe? —preguntó, observando a Lloyd—. ¿Qué ha sucedido?

—No lo sé.

—Tuve ese… ese sueño —dijo—. Estaba en una galería de arte, en algún sitio, contemplando un cuadro.

—¿Se encuentra bien?

—N-no lo sé. Me duele la cabeza.

—Podría tener una conmoción. Debe ir a la enfermería.

—¿Qué son todas esas sirenas?

—Camiones de bomberos —una pausa—. Mire, tenemos que marcharnos. Podría haber otros heridos.

La mujer asintió.

—Estoy bien.

Theo ya seguía su marcha por el pasillo. Lloyd dejó el despacho y lo siguió. Superó a su compañero, que atendía a otro caído. El corredor giró a la derecha, y Lloyd se introdujo en la nueva sección. Llegó a la puerta de un despacho que se abrió en silencio al acercarse, pero la gente en el interior parecía estar bien, hablando animadamente de las distintas visiones experimentadas. Había tres personas presentes, dos mujeres y un hombre. Una de las primeras reparó en Lloyd.

—Lloyd, ¿qué ha ocurrido? —preguntó en francés.

—Aún no lo sé —replicó en la misma lengua—. ¿Está todo el mundo bien?

—Estamos bien.

—No pude evitar escucharos —dijo Lloyd—. ¿Los tres también tuvisteis visiones?

Tres asentimientos.

—¿Eran de un realismo vívido?

La mujer que aún no había hablado señaló al hombre.

—La de Raoul no. Él tuvo una especie de experiencia psicodélica —dijo, como si fuera lo único que cabía esperar del estilo de vida de Raoul.

—Yo no diría exactamente “psicodélica” —replicó éste, sintiendo la necesidad de defenderse. Su cabello rubio era largo y sano, y lo llevaba recogido en una perfecta coleta—. Pero, desde luego, no era realista. Había un tipo con tres cabezas, y…

Lloyd asintió, cortando la descripción.

—Si estáis todos bien, venid con nosotros. Hay algunos heridos por lo que sea que haya sucedido. Tenemos que encontrar a cualquiera que esté en problemas.

—¿Por qué no llamamos por el intercomunicador para que todos se reúnan en el vestíbulo? —preguntó Raoul—. Entonces podremos contarnos y ver quién falta.

Lloyd comprendió que aquello era totalmente lógico.

—Seguid buscando; hay quien podría necesitar atención inmediata. Yo iré a la entrada. —Salió del despacho mientras los otros se levantaban y salían al pasillo. Lloyd tomó el camino más corto hacia la entrada, dejando atrás los distintos mosaicos. Cuando llegó, parte del personal administrativo atendía a uno de los suyos, que al parecer se había roto el brazo al caer. Otra persona se había escaldado con su propia taza de café hirviendo.

—¿Qué ha sucedido, Dr. Simcoe? —preguntó un hombre.

Lloyd empezaba a cansarse de la pregunta.

—No lo sé. ¿Puede encender la MP?

El hombre lo contemplaba. Era evidente que Lloyd usaba algún americanismo que el tipo no entendía.

—La MP —dijo Lloyd—, la megafonía pública.

El hombre seguía con la mirada perdida.

—¡El intercom!

—Oh, claro —dijo con un inglés endurecido por el acento alemán—. Por aquí —condujo a Lloyd hasta una consola y pulsó varios botones. Lloyd tomó una delgada vara de plástico con un micrófono en la punta.

—Aquí el Dr. Simcoe —podía oír su propia voz rebotada desde los altavoces del pasillo, pero los filtros del sistema evitaban el acople—. Está claro que ha sucedido algo. Hay varios heridos. Si son capaces de andar por su cuenta —dijo, tratando de simplificar el vocabulario; el inglés no era más que la segunda lengua para casi todos los trabajadores— y si los que están con ustedes pueden andar, o si al menos se les puede dejar sin atención, vengan por favor al vestíbulo. Alguien podría haberse caído en un lugar oculto, y tenemos que averiguar si falta alguien. —Le devolvió el micrófono al hombre—. ¿Puede repetirlo en alemán y francés?

Jawohl —respondió éste, traduciendo ya en su cabeza. Comenzó a hablar al micrófono. Lloyd se alejó de los controles de la megafonía e invitó a aquellos capaces de moverse a que fueran al vestíbulo, que estaba decorado con una gran placa de bronce rescatada de uno de los edificios más antiguos, demolido para hacer sitio al centro de control del LHC. La placa explicaba las siglas originales del CERN: Conseil Européenne pour la Recherche Nucléaire. En aquel día las siglas no decían nada, pero las raíces históricas estaban allí honradas.

Casi todos los rostros del vestíbulo eran blancos, con algunas excepciones (Lloyd se detuvo un instante para referirse mentalmente a ellos como melanoamericanos, el término preferido en aquella época por los negros en los Estados Unidos). Aunque Peter Carter era de Stanford, casi todos los demás negros procedían directamente de África. También había varios asiáticos, incluyendo, por supuesto, a Michiko, que había acudido al vestíbulo como respuesta a su mensaje. Se acercó a ella y le dio un abrazo. Gracias a Dios, al menos ella estaba bien.

—¿Algún herido grave? —preguntó.

—Algunas contusiones y otra nariz con hemorragia —dijo Michiko—, pero nada importante. ¿Y tú?

Lloyd buscó a la mujer que se había golpeado la cabeza. Aún no había aparecido.

—Una posible conmoción, un brazo roto y una quemadura fea —hizo una pausa—. Deberíamos llamar algunas ambulancias para llevar a los heridos al hospital.

—Yo me encargo —dijo Michiko, desapareciendo en un despacho.

El grupo aumentaba por momentos, y ya llegaba a los doscientos.

—¡Presten atención! —gritó Lloyd—. ¡Por favor! ¡Votre attention, s’il vous plaît! —esperó a que todas las miradas se fijaran en él—. ¡Miren a su alrededor para ver si ven a sus compañeros de trabajo, despacho o laboratorio! Si creen que falta alguien, háganmelo saber. Y si alguno de los presentes necesita atención médica inmediata, díganmelo también. Hemos pedido algunas ambulancias.

Mientras decía esto, Michiko regresó. Su aspecto era aún más pálido de lo habitual, y habló con voz trémula.

—No habrá ambulancias —dijo—. Por lo menos, en un tiempo. La operadora de emergencias me ha dicho que están encerradas en Ginebra. Al parecer, todos los conductores en las carreteras perdieron el conocimiento; ni siquiera pueden comenzar a valorar el número de muertos.

2

El CERN había sido fundado cincuenta y cinco años antes, en 1954. El personal consistía en tres mil personas, de las que más o menos un tercio eran físicos e ingenieros, un tercio técnicos y el resto estaba dividido igualmente entre administrativos y personal laboral.

El LHC había costado cinco mil millones de dólares americanos, y había sido construido en el mismo túnel subterráneo circular que seguía la frontera franco-suiza, y que aún albergaba el colisionador de electro-positrones, que ya no estaba en servicio; este LEP había funcionado desde 1989 hasta 2000. El LHC empleaba electroimanes superconductores de campo dual de 10 teslas para propulsar partículas por el gigantesco anillo. El CERN disponía del mayor y más potente sistema criogénico del mundo, y empleaba helio líquido para llevar los imanes a unos meros 1,8 grados Celsius por encima del cero absoluto.