El hombre miró la pistola, como si también él se sorprendiera al verla en su mano.
—Algo que compré en los Estados Unidos. Allí son mucho más fáciles de conseguir. Y sí, sé lo que está pensando. —Hizo un gesto a la maleta de aluminio con el cronómetro azul—. Piensa que puede ser una bomba, y eso es exactamente. Supongo que la podría haber puesto en cualquier parte, pero bajé al túnel en busca de un lugar en el que esconderla, para que nadie la encontrara. El interior de esa máquina parecía un lugar adecuado.
—¿Qué… —Theo se sorprendió ante el sonido de su propia voz. Tragó saliva, intentando recuperar el control— qué es lo que pretende?
El hombre se encogió de hombros.
—Debería ser evidente. Intento sabotear su acelerador de partículas.
—Pero ¿por qué?
Señaló a Theo con la pistola.
—No me reconoce, ¿no?
—Me parece familiar, pero…
—Vino a visitarme a Alemania. Uno de mis vecinos había contactado con usted; mi visión me había mostrado viendo una noticia grabada en vídeo sobre su muerte.
—Cierto —dijo Theo—. Lo recuerdo.
No se acordaba de su nombre, pero sí del encuentro, hacía veinte años.
—¿Y por qué estaba viendo aquella noticia? ¿Por qué había adelantado la cinta para ver la historia sobre su muerte? Porque comprobaba si tenían alguna prueba que me incriminara. Nunca pretendí matar a nadie, pero lo haré si es necesario. Es justo, ¿no? Usted mató a mi mujer.
Theo comenzó a protestar, a decir que él no había matado a nadie, pero entonces lo recordó. Vino a él la visita a aquel hombre. Su mujer había caído por unas escaleras del metro durante el desplazamiento temporal; se había roto el cuello.
—No había modo de saber lo que iba a pasar, no había modo de prevenirlo.
—Claro que podían haberlo prevenido —saltó el hombre… Rusch era su nombre, recordó Theo: Wolfgang Rusch—. Claro que sí. No tenían por qué hacer lo que hicieron. ¡Tratar de reproducir las condiciones del nacimiento del universo! ¡Tratar de forzar la obra de Dios, exponiéndola a la luz del día! Dicen que la curiosidad mató al gato, pero fue su curiosidad, y fue mi mujer la que terminó muerta.
Theo no sabía qué decir. ¿Cómo explicarle la ciencia (la necesidad, la búsqueda) a alguien que era obviamente un fanático?
—Mire —dijo—, ¿dónde estaría el mundo si no…?
—¿Cree que estoy loco? —preguntó Rusch—. ¿Cree que estoy tarado? —sacudió la cabeza—. No soy un tarado. —Buscó en el bolsillo trasero y extrajo su cartera, tratando de sacar una tarjeta laminada amarilla y azul para enseñársela a Theo.
El griego la miró. Era una tarjeta de identificación de profesor en la Universidad Humboldt.
—Profesor numerario —dijo Rusch— del Departamento de Química, doctorado por la Sorbona. —Era cierto. En 2009 le había dicho que enseñaba Química—. Si llego a saber entonces de su papel en todo esto, nunca hubiera hablado con usted. Pero vino a verme antes de que el CERN hiciera pública su responsabilidad.
—¿Y ahora quiere matarme? —el corazón de Theo corría desbocado, tanto que pensó que le iba a estallar. Sintió el sudor empapando todo su cuerpo—. Eso no le devolverá a su esposa.
—Oh, sí, claro que sí.
Sí que estaba loco. Maldición, ¿por qué había bajado solo al túnel?
—No su muerte, por supuesto —dijo Rusch—, pero sí lo que voy a hacer. Sí, recuperaré a Helena gracias al principio de exclusión de Pauli.
Theo se quedó sin habla. Aquel hombre deliraba.
—¿Cómo?
—Wolfgang Pauli —repitió Rusch, asintiendo—. Me gusta decirle a mis estudiantes que me llamo así por él, pero no fue así. Mi nombre viene del tío de mi padre. El principio de exclusión de Pauli, en sus primeros tiempos, sólo se aplicaba a los electrones: dos electrones no podían ocupar simultáneamente el mismo estado energético. Más tarde se expandió para incluir a otras partículas subatómicas.
Theo ya sabía todo aquello, pero trataba de ocultar su creciente pánico.
—¿Y?
—Así que creo que el principio de exclusión también se aplica al concepto del Ahora. Todas las pruebas están aquí: sólo puede haber un ahora: a lo largo de la historia humana, todos hemos estado de acuerdo en qué momento era el presente. Nunca ha habido un instante que parte de la humanidad considerara el ahora, mientras otra lo creyera el pasado, y otra el futuro.
Theo levantó ligeramente los hombros, sin saber adónde conducía todo aquello.
—¿No lo entiende? —preguntó Rusch—. ¿No lo ve? Cuando enviaron la conciencia de la humanidad veintiún años en el futuro, cuando movieron el “ahora” de 2009 a 2030, el “ahora” que debiera haber sido experimentado por la gente en 2030 debió de haberse desplazado a algún otro lugar. ¡El principio de exclusión! Todo momento existe como el “ahora” para aquellos congelados en él, no puedes superponer los “ahoras” de 2009 y 2030; ambos no pueden existir de forma simultánea. Cuando llevaron adelante el ahora de 2009, el de 2030 tuvo que dejar vacante ese tiempo. Cuando oí que iban a reproducir el experimento en el momento exacto que habían mostrado las visiones, todo encajó en su sitio. La supernova de Sanduleak oscilará durante décadas o siglos, así que es probable que el intento de mañana no sea el último. ¿Cree que el ansia de la humanidad por ver el futuro quedará saciado por un vistazo más? Claro que no. Somos voraces en nuestro deseo. Desde la antigüedad, ningún sueño ha sido más seductor que el de conocer el porvenir. Siempre que sea posible cambiar el sentido del ahora, lo haremos… suponiendo que su experimento de mañana tenga éxito.
Theo echó un vistazo a la bomba. Si leía la pantalla correctamente, tenía más de cincuenta y cinco horas antes de que explotara. Trataba de pensar con claridad; no había imaginado lo desconcertante que era tener una pistola apuntando a su corazón.
—Entonces, ¿qué… qué es lo que sugiere? ¿Que si en 2030 no queda un espacio para que la conciencia de 2009 salte al futuro, el primer salto no se producirá jamás?
—¡Exacto!
—Pero eso es una locura. El primer salto ya ha sucedido. Todos hemos vivido veintiún años desde entonces.
—No todos hemos vivido esos veintiún años —le cortó áspero Rusch.
—Bueno, no, pero…
—Sí, ha sucedido, pero yo voy a deshacer eso. Voy a rescribir de forma retroactiva las dos últimas décadas.
Theo no quería discutir con aquel hombre, pero…
—Eso no es posible.
—Sí lo es. ¿No lo ve? Ya he triunfado.
—¿Cómo?
—¿Qué tenían en común todas las visiones la primera vez? —preguntó Rusch.
—N-no…
—¡Actividades de ocio! La vasta mayoría de la población parecía estar de vacaciones, tener el día libre. ¿Y por qué? Porque se les había dicho a todos que ese día no fueran al trabajo, que se quedaran en casa, a salvo, porque el CERN iba a tratar de replicar el desplazamiento temporal. Pero algo sucedió… algo pasó que hizo que la réplica se cancelara, demasiado tarde para que la gente volviera al trabajo. Y, así, la humanidad disfrutó de unas vacaciones inesperadas.
—Lo más probable es que lo que mostró la visión fuera simplemente una versión de la realidad en la que la precognición nunca hubiera sucedido.
—Tonterías —dijo Rusch—. Sí, vimos a algunas personas trabajando, tenderos, vendedores callejeros, policía… Pero casi todos los comercios estaban cerrados, ¿no? Ya ha oído los rumores, que el miércoles 23 de octubre de 2030 se celebraría una gran fiesta en todo el planeta. Puede que un día de desarme mundial, o un primer contacto con los alienígenas. Pero ahora es 2030, y sabe tan bien como yo que no existe tal fiesta. Todo el mundo se había quedado en casa, preparándose para un desplazamiento temporal que nunca llegó. Pero recibieron alguna señal de que no iba a pasar nada, lo que significa que ese mismo día se filtró la noticia de que el colisionador de hadrones tenía una avería. He programado la bomba para que estalle dos horas antes de que lleguen los neutrinos de Sanduleak.